De aventuras en tiempo pasado No es casual que la nueva película de Wes Anderson comience con la narración de cómo se compone una pieza musical. Mientras una voz a través de un grabador le explica a un grupo de niños la conformación integral de una partitura compuesta por Benjamin Britten, el espectador será testigo de la forma en que trabajan los distintos elementos que cobran valor en conjunto para dar forma a eso que llamamos cine. Cuestión aún más evidente aquí, donde el marionetista detrás de dichos elementos es uno de los grandes nombres de la puesta en escena moderna. Porque el secreto en el cine del realizador de Rushmore, Los excéntricos Tenenbaum, Viaje a Darjeeling, entre otras muestra con Un reino bajo la luna que no sólo es un gran dominador del séptimo arte, sino –en tanto mayor valor- que es capaz de recrear mundos con vida, mecánica y estructura propios. Aquí, aquel caos ordenado será enrevesado por Sam (Jared Gilman) y Suzy (Kara Hayward) dos preadolescentes que deciden escapar de sus familias (una pareja de abogados y un campamento boy scout respectivamente) para dar rienda suelta a las libertades que los preceptos adultos consideran aún prohibidos. De esta forma, la música, la pesca, el baile, la danza, las lecturas nocturnas, el despertar sexual, el primer beso, los roces, serán parte de una experiencia que promete extenderse hasta la todavía lejana madurez. Porque bajo la promesa de vivir en aventura entre los dos ahora fugitivos habrá una unión que ya no perecerá: la de revelarse ante una idea social que encuentra en el silencio su único modo de supervivencia. En este deseo radica el verdadero sentido del film de Anderson. No casualmente, la película se desarrolla en una pequeña isla de Nueva Inglaterra durante los años ’60; allí donde desde el hoy, todo tiempo pasado representa la planificación surrealista del sentido de la vida en una infancia que no entiende de cobardes retrocesos, sino todo lo contrario. Para reforzar esa idea, mientras buena parte de los adultos (un elenco compuesto entre otros por Bill Murray, Frances McDormand, Edward Norton, Bruce Willis, y Tilda Swinton) salen en su búsqueda –e insisten en ocultar sus propios deseos- la cámara acompaña a la pareja protagonista desde su altura, siempre en movimiento e implicando una cercana complicidad entre el espectador y los personajes. Aún así, el punto fuerte de Un reino bajo la luna (y a esta altura una condición obligada en toda la filmografía de Anderson) es cómo conviven sus extraños seres dentro de ese devenir melancólico y organizado. Llevado al punto extremo, son tantos los detalles en cada plano, tantas las partes que convergen en este mundo onírico que resulta –a falta de mejor vocablo- encantador. Los detalles del universo creado por el director no buscan prioridad; pero resuenan desde el lugar menos pensado para dar forma a esta fábula nunca infantil, aunque siempre conscientemente ingenua. Destinado a convertirse en film de culto, Un reino bajo la luna apela por último a la participación del espectador para explotar sus totales capacidades. Porque de la misma forma en que esos niños comprenden cómo se conforma aquella obra musical al principio del relato, nosotros deberemos tomar parte, delimitar y descubrir cada construcción individual, para darle coherencia dentro de la historia. En otras palabras, y como en esos tiempos donde el mayor desafío pasaba por enfrentar al mundo envueltos en peinados de gomina y pantalones cortos hasta las rodillas marcadas por los quijotescos tropezones (de la plaza, la escuela o el patio de casa), Wes Anderson nos invita a jugar. O puesto de otro modo, a ser niños otra vez.
Sexta no es reversa Bien sabido es que a mayor número de secuelas tenga una franquicia en Hollywood, más cerca se encuentra de su propia sentencia. Aún con reservas, la saga de Rápidos y furiosos puede ser una (pequeña, vamos) excepción a la regla. Luego de levantar el listón a lo grande con una contundente quinta parte, el director taiwanés Justin Lin (a cargo desde el tercer capítulo) reúne al equipo completo y suma otros de relevancia para ofrecer un film cargado de testosterona, acción… e inverosímil. Esta vez la excusa para hacer rugir los motores en distintos países del mundo (Inglaterra y España principalmente) es la aparición de una organización criminal que también opera sobre ruedas. Tras la pista de los maleantes va Hobbes (Dwayne Johnson) ahora ayudado por Toretto ( Vin Diesel) y su troupe, quienes descubren que Letty (Michelle Rodríguez), a quien creían muerta, no sólo está viva sino que integra el equipo rival. Héroes con consciencia moral del lado de los malos no es una idea cómoda para el cine industrial, entonces los antes ladrones cambian de bando con la condición de una amnistía de dudosa justificación. Así, las habilidades y talentos de cada personaje responde ahora al mucho más ético planteo de, simplemente, atrapar a los malos para poder volver a casa. Sea esta, sin embargo, la excusa para poder ofrecer una convincente cantidad de escenas de acción desarrolladas con gracia y solvencia. Lin usó toda la experiencia adquirida, ubicando siempre la cámara en el centro de la acción y evitando caer en la confusión, una triste costumbre en el género. Puede que los 130 minutos de metraje resulten excesivos y que éstos sean más notorios cuando la película busque profundidad a través de sus personajes, pero lo cierto es que Rápidos y Furiosos 6 deja de lado su costado misógino (que lo tiene, aunque esté un poco más tapado por las explosiones) para ofrecer un trabajo con no pocas piruetas reales y todo tipo de vehículos destruyendo y siendo destrozados. Ahora bien, que los mensajes sobre los valores y el cuidado de la familia por sobre todas las cosas son subrayados hasta el hartazgo ya no es una sorpresa. Tampoco lo es, sin embargo, que esta sexta entrega sepa dónde está parada y ofrezca lo que promete. Que la diversión devenida en pirotecnia y puños sean suficientes para pagar una entrada al cine, eso ya es harina de otro costal.
La última película de Pablo Trapero devuelve al cineasta más comprometido con los temas de corte social, luego del coqueteo con el cine negro de la notable “Carancho”. Y así como “Elefante blanco” profundiza en las constantes desgracias que provoca la marginalidad, es también la excusa perfecta para volver a poner sobre el tablero las piezas que el cineasta mejor sabe usar: las de desmitificar las instituciones. Porque así como el padre Julián (Ricardo Darín) es mostrado primero sin su túnica, el film no intenta explotar la problemática de la pobreza, sino de analizarla desde su interior y ubicarla en un contexto. A través de los ojos del cura Nicolás (el belga Jerémie Renier), un sacerdote que llega hasta al país rescatado por su amigo y colega de un trágico suceso para trabajar codo a codo en la villa, el espectador se adentrará y “descubrirá” las formas, los códigos de ese complejo micro mundo que parece funcionar de manera autónoma. Ambos, junto a una trabajadora social (Martina Guzmán), intentarán devolverle la dignidad a un sector que parece haber sido olvidado por el propio sistema. Símbolo de ello es el Elefante blanco al que alude el título, una obra que prometió ser el hospital más importante América Latina pero que nunca llegó a ser terminada. Precisamente a través de sus personajes Trapero desarmará los estereotipos de esas organizaciones. No habrá aquí curas de póster ni héroes de cartón; en todo caso aparecerán hombres y mujeres capaces de creer, de cuestionar, de llevar adelante situaciones por el sólo hecho de hacer lo que es debido… al fin y al cabo hombres y mujeres de fe (más allá de su connotación religiosa). Desde ese lugar, el realizador de El bonarense, Mundo grúa y Familia Rodante entre otras va a pormenorizar en la eterna lucha de clases que surge por la encomiable necesidad de la vida digna con recursos por momentos incómodos. La violencia, la droga y el narcotráfico van a ser mostrados con una cruel naturalidad, en un ambiente donde la vida y la muerte dependen tanto del destino y el azar, como la suerte de cada uno de sus habitantes. Necesario será aclarar también que el relato funciona gracias al muy bien trabajo del trío protagónico. Darín vuelve a demostrar que es capaz de hacer creíble cualquier tipo de papel y que tiene peso propio delante de la cámara; Guzmán, más al margen de la historia central, ofrece otro buen desempeño y Renier (un habitual en el cine de los hermanos Dardenne) sirve como nexo para la “inmersión” en esas situaciones que pronto dejarán de ser ajenas, con un personaje que crece junto al propio relato. Película de planos secuencia, de una ambiciosa puesta en escena, Elefante blanco es un sólido relato sobre los distintos puntos de vista que acarrea un mismo mal. Con homenaje incluido hacia la figura del ya mítico padre Carlos Mujica, Trapero concluye que aún en la peor de las oscuridades, siempre que haya alguien dispuesto a prestar atención a las necesidades de los demás habrá posibilidades de hacer de éste, nuestro mundo, un lugar mejor.
El paraíso vestido de gris Las malas noticias llegan primero. O al menos así lo creía Matt King (un muy preciso George Clooney) encargado de cuidar de su esposa, víctima de un accidente náutico que la deja en coma profundo. Las cosas, sin embargo, tomarán un nuevo curso cuando este abogado, que reside en Hawai junto a su familia, se entere por boca de su propia hija que aquella mujer cuya vida pende de un hilo mantenía una relación extramatrimonial. A partir de este conflicto, el realizador Alexander Payne (Omaha, EEUU, 1961) desarrolla una historia donde la culpa, el perdón, las segundas oportunidades y el concepto de familia (en su percepción más occidental) se ponen en juego. Nominada a cinco premios de la Academia de Hollywood, Los descendientes merodea entre el drama y la comedia. Mientras el protagonista debe aprender a llevar adelante esta inesperada nueva realidad, se verá obligado a apoyar/enfrentar/conocer a sus dos hijas adolescentes, con quienes tendrá que estrechar vínculos forjados hasta entonces (al menos desde el lugar paterno) por premisas materiales. El director de Entre copas (2004) y Las confesiones del Sr. Schmidt (2002) se apoya en sus personajes para reflexionar sobre algunos de los temas más sensibles sin caer en regodeos ni golpes bajos. En este sentido, bien puede pensarse en puntos en común con otros exponentes del cine indie norteamericano: Tamara Jenkins (La familia Savage), James C. Strouse (Ella se fue) y Noah Baumbach (Historias de familia). Indispensablemente apoyada en la relación entre sus personajes, el trabajo de todo el reparto es de una precisión milimétrica. Además del ya mencionado Clooney, el trío de jóvenes que lo acompaña durante su revelador recorrido (Amara Miller, Shailene Woodley y Nick Krause) y algunos secundarios que prometen besos robados, golpes con aviso y conflictos familiares por parcelas de tierras vírgenes pertenecientes a la familia King, terminan por cerrar un círculo de subtramas que atrapan y emocionan en igual medida. No deja de haber, sin embargo, cierto exceso en la utilización de la banda sonora en pasajes concretos, de los que Payne logra salir ileso por su astucia cinematográfica, siempre dispuesta a privilegiar la atención del espectador antes que la utilización demagógica de los hechos. “¿Acaso creen que somos inmunes a la vida porque vivimos en el paraíso?” se pregunta la atormentada figura central. Pues la ecuación bien podría ser invertida: no hay paraíso sin los detalles que hacen inmune a la vida. Con semejante lema, Los descendientes (los que son, los que serán) plantea que sin importar dónde, la mejor manera de seguir adelante es con un corazón en paz.
El síndrome del auto averiado ¿Cuáles son los alcances del amor? ¿Existe algún mandato social que pueda delimitar la reacción ante la pérdida de un ser querido? Estas son las preguntas con las que parece comenzar el director Marcos Carnevale su última película. Hay en Viudas un intento de reflexión sobre el duelo frente a la muerte. La historia comienza con Elena, una realizadora audiovisual, que recibe un llamado anónimo: su marido fue internado tras sufrir un paro cardíaco. Ya en el hospital se encuentra con Adela, una treintañera que -aparentemente- solo viste un abrigo masculino. La verdad será revelada al poco tiempo, es la amante de su esposo Antes de morir, el pedido de Augusto definirá la capacidad de entendimiento de su mujer: cuidar de aquella chica con la que mantenía una relación. Con esta premisa se desprende lo más destacado de la película, el latente duelo (actoral) entre Graciela Borges y Valeria Bertucelli. Una y otra son capaces de remontar situaciones que, por absurdas, serían definitivamente inverosímiles en distintas circunstancias. Habrá en el medio un intento de suicidio, una convivencia entre ambas, una asistente consejera (la siempre impecable Rita Cortese) y un travesti paraguayo (correcto debut en pantalla grande de Martín Bossi) como una ama de llaves semi-alcohólica que se jacta de conocer todos los secretos de la casa. Con un promisorio comienzo, a medida que corren los minutos Viudas parece sufrir el síndrome del auto averiado. Es decir, cuando todo parece indicar que el film toma el rumbo adecuado éste detiene su marcha, imprudente, a la espera de un empujón. Tal vez pueda dar señales de arranque algunas veces más, pero desde entonces el estancamiento será constante. Carnevale, responsable de Elsa y Fred y de la prejuiciosa Anita, quiere bucear en los sentimientos de esta dos mujeres que sobrellevan -sufren- la muerte del ser querido. Una con el mérito social del matrimonio como causa aprobadora para la tristeza; la otra con la condena del silencio como castigo por el adulterio en el que queda involucrada. Sin embargo, como ya ha hecho en otros casos, el realizador desvía el punto de conflicto. Ninguna será capaz de juzgar a este hombre a pesar de las mentiras... todo lo que necesitan es amor. Viudas es una película que, por sus ambiciones, defrauda. Aleccionadora y predecible, en circunstancias parece no hacerse cargo del tema que trata. En ése momento donde el fin de una vida debe dar comienzo a otra irremediablemente nueva, el mensaje demagógico del film le gana a las buenas interpretaciones, complementarias a un trabajo más prometedor que -continuando con la metáfora- se queda sin combustible desde la mitad del camino.
Víctima del cine agotador (Linterna Verde inicia) El estreno de Linterna Verde vuelve a poner en primera plana a ese subgénero nacido en los últimos años llamado “cine de superhéroes”. Y con tanta cantidad de adaptaciones a la pantalla grande de hombres con poderes, grupos que buscan salvar a la tierra por enésima vez de una amenaza intergaláctica o de solitarios individuos en busca de justicia, el proyecto termina siendo víctima del agotamiento. Es cierto que el guión del último filme dirigido por el respetable Martin Campbell (responsable de humanizar la figura de James Bond en Casino Royale, o de entregar un más que digno entretenimiento con La máscara del Zorro) hace agua en varias momentos. También es real que la traslación de una de las figuras más importantes de la DC Cómics abre demasiados temas y no profundiza en ninguno. Sin embargo, lejos está de ser el aburrido título que se indicó en varios casos y coqueteó con el fracaso comercial en los Estados Unidos. Linterna Verde tiene el suficiente atractivo para, al menos, salir de pie en comparaciones. Pareciera que el principal problema pasa por el momento de su estreno. Luego de (si no falla la memoria sobre este 2011) El avispón verde, X men: Primera Clase, Thor, Transformers, Soy el número cuatro y Capitán América, es necesario reflexionar acerca del desempeño de un nuevo exponente en las salas (tampoco sería inapropiado analizar la masiva llegada de estos superhombres, en el marco de un Hollywood post 11 de septiembre). ¿Es Linterna Verde una gran película? No. Pero supera con creces a paupérrimas adaptaciones como Daredevil, Elektra, Hulk, (sin dudas la más arriesgada), The Spirit, Gatúbela, Iron Man 2, Los cuatro fantásticos y cuánto ejemplo se les ocurra. La historia cuenta cómo Abin Sur, un alienígena que forma parte del Cuerpo Intergaláctico de Linternas Verdes estrella su nave en la tierra. Moribundo, le ordena al anillo que elija a un sucesor. Allí entrará en acción Hal Jordan (el siempre efectivo Ryan Reynolds), un piloto de avión que aún no supera la muerte de su padre en una fallida prueba de vuelo. Con el nuevo poder que le otorga “el arma más poderosa del universo”, Jordan deberá aprender todo sobre su nuevo rol y luchar ante dos fuerzas que amenazan con destruir la tierra. Honestamente, las apariciones secundarias de Tim Robbins, Peter Sarsgaard y Mark Strong son una mera justificación en la película. No hay demasiado tiempo para contar el basto mundo creado y publicado desde hace 70 años en poco menos de dos horas. Pero la esencia está allí. Valdrá la pena, entonces, esperar una secuela que ahora está en duda, para darle más desarrollo a varios de los personajes y situaciones que quedaron afuera (para conocer más en detalle, leer el cómic Linterna Verde: orígenes secretos). En resumen, la primera adaptación al cine de uno de los personajes fundamentales del bastión DC no es lo que se esperaba; de eso no hay dudas. Un guión por momentos ingenuo, un escasa profundización en las situaciones (a excepción de su padre, el resto de la familia de Jordan casi no aparece, su entrenamiento como héroe ocupa sólo algunos minutos, la vulnerabilidad ante el color amarillo), y efectos digitales que buscan predominar por sobre la historia son puntos a corregir. Pero gracias al buen desempeño del elenco, más una historia que se sigue con cierta gracia, el tropezón no llega a ser caída. Una película que, de haber llegado en otro momento, hubiese tenido mejor suerte.
La verdad está en el rollo J.J. Abrams, una de las mentes detrás de Lost y de la fresca y sorprendente nueva versión de Star Trek -entre otras cosas- probó con Súper 8 cómo ideas viejas pueden seguir funcionando cuando hay pasión y talento. En sociedad con Steven Spielberg (que aquí oficia como productor) se encargó primero de realizar una intensa campaña a través de Internet, donde la premisa era ocultar qué contaba la película. En realidad ese será un recurso que se mantendrá durante buena parte del film. Lo que se puede adelantar es que un grupo de adolescentes (gran trabajo de todo el elenco) realiza una película de zombies durante las vacaciones de verano. En una de las escenas que incluye una estación, aprovechan el paso de un tren para filmar. Éste pronto va a descarrilar, provocando un importante accidente registrado por la cámara que titula a la cinta. Con los adolescentes a salvo, develar qué transportaba la maquinaria y hacia dónde se dirigía será el principal tema a desarrollar. Y allí es donde Abrams da su principal mensaje. Sin revelar ningún detalle, se sabe que los chicos deberán remitirse a lo grabado por la cámara para empezar a conocer las respuestas del asunto: “la verdad está en el rollo”; o lo que es lo mismo: “la verdad está en el cine”. Sea tal vez esta la mayor declaración de amor que un director pueda realizar hacia el séptimo arte. En el medio, Súper 8 ofrece con ritmo frenético un relato que cuenta con no pocos homenajes, y que mama directamente de aquellas producciones de los ’70 u ’80 que rigieron buena parte del cine comercial de la época; con el propio Spielberg como principal exponente. Abrams explota en su último film algunos de los recursos que hicieron tan destacables sus trabajos anteriores: utilizar herramientas que ya fueron vistas, pero con nuevos matices. Tras descubrir los secretos detrás de Súper 8, vale la pena decir que es un trabajo serio, completo y muy entretenido. A partir de una premisa sencilla, los temas profundos que toca (el paso de la niñez a la adolescencia, la amistad, las relaciones familiares) hacen de éste un más que digno exponente de un cine actual que en algunas ocasiones, puede ofrecer todavía gratas sorpresas.
Con el escudo levantado Sería injusto decir que Capitán América es una mala película, porque de hecho no lo es. Divertida, con momentos inspirados, toques de humor, romance y -mucha- acción. Sin embargo, ya no es posible aplaudir una propuesta tan poco arriesgada como la que Marvel presenta antes del monumental arribo de “Los Vengadores”, la reunión que viene siendo anunciada desde hace años. Y el film tiene en ese concepto de “preparar-el-camino” su principal obstáculo. La presentación del gran héroe, ícono de patriotismo y moral para el gran público, es una película que carece completamente de identidad propia. Ambientada durante los años 40 y en el marco de la Segunda Guerra Mundial, el joven Steve Rogers, rechazado para enlistarse en el ejército en varias oportunidades, es elegido por un antiguo científico alemán (el gran Stanley Tucci) que trabaja para los aliados con el fin de probar un suero que aumentará sus capacidades y lo convertirá en un súper soldado. Con el éxito del experimento, Rogers primero será utilizado como propaganda para acrecentar la moral del pueblo norteamericano y luego sí, se ganará un puesto en el campo de batalla. La simpatía del director Joe Johnston (Jumanji, Rocketer, Querida encogí a los niños, Jurassic Park III) en parodiar el nacimiento del héroe (los cómics creados por Joe Simon y Jack Kirby buscaban levantar el ánimo de los hombres en combate) como una imagen publicitaria es destacable, pero no pasa del mero guiño. Sí cabe mencionar el correcto mote de “Primer Vengador” al que remite el título. Porque el personaje interpretado por Chris Evans (que ya fue Antorcha Humana en Los cuatro fantásticos) primero será motivado por los propios ideales yankees, pero su pelea contra Calavera Roja (Hugo Weaving, el agente Smith de Matrix) se convertirá en algo personal tras una vuelta de tuerca que modificará algunas actitudes del enmascarado. También hay un gran elenco secundario que realmente le aporta y mucho a la cinta: a los ya mencionados, se suman Tomy Lee Jones como un coronel del ejército y Hayley Atwell como el interés romántico del protagonista. El último título de Marvel tenía la difícil tarea de no poder cometer una torpeza que influyese de forma negativa el paso siguiente, que llegará en 2012. Semejante presión le juega en contra: película de superhéroes que aborda todos y cada uno de los tópicos del género, no se permite ningún atrevimiento y termina siendo una propuesta sin alma. Un Capitán América que no puede evitar salir a la batalla (la de la taquilla) con el escudo levantado.
El cierre de un ciclo La saga que logró extender durante una década el interés de millones de jóvenes -y adultos- en todo el mundo finalmente llegó a su fin. Y en ese sentido, Harry Potter y las reliquias de la muerte: parte 2 es todo lo que el fanático espera. La batalla final que sirve como epílogo de la séptima película encuentra en esta última entrega no una mera excusa para prolongar el éxito de la franquicia, sino por el contrario darle el tono necesario a una historia que evidenció signos de madurez desde sus inicios. Las películas de Harry Potter han mostrado un crecimiento y un desarrollo, simbolizados en el notable cambio físico de sus protagonistas (bien podría decirse lo mismo de su público). Lejos de tratarse de una película de aventuras, fantasías y deportes para chicos, esta último film pone por encima uno de los mayores inconvenientes de la adolescencia: el enfrentarse a los miedos. Aquel joven mago que debía cargar con un peso que nadie se hubiese atrevido a soportar, será capaz no solo de hacerle frente a aquel “que no debe nombrarse”, sino de humanizarlo, de considerarlo un igual. Ambos son parte de un todo, el bien y el mal, el ying y el yang, que aquí encontrará conclusión definitiva. Por momentos lo suficientemente grande, por otros sobrecargada de información (pareciera que el director David Yates no pretende dejar nada librado al azar) la película supera el ambiente opresivo de la primera última parte y no escatima en efectos a la hora de presentar la batalla final que tendrá lugar en Hogwarts. Parte de ello es la obscura fotografía del portugués Eduardo Serra que carga de angustia a los tiempos que debe enfrentar el trío protagonista y todos los que alguna vez pasaron por la escuela de magia. Sin dudas, Harry Potter y las reliquias… le hace honor a una saga que debe ser tomada como ejemplo a la hora de adaptar libros para un público más joven. De entre la enorme cantidad de casos que aparecieron en los últimos tiempos, el mundo creado por J.K Rowling ha logrado una calidad con la que otras franquicias solamente sueñan. ¿La clave? El respeto. A pesar de la fantasía, la posibilidad de identificación con los conflictos y las experiencias de la adolescencia trascendieron la pantalla, pero también el sentido comercial que al fin y al cabo tiene la obra en su totalidad. Aún cuando para muchos, entre los que debo admitir no me encuentro, este final será un emocionante viaje de nostalgias y recuerdos, la última entrega del joven mago es -sin ser una obra maestra- el cierre de un ciclo, el de la vida de un personaje que tiene destino de clásico, al menos para una generación que creció afianzada a sus miramientos y enseñanzas.
Una vuelta de tuerca al cine de Pixar Aún cuando pueda ser cierto que Cars 2 no está a la altura de las obras más importantes de Pixar, también es justo decir que se encuentra bastante por encima de cualquier estreno que suele llegar a las salas comerciales. Es que cuando John Lasseter aparece en la dirección (acompañado aquí por Brad Lewis) se sabe que las cosas irán por buen rumbo. Co-fundador de la empresa que hoy cumple 25 años y marcó un antes y un después en el cine de animación, Lasseter demuestra aquí su amor por el séptimo arte. Y es que ni siquiera la primera parte, estrenada en 2006, era una de las grandes películas de la firma. Sin embargo, esta secuela se transforma gradualmente en una divertida aventura que reflexiona sobre la amistad, la identidad y los prejuicios sociales, mientras se homenajea a las historias de espías que hicieron las delicias de los jóvenes décadas atrás En Cars 2, Rayo Mc Queen es invitado a un Grand Pix que incluirá etapas en distintas ciudades del mundo y que servirá como excusa para presentar un nuevo tipo de combustible. Listos para participar, Mate se verá involucrado durante la carrera en una misión secreta que busca evitar el ataque de un grupo mafioso obstinado en arruinar la competición. La maestría de Lasseter para introducir elementos de espionaje en el mundo Cars, logran un efectivo resultado: los autos devenidos en agentes, los trucos utilizados se ven realmente bien en pantalla y se resuelven con una inusual naturalidad. Sin embargo, esta vez, se perciben algunos problemas: si el sujeto que interviene en una misión ultra secreta es un latiguillo que ya ha sido usado demasiadas veces, el inconveniente toma nuevas dimensiones al darle demasiado protagonismo a Mate, que está muy lejos de ser un personaje lo suficientemente atractivo para llevar adelante la película. De todas maneras, las cosas funcionan gracias a la cantidad de subtramas, los nuevos personajes y los novedosos elementos utilizados. Esta segunda parte presenta todo un mundo preparado al estilo Cars: ya no sólo autos sino aviones, barcos y todo tipo de vehículos. Aunque lo nuevo de Pixar dista mucho de títulos inolvidables como Ratatouille, la saga Toy Story o Wall-E, todavía demuestra porqué la firma es una de las más importantes del cine en general: lograron darle una vuelta de tuerca (para no evitar el chiste fácil) a una historia harto conocida, sin que disguste. Lejos de ser una joya animada, la película entretiene y mucho. Por esta vez, dejaremos que eso sea suficiente. Párrafo aparte para Vacaciones en Hawai, el corto basado en los personajes de Toy Story que se exhibe antes: una delicia para los fanáticos de los personajes y una inmejorable oportunidad de volver a verlos en pantalla grande.