Una historia de amor Manolo y Antonio se conocen de casualidad cuando ambos deben hacerse un estudio en el hospital. Manolo es un cuarentón en plena crisis matrimonial y con una gran frustración. Antonio es un adolescente con una personalidad bastante particular, hijo de madre soltera, y padece cáncer. Ambos entablan una relación que será determinante para cambiar sus vidas y a sus familias...
Leo y Paige son un matrimonio joven que están profundamente enamorados y disfrutan de cada momento juntos. Pero una noche tienen un accidente y Paige sufre un golpe tan fuerte en la cabeza que pierde la memoria de sus recuerdos más recientes, incluso los últimos años en los que conoció a su esposo. A partir de entonces Leo hará lo imposible por reconquistarla.
Suspenso y un humor muy sutil se mezclan en El Gato Desaparece, último film que dirigiera el reconocido Carlos Sorín (La Era del Ñandú, Historias Mínimas, entre muchas otras). Luis Luque (en su rol de Luis) y Beatriz Spelzini (quien encarna a Beatriz, la esposa de Luis) logran en un trabajo impecable sostener una historia que atrapa e intriga hasta el último minuto. Abundan los primeros planos y los planos medios; en este trabajo la gestualidad de los protagonistas habla por sí misma. Los planos más amplios dan, por otro lado, una idea de la pequeñez de los individuos frente a su destino. Luis acaba de salir de un neuropsiquiátrico y sus médicos aseguran que su problema está superado. Está sensible, se toma con calma el retorno a su casa y la vuelta a una vida normal. De a poco trata de reinsertarse y recuperar su trabajo y sus vínculos. Beatriz está feliz pero no puede esconder sus miedos; le es imposible olvidar los hechos que llevaron a su marido al encierro y se siente insegura. La angustia logra apoderarse de ella y la lleva al límite de su capacidad de adaptación a esta nueva etapa. Sin embargo, no pierde la esperanza de poder retomar su vida normal, tal cual era hasta antes de los hechos. Por otro lado está Donatello, el gato de la casa y fiel compañero de Luis, que desde el regreso del hombre se comporta de manera extraña. De pronto, un día, el gato desaparece. Desde el primer momento y durante todo el film los protagonistas despliegan su talento. Spelzini proviene de las tablas y se nota; su cuerpo todo se transforma y de ello resulta una mujer debilitada por la situación que atraviesa. La angustia se ve en su rostro, sus manos, su delgadez; se siente en sus palabras. Luque, por otro lado, parece caber perfectamente en el papel de un Luis sombrío, a veces distante, algo turbio. Es un personaje oscuro por momentos, y en otros es tan transparente en su propio temor y sensibilidad que conmueve. La dupla contribuye a crear una atmósfera estresante. Con un guión sólido y bien estructurado, la historia se desarrolla en ambientes de una casa llena de rincones y persianas que impiden el total paso de la luz. Las escaleras, que aparecen desde el principio como un camino que lleva no se sabe bien hacia adónde y por las que camina Donatello, enfatizan el misterio que está presente en todo el film. El director juega también con la oscuridad de la noche; todos los elementos se conjugan para crear una trama que no da pistas hasta el final.
Como una vecina que espía tras la puerta La apuesta de Ana Katz (El Juego de la Silla, Lucro Cesante) propone poner la mirada sobre una familia común–los Marziano- e invita al espectador a ser testigo, sin cuestionamientos profundos, de la complejidad de las relaciones. Tres hermanos, la esposa de uno de ellos y una historia de la que poco se sabe, pero que con mucha sutileza va descubriéndose a medida que avanza el film. Los Marziano es una película diferente porque lo que allí ocurre no es un hecho fuerte que proponga un punto de giro en lo que se venía desarrollando. Si bien ocurren hechos que dan pie a la historia que sigue, más bien da la sensación de que uno mira desde afuera un segmento de la vida de los protagonistas –otra diferencia aquí: no hay un protagonista, sino que son cuatro los personajes importantes, cuyo peso podría hacer a cualquiera de ellos el principal del film-. Esa mirada podría ser la misma que tiene cualquier persona sobre alguien que conoce a una familia o a algunos de sus miembros. Lo que importa en esta propuesta es la observación de la evolución –o no- de esos personajes. Juan, compuesto por Francella, es un hombre simple al que no le preocupan demasiado las cosas. Su problema visual –de pronto se da cuenta de que no puede leer porque no entiende las letras, luego no ve algunos objetos- es algo así como la puesta en concreto de lo que le ocurre personalmente: tiene problemas económicos y hace rato que no se comunica con su hermano. Sumado a esto, parece incapaz de ver lo que realmente ocurre a su alrededor y de darse cuenta de cuáles son las cosas importantes. Como en El Secreto de sus Ojos, Francella demuestra otra vez su capacidad actoral para representar papeles serios, lejos del cómico al que tiene a todos acostumbrados. Delfina, la hermana que protagoniza magistralmente Rita Cortese, intenta ayudarlo y hacerlo tomar conciencia de su problema. Sin embargo el hombre no acusa recibo y sigue, más preocupado por digitalizar unas cintas con grabaciones que por su salud o sus lazos familiares. Por otro lado está Luis, interpretado por Arturo Puig, quien cae en uno de los misteriosos pozos que aparecen cavados en el campo de golf del country en el que vive junto a Nena, su mujer (protagonizada por una muy convincente Mercedes Morán). Luis está obstinado en descubrir al autor de los pozos, y en esa búsqueda se aísla del conflicto familiar. Los encuentros y desencuentros de Los Marziano se desarrollan a veces en amplios planos que muestran la apacibilidad del country o la comodidad de la casa de Luis; otras, en pequeños espacios como los del departamento de Delfina o los consultorios médicos que ella visita con Juan. La historia, con pequeños detalles cotidianos que dejan entrever grandes conflictos, podría haber ahondado más en las relaciones entre los hermanos. En cambio, la directora prefirió solamente observar, como espiando un poco la vida ajena. Una buena propuesta, aunque podría haberse sumergido un poco más en unos personajes cuyo interior podría haber sido rico.
Biutiful: un drama tremendo y movilizador La miseria humana y el drama constante que produce la marginalidad en las minorías excluidas (en este caso en Barcelona) se mezclan con la desesperación de un ser al que le queda poco tiempo de vida. Uxbal está al límite de su enfermedad y de su capacidad para poner sus cosas en orden antes de partir. Hace lo que puede; está solo y quiere arreglar lo que hizo mal. Javier Bardem se luce con un personaje que carga sobre su espalda su propia vida, la de los inmigrantes ilegales a los que intenta ayudar, la de su desequilibrada esposa y los hijos que dejará a la deriva cuando él ya no esté. Varias historias forman la compleja trama que Alejandro González Iñárritu (el mismo director de la profunda 21 Gramos y de Babel) cuenta en Biutiful; todas ellas hacen eje en Uxbal, el personaje que tan bien interpreta Bardem (Mar Adentro; Vicky, Cristina, Barcelona) y que le permite demostrar que es realmente un gran actor, capaz de interpretar una multiplicidad de roles. Es esta confluencia bien lograda la que permite que la película avance, ya que tanta diversidad podría provocar dispersión. La densidad es una constante en Biutiful; los ángulos de las cámaras dan relevancia a situaciones límites que muestran una realidad difícil de soportar. La opresión –tanto de los más débiles como de quien tiene a la muerte pisándole los talones-, la fragilidad y la desprotección se muestran descarnadamente y convierten al film en una experiencia perturbadora. Acentúan esta sensación la correcta utilización de la iluminación, los colores opacos y la música, bella y precisa, del genial Santaolalla. Hay en este film una fuerte crítica social de temáticas que hoy son universales. Esta vez también el director se mete con lo inasible, lo que trasciende, con la levedad que pareciera ser parte de la esencia misma del ser humano. Uno de los elementos que juegan una mala pasada es el lenguaje original. El español tan cerrado hace dificultoso comprender la totalidad de los diálogos, por lo que muchas de las líneas quedan flotando sin posibilidad de ser comprendidas. En estos casos, el subtitulado es un recurso que debería ser considerado seriamente. A la del protagonista se suma la buena actuación de Maricel Álvarez, actriz argentina prácticamente desconocida, proveniente del ámbito teatral. Su interpretación de esposa absolutamente desequilibrada es destacable; tanto ella como Bardem componen con total naturalidad dos personajes opuestos entre sí pero indispensables para la historia. Biutiful es ambiciosa; su trama es un desafío peligroso que en este caso sale airoso gracias a la maestría de su protagonista y la buena utilización de los recursos cinematográficos por parte del director.
Otra vez la magia de Disney trae a la pantalla un cuento de hadas capaz de atrapar a todos, desde los más chicos hasta al más duro de los adultos. La historia gira alrededor de Rapunzel, la princesa cuyo cabello mágico no para de crecer y que fuera raptada por la egocéntrica Gothel cuando era bebé. Aventura, romanticismo, idealismo y música se combinan en un film divertido y atrapante, que enriquecido con la magia del 3D hace soñar y meterse de lleno en él. De los clásicos retoma la fórmula de la princesa buena y dulce, la bruja mala y el joven galán que conquista a la chica. Pero en este caso cada uno de los personajes sale del prototipo y tiene una personalidad diferente. Rapunzel, aunque soñadora, bondadosa e inocente, saca a relucir su rebeldía. Está llena de coraje y se las arregla para lograr su cometido: salir de la torre en la que vive encerrada y ver con sus propios ojos qué son esas luces que cada año cubren el cielo. Gothel, la mujer que mantiene cautiva a la chica haciéndole creer que es su hija y que la protege de los males de afuera, es una malvada que resulta simpática, incluso querible. Su pecado es querer conservar la eterna juventud, virtud que solo el cabello de la princesa puede otorgarle, y que por esa razón la mantiene bajo su dominio. Por otro lado y lejos de ser un príncipe encantado, Flynn Rider es un apuesto y aventurero ladrón que quiere hacerse rico y por accidente conoce a la joven protagonista. El cuidado con que se compuso a cada personaje puede verse hasta en los mínimos detalles. Ninguno es igual a otro, cada uno sorprende con actitudes inesperadas. También los secundarios son complejos, tienen su razón de ser y aportan peso y humor al film. Se destacan Maximus, un caballo que pertenece a la guardia real y que toma como propia la misión de encontrar y apresar a Flynn Rider. El animal es muy inteligente y tiene cualidades tanto equinas como caninas, lo que le permite adentrarse en cualquier lugar, seguir huellas y hasta guiarse por su olfato. Pascal, un tierno camaleón, es la mascota de la princesa pero también representa a su parte interior rebelde. Él es quien la empuja a tomar las decisiones que por sí misma no se atreve. Además es el único que la comprende y acompaña adonde sea. La imagen de la película es impecable. La profundidad que otorga el 3D le da un plus adicional a ambientes frescos, llenos de colores, brillantes. Las luces y sombras demuestran un estudio meticuloso, igual que las texturas de cada lugar representado. Hay trabajo sobre los detalles en cada escenografía, desde el bosque profundo hasta la taberna con mal olor de los vikingos. El sonido tiene también su mérito; no solamente las voces de los personajes se lucen, sino también los sonidos ambiente y la música, especialmente encantadora. Canciones vivas y pegadizas; con mucho ritmo algunas –como la de la taberna- y muy dulces otras –como la que Gothel canta para conseguir la magia del cabello de Rapunzel-. Enredados alude a historias ya conocidas de viejos y tradicionales cuentos de hadas, pero también se renueva. Para ello presenta personajes y situaciones modernas y reconocibles en la vida de hoy. Creativa, original y muy divertida –claro que con infaltables momentos al borde de la tragedia- será una historia difícil de igualar.
Misterio y suspenso desde el principio. Un bosque, sangre, un cuerpo, respiración cansada, un hombre, una mujer. Imágenes fraccionadas, movimientos nerviosos; a través de flash backs y cámara en mano, Victor Cruz arma la historia de Gustavo y Lola, un matrimonio que podría ser cualquiera. Los protagonistas (una muy buena interpretación de Ballesteros y Mango) son una pareja consolidada de respetados profesionales cuyo mundo, de repente, se derrumba. El director utiliza muchos recursos para generar la tensión que el guión necesita; sin embargo, abusa de ellos. Los movimientos ocasionados por la cámara en mano son tantos y tan marcados que más allá de causar sensación de “video casero” lo que provocan es mareo y confusión. Además, las imágenes producto de estas filmaciones sobreabundan y producen cansancio. La idea de la historia es buena, como también el estilo narrativo utilizado; el manejo de los tiempos aporta dramatismo y suspenso. El film tiene todos los elementos que podrían haber dado lugar a una propuesta más interesante. Los actores interpretan perfectamente sus papeles, transmitiendo en cada gesto y movimiento lo que ocurre a los personajes: los nervios, el miedo, la culpa. Sin embargo, la repetición de algunos recursos y la inclusión de ciertos elementos que quedan sin cerrar, como la confesión –o el intento de ello- de parte de uno de los protagonistas al principio del film, distraen la atención y restan interés.
Historias breves, pero contundentes. Nueve cortometrajes componen la sexta edición de uno de los concursos más importantes que organiza el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), que permite a jóvenes cineastas la posibilidad de producir films a nivel profesional. Gracias a esta iniciativa tuvieron la oportunidad de dar a conocer su trabajo realizadores como Lucrecia Martel, Sandra, Gugliota, Adrían Caetano entre otros. En Historias Breves 6 se manifiestan diversas estéticas y formas de ver el mundo a través del cine. Entre las propuestas se incluye ficción, humor sutil y ácido expresado con refinamiento; hay además duros testimonios sociales tratados con cruda profundidad. Alicia (de Tamara Viñes); Arbol (de Lucas Schiaroli); Cinco Velitas (de Paula Romero Levit y Michelina Oviedo); Coral (de Ignacio Cahneton); El sueño sueco (de Gustavo Riet); La araña (de Sihuen Vizcaíno); Los teleféricos (de Federico Actis); La última (de Cristian Cartier) y Rosa (de Mónica Lairana) conforman un mosaico rico en donde la diversidad y la creatividad se funden para narrar con imágenes, sonidos y silencios. En las historias que aquí se cuentan hay una exploración interesante a través de diferentes estéticas, cuyo resultado deja al descubierto sensaciones, sentimientos, experiencias, y una clara visión de la realidad desde distintos puntos de vista. La calidad en cuanto a guiones, interpretaciones y tratamiento de imágenes es bastante parejo, aunque sobresalen algunos trabajos por la manera en la que están contadas las historias (como Arbol, Coral y Rosa). Historias Breves 6 es más que la oportunidad de los nuevos directores para mostrar su trabajo; es como una ventana que permite mirar hacia dentro y entender la realidad.
Como Rambo, pero al estilo Rodriguez Mucha sangre, acción, mutilaciones y tiros sobreabundan en Machete, el film que dirige el particularísimo Robert Rodríguez (La Balada del Pistolero, El Mariachi, Spy Kids, entre otras) y que protagoniza Danny Trejo, quien fuera actor de reparto en otros trabajos del mismo director. Machete cuenta la historia de un mexicano indocumentado –ex federal incorruptible- que trabaja en Estados Unidos y que, sin querer, se verá envuelto en una entramada conspiración. La ambición por el poder, el dominio territorial del negocio del narcotráfico y la problemática de la inmigración ilegal en las fronteras de Estados Unidos se mezclan en este film para dar lugar a una historia llena de acción y violencia. Machete, el héroe del cuento, es un corpulento y feísimo latinoamericano con cara de malo, al que contratan para hacer un trabajo sucio en contra de su propia voluntad. El film plantea situaciones irónicas que hacen referencia a una realidad imposible de eludir; por otro lado, las exageraciones rozan el absurdo de tal manera que despiertan la risa inevitablemente. La banda sonora se luce acompañando e incrementando en un in crescendo apropiado los momentos dramáticos e imprimiendo una huella particular para cada personaje. Música y ritmo visual se mezclan y aportan un plus a cada escena. Las interpretaciones son tan buenas en algunos casos –la de Robert de Niro en su papel de Senador, por ejemplo- como rebuscadas (pero con buen resultado) en otros –Michelle Rodríguez, quien interpreta a Luz-. Personajes bizarros y otros no tanto se combinan en una historia que de a ratos parece ser producto de un ensayo de diversión del director. Sin embargo, lo que allí se cuenta encierra fuertes verdades que de divertidas no tienen nada. Hay algunas desprolijidades evidentes, aunque bien podría pensarse que están a propósito. De todos modos, la belleza de las mujeres que acompañan a los hombres rudos y malos seguramente logrará que aquellas pasen desapercibidas.
Cuando la razón gana a la pasión De manera intimista el director se mete en la piel de Anna, la protagonista de una historia pasional que habla de insatisfacción personal y falta de motivación. Con una vida normal, un trabajo estable y un compañero de vida ideal –comprensivo hasta en los momentos más difíciles- Anna se da cuenta de que algo le falta. Puede ser un hijo (o las ganas de agrandar su familia); o quizás la pasión propia de los comienzos de cualquier relación, perdida en su caso luego de un largo tiempo de convivencia. El vacío lleva a la inconformidad y sale a la luz cuando se cruza en su camino un hombre cualquiera –Favino interpretando a Doménico, un hombre casado con dos hijos- que logra despertar en ella el enardecimiento que tenía olvidado. A partir del momento en que la protagonista se anima a cruzar la barrera de los límites nada vuelve a ser igual. El nerviosismo al mentir para tener tiempo extra con su amante, el miedo a ser descubierta y los sentimientos encontrados que se debaten en su interior y no le permiten tener la mente clara se notan en su rostro y su cuerpo. Rohrwacher lleva a su propia piel lo que le pasa a su personaje; parece sufrir en carne propia la angustia que le causa la situación y todo queda plasmado en los planos medios que dominan el film. Cosa Voglio di più es un enredo frecuente –de hecho, basada en una historia real- enfocado en el punto de vista de una mujer que quizás nunca se hubiera imaginado a sí misma en semejante situación. Justamente es ese punto lo que la hace más interesante: todo lo que ella vive, siente, se cuestiona y lo que descubre de sí misma; su manera de ver y vivir cada paso que va dando y, finalmente, la decisión que toma. El film está lleno de detalles que se descubren en las tomas de ciertos momentos en la vida cotidiana de la protagonista. Hay silencios que hablan por sí mismos y diálogos que en pocas líneas dicen mucho. Por otro lado, la situación socio económica italiana está siempre presente, como un personaje más. La actuación de Rohrwacher es muy buena, al igual que la de Giuseppe Batiston –en el papel de Alessio, el esposo de Anna-; no tan así la de Favino, que si bien interpreta correctamente su papel no está a la altura de su compañera. Sin embargo, el trío funciona.