La pasión revisada El documental de Eduardo L. Sánchez revisa la relación entre el escritor Raúl Barón Biza y la actriz y aviadora de origen suizo Myriam Stefford, quien murió en una tragedia aérea el 26 de agosto de 1931. Raúl Barón Biza es, posiblemente, mucho más conocido por el caso vinculado a su segunda esposa, Clotilde Sabattini. Aristócrata con aura de “escritor maldito”, cuando estaba pautado un encuentro con ella para iniciar los trámites de divorcio, le arrojó ácido a la cara y posteriormente se suicidó. La mujer, que sufrió daños severos, también se suicidaría algunos años después, al igual que otros integrantes de la familia. En Agosto final (2016), Eduardo L. Sánchez posa su mirada sobre lo que ocurrió mucho tiempo atrás. El punto de partida es una miniatura del monumento/mausoleo que Biza construyó para su primera esposa, y que Sánchez tenía en su casa, cuando era un niño. La relación entre Biza y Stefford tuvo su inicio en Venecia, en un ambiente vinculado al lujo, del que él fue testigo directo (en el film, se lo señala como el inventor de la frase “tirar manteca al techo”). Un “flechazo” selló el destino de ambos, que llegaron hasta Buenos Aires y se convirtieron en marido y mujer. Ella alimentó su fama de actriz mundial, al tiempo que ofrecían fastuosos agasajos que sirvieron para poner en escena sus excentricidades. Stefford murió en un accidente de aviación, en el que junto a su instructor planeaba unir varios puntos de Argentina. Pronto se dijo que su compañero de viaje era más que eso, y que se trató de un asesinato disfrazado de accidente. Asesinato, por cierto, que habría sido perpetrado por el marido despechado. Con tamaño acontecimientos y esos protagonistas, el documental ya tiene –casi inevitablemente- un punto a favor. La inclusión de entrevistados es de carácter historicista; hay forenses, periodistas, archivistas, bibliotecarios, etc. Los testimonios esbozan una mirada sobre la pasión que los unió, pero también arrojan luz sobre la muerte de ella. Hacia el final, lo que se pone bajo la lupa de la investigación (con resultados “certeros”) es parte de la identidad familiar del propio director del film. Sánchez conduce el documental por la senda del policial, con una fluidez que en varios momentos se ve amenazada por un montaje un tanto disruptivo. También aparecen intervenciones del actor Daniel Aráoz y de la periodista Emilia Claudeville, quienes dramatizan encuentros entre Biza y Stefford: otro punto en contra. El espectador es obligado a confrontar la imagen que se hizo de los verdaderos protagonistas con la que le ofrecen los actores. Y el resultado, inevitablemente, ofrece un saldo negativo. Si la balanza se inclina a favor del film, es por lo álgido en términos dramáticos de la historia; su eterna aura de duda, la seducción que ejercen las historias de amor que terminan mal, aún cuando están selladas con un final trágico.
Reconstrucción de una historia de amor y muerte El abanico de enigmas que se desenvuelve a medida que este fascinante documental de Eduardo Sánchez penetra como si fuese el trabajo de un detective en la excentricidad de la figura del escritor y millonario Raúl Barón Biza y sus apasionadas tragedias amorosas, sumergen al espectador en un laberinto motivado por una búsqueda muy personal y valiente. Desde ese espacio la realidad de la búsqueda en el presente, la visita a lugares puntuales no sólo en Argentina sino en Europa se entrelazan con el pasado y la especulación en el acopio de información y pistas para desentrañar las causas y consecuencias de una historia de amor con final poco feliz. Los personajes indagados a veces parecen de novelas policiales más que existentes en una época, su halo de misterio es lo que los hace más interesantes por conocer y tal vez, esa sea una de las claves que el propio Eduardo Sánchez logró aplicar a su búsqueda de identidad, a su avidez por llegar hasta las últimas consecuencias para conocer desde secretos familiares hasta revelaciones que jamás se hubiese imaginado. Agosto final (2016) logra generar en el espectador la expectativa por querer conocer, logra acomodar las fichas en un rompecabezas teniendo presente un aspecto emocional y con el equilibrio necesario para atar cabos en un enorme mapa de incertezas.
Llega a las salas Agosto final, un documental sobre Raúl Barón Biza y Myriam Stefford que va más allá de esta historia para hacernos testigos también de la búsqueda de identidad del propio director Eduardo L. Sánchez. En la ruta 5 se alza un monumento, con forma de ala de avión, en homenaje a Myriam Stefford, mandado a construir por su esposo Barón Biza tras su trágica muerte. Ese monumento al amor llama la atención de Eduardo L. Sánchez (director y guionista) quien, de a poco, se va introduciendo en una historia que, además de mezclar mucho la realidad y la ficción, lo termina involucrando personalmente. En este documental los actores Daniel Aráoz y Emilia Claudeville dan vida a los dos protagonistas en las escenas ficcionalizadas de un modo muy teatral, para terminar de completar escenas sobre las que se han hablado y escrito pero de las que nadie ha sido testigo. De manera literal estas incorporaciones tiñen de mayor dramatismo a una historia que, ya de por sí, tiene mucho de cinematográfico pero, sobre todo, de misterio. A través de un profundo trabajo de investigación, Sánchez reconstruye la historia de estos dos personajes y su relación. Una mujer que presumía de ser actriz y, en su afán de buscarle un lado más aventurero a la vida, se convierte en aviadora y se pone como meta la ambiciosa idea de unir catorce provincias piloteándolas. Tarea que nunca vería cumplida tras un accidente que también dejó muchos agujeros y misterios por resolver. Y un hombre alegre y fiestero, millonario escritor que se enamora perdidamente pero que tras la pérdida de su mujer se hunde cada vez más en los vicios y la depresión, siendo luego recordado de la manera más trágica por haber atacado a su segunda mujer con ácido. Con diferentes voces -en su mayoría expertos y algunos cercanos a los lugares que guardan los mayores secretos de esta historia- y desde diferentes lugares del mundo es que se va construyendo, desentrañando a estos personajes y lo que sucedió, con versiones que a veces se contradicen y se cruzan entre sí. En el medio, Sánchez se ve conectado con su propia búsqueda personal e intenta conocer aquello que su madre nunca le permitió saber.
La fascinante relación de Raúl Barón Viza y Myriam Stetfford, investigada minuciosamente por el director Eduardo Sánchez, que durante años trabajo arduamente, recorrió el mundo impulsado por su pasión por al verdad y por descubrir quien era su abuelo, uno de los protagonistas de esta historia incomparable. Desde el comienzo de este romance entre el escritor y magnate argentino con una hermosa joven suiza, fue el mismo Barón Viza, conocedor de cómo manejarse con los medios, el que inventó fábulas alrededor de esta mujer audaz, que se presentaba como actriz famosa y no lo era, y se hacia llamar baronesa y era hermosamente plebeya. Pero además se convirtió en aviadora, con una instrucción muy breve y se empeñó en una hazana aeronáutica que culminó en tragedia. Barón Visa construye un mausoleo para honrarla, mas alto que el obelisco, rodeado de fantasías y maldiciones. Estamos hablando del mismo Barón Visa que tras tirarle acido a su segunda mujer se suicida y marca un sino trágico en su familia. Un documental que nos lleva al recorrido emotivo, seductor e impresionante de estas historias pobladas de testimonios y leyendas que alimentan verdades a medias y mentiras.
El amor como enigma policial La historia de amor entre el escritor Raúl Barón Biza y la actriz y aviadora de origen suizo Myriam Stefford tuvo ribetes tan trágicos como desconocidos. Ella murió en un accidente aéreo en 1931 y él erigió en las cercanías de Alta Gracia un monumento a la memoria de una mujer adelantada a su tiempo. El director Eduardo L. Sánchez recorta con indudable pericia la historia de la volcánica pareja sobre el trasfondo de la historia de nuestro país en esos años. El documental con pasaje s de ficción -Daniel Aráoz y Emilia Claudeville interpretan al matrimonio en momentos clave de su relación- tiene sus puntales en el expresivo uso de fragmentos de noticieros y recortes de diarios.
Detectivesca investigación sobre dos extravagantes personajes de la fauna porteña La ambición humana no tiene límites, el deseo de triunfar, de trascender, sea como sea, fue la motivación principal que tuvo esta particular pareja durante los años ‘20 en la Argentina. El director de éste documental, Eduardo L. Sánchez, se ocupó de rescatar del olvido la alocada vida que tuvieron la suiza Myriam Stefford y el argentino Raúl Barón Biza. El disparador que encuentra el realizador para iniciar la investigación, y convertirla en una película, es una réplica en miniatura de un monumento que siempre estuvo en su casa, y que nunca su madre quiso explicarle lo que era, o lo que significaba. Las dudas, la intriga, la cantidad de preguntas sin respuestas se iban acumulando en su mente, no sólo por ese objeto sino también por saber fehacientemente cuál era su origen, lo tenían inquieto. Y su madre prefirió silenciar, ocultar, negar, la historia de los antepasados familiares. Y se sabe que ante la negación el ser humano se obsesiona cada vez más en saberlo. No importa cómo o lo qué es, pero necesita sacarse ese peso de encima aunque traiga consecuencias no muy agradables. En el raid el director viajó a Córdoba, a Suiza, Alemania, y Venecia, para conseguir datos, información, archivos, fotos.., a fin de descubrir lo que había detrás de esta historia. Fue armando el rompecabezas con testimonios de historiadores, allegados a la pareja, etc., y las capas se fueron levantando para comprender que el glamour, la sofisticación, la profesión que decía tener la extranjera, la fortuna que tenía el argentino, y la necesidad imperiosa de mostrarse ante la sociedad como exitosos, porque la mediocridad no era para ellos, resultó ser un cóctel explosivo, con consecuencias insospechadas en poco tiempo. Myriam decía que era una famosa actriz, Biza, fue un escritor, millonario por herencia, y el tiempo que estuvieron juntos la pasaron genial. Pero el correr los límites del peligro cada vez un poco más lejos, probablemente por aburrimiento, llevó a la mujer a aprender a volar un aeroplano en alrededor de dos meses, y junto a su instructor planificaron y comenzaron un periplo de volar por 14 provincias. Arriesgar de más cuando se lo tiene todo, es absurdo. Pero la estupidez humana es incorregible y esto la condujo a la muerte. El tratamiento riguroso con el que lleva adelante la realización, y el porqué de develar con tanto interés lo que siempre le ocultó su madre, convierte al director en una suerte de detective privado para desentrañar su propio origen y poder ponerle un punto final a esta auténtica novela.
Crítica publicada en la edición impresa.