Lanzar la primera piedra
Alejandro Amenábar es un virtuoso realizador que siempre supo ofrecer buen cine desde diversos puntos de vista. Ya sea a partir de su fantástica ópera prima Tesis (cuya inspiración se centra en el muy interesante texto de Román Gubern, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas) hasta la oscarizada Mar Adentro, y Los Otros, todas sus películas mantuvieron, con sus diferencias, un mismo perfil.
No suena raro entonces que Agora, esta superproducción española hablada en inglés de 75 millones de dólares, haga tanto ruido en el mundillo cinéfilo. En principio porque toca –otra vez- un tema polémico: el nacimiento del cristianismo, la diferencia entre ciencia y religión y la capacidad humana para tergiversar los escritos dogmáticos a favor personal.
La influyente figura de Hipatia (una siempre correcta Rachel Weisz) en el Egipto dominado por el Imperio Romano en el Siglo VI, será el nudo de todas y cada una de las historias del film. En principio como la filósofa encargada de formar a jóvenes estudiantes, luego como la protagonista de un blando trío amoroso que nunca llega a tomar trascendencia y finalmente como la consejera y principal disputa de una civilización dividida por las ideologías imperantes que poco a poco ganaron espacio en el fervor popular.
Porque más allá de la trifulca naciente entre judíos y cristianos, la intención de Amenábar es subrayar –tal vez en extremo- la capacidad del razonamiento para excusar en el don divino cualquier atrocidad. Allí, donde la denuncia suena como un grito desesperado de atención hacia el conflicto en Medio Oriente, aparece el humano como simple individuo cuya ignorancia le permite justificar todo acto de violencia, todo homicidio aberrante, como una coartada que tiene por fin único aquello que siempre fue el objetivo principal de toda contienda: la obtención de poder.
En este sentido, Agora se transforma en una punzante protesta contra los fanatismos divinos del hombre, tan presente y tan marcada como lo hicieron –aunque en un modo muy distinto- los Monthy Pithon en La vida de Brian, alegoría absoluta sobre la interpretación subjetiva que desprende cualquier escritura divina.
Más que biopic sobre la figura de una brillante matemática y filósofa, esta pomposa superproducción con predominantes planos cenitales (aquel lugar desde donde Dios mira a sus discípulos) intenta plantear la polémica de cómo la necesidad de la creencia religiosa sirvió como alegato de todo lo que no está al alcance de la razón.
No hay explicación, no hay fundamentos, no hay posibilidad de diálogo, es así o no será. El individuo como destrucción de toda construcción práctica (cristianos incendiando la Biblioteca de Alejandría), permite varias lecturas sobre cómo evolucionaron los dogmas desde aquellos días hasta hoy.
Las incipientes alegorías y la sorprendente incapacidad para desarrollar los correlatos presentados no impiden que Agora ponga en evidencia que, para disfrutar de una historia épica, no es necesario mostrar siempre espadas, batallas y guerreros. Porque no sólo de ellos se ha construido la historia.