La historia de las adaptaciones de obras teatrales al cine es una de malentendidos, choques, diferencia de lenguajes y tradiciones. Un arte antiquísimo enfrentado a uno reciente, cada uno con sus códigos, sus lógicas y sus verdades. Si bien a lo largo de las últimas décadas se han intentado generar nuevos cruces de lenguaje entre ambas artes (de ida y vuelta), permanece aún en el aire la sensación de que las tradicionales adaptaciones del teatro al cine siguen siendo una especie de forzado engendro, casi de choque cultural.
La adaptación al cine de AGOSTO, la premiada obra teatral de Tracy Letts, el autor de BUG y KILLING JOE, que fue un éxito teatral también en la Argentina, no está pensada para renovadores de ningún lenguaje. Es, sin ningún tipo de vergüenza, una adaptación old school de Hollywood: grandes actores en un par de escenarios sacándolo todo afuera en una competencia de histrionismo sin casi pausa ni freno. En un punto, tiene sentido: la obra se propone continuadora de cierto estilo realista de posguerra y la adaptación trabaja casi como si el cine actual fuera igual que en los años ’50 y ’60. Pero no lo es, por lo que la película se siente como un extraño objeto de otra época.
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AGOSTO se establece como una representante del subgénero “reunión familiar”, excusa que sirve para juntar a un grupo poderoso de actores y ponerlos a sacarse chispas entre sí. Lo demás es funcional y no se aleja mucho del escenario teatral: un par de cuartos en la casona, el parque que la rodea y apenas dos o tres escenas en otros lugares para “airear” la cuestión. Nada nuevo bajo el sol. Si bien la obra presentaba algunos desafíos estéticos (el escenario principal incluía una casa enorme y hueca), la película apuesta directamente al realismo psicológico en su variante más prototípicamente teatral.
Meryl Streep está aquí a sus anchas. Una actriz que suele mostrar grandes dosis de inteligencia para dosificar sus excesos de técnica, acá está –aprovechando al personaje– totalmente desatada, en una actuación que recuerda a clásicas personificaciones como la de Elizabeth Taylor en QUIEN LE TEME A VIRGINIA WOOLF? No por nada Taylor es la ídola de Violet, el personaje materno aterrador que interpreta en la película.
august-osage-county-julia-robertsCuando Beverly (Sam Shepard), el marido de Violet, desaparece y luego sabemos que se suicida, las hijas (y la hermana de Violet) van para el funeral a la casa de la Madre Todopoderosa. A lo largo de unos pocos días, el encuentro familiar derivará hacia el caos. Como un Voldemort de Oklahoma, Violet lanzará su veneno contra todos los asistentes. Podrá excusarse en la cantidad de pastillas que toma por su cáncer, pero lo cierto es que su agresividad supera los límites de toda tolerancia: no solo agrede y critica a sus hijas y nieta, sino que quiere quedarse con todo el dinero de la herencia entre otras barbaridades que conviene no adelantar acá.
Julia Roberts es Barbara, la hija mayor y la única capaz de hacerle frente ya que, finalmente, se le parece bastante. Ella y su marido (Ewan McGregor) acaban de separarse y tienen una hija adolescente (Abigail Breslin), pero prefieren mantener su situación en secreto. Juliette Lewis encarna a Karen, la hermana menor, que va de pareja en pareja, casi no tiene relación con la familia, y llega al funeral con su nuevo novio (Dermot Mulroney), bastante insoportable.
También está Ivy (Julianne Nicholson), la hermana del medio, la que se ocupó más de los padres y que ahora está en pareja con su primo hermano (Benedict “me anoto en todas” Cumberbatch) y quiere irse a vivir a Nueva York con él. El primo y sus aparentemente más accesibles pero igualmente perturbados padres (Chris Cooper y Margo Martindale) completan el elenco funerario. No, perdón, está también la mucama de origen indígena, que todo lo ve con el estoicismo y la sabiduría que, dice el lugar común, tienen los pueblos originarios.
augustosagecounty-mv-2En la mesa familiar (literalmente, una caótica comida es la “pièce de résistance” de la obra) empiezan a acumularse una tras otra las revelaciones y a salir las broncas del pasado. La obra duraba más de tres horas y la película dura apenas dos, por lo que la acumulación de grotescas situaciones familiares transmite al espectador la sensación de estar viendo una telenovela en fast forward en la que todas las calamidades posibles pasan una tras otra, sin dar respiro. ¿Infidelidad? Claro. ¿Alcohol? Por supuesto. ¿Drogas? Al por mayor. ¿Racismo? Sin falta. ¿Problemas de dinero? Todo el tiempo. Y podría citar más, pero dejemos las “revelaciones” para el filme.
Este combate de lucha libre actoral tiene, por supuesto, a Streep como la Reina Madre, ganadora de la batalla antes de empezar. Al espectador le ganará también, por admiración, cansancio o fastidio, ya que su presencia y poder son inevitables. No es una “mala actuación” ni nada por el estilo, sólo que se maneja en un tono tan ampuloso y teatral que resulta agotadora, al igual que su personaje. Roberts, en ese sentido, parece mucho más enterada de la presencia de la cámara y aún cuando su personaje tiene varias aristas similares a la madre, en sus momentos de silencio y en sus primeros planos podemos ver en ella retazos de un ser humano.
Nicholson y Cumberbatch como la sufrida parejita de primos y Cooper -en el rol más jovial de todos- bajan un poco los decibeles de histrionismo del grupo, pero AGOSTO nunca se aparta ni un centímetro de su sistema, tan antiguo como probado. Es cierto que en algunos momentos la intensidad actoral y las peleas pueden hacer mella en el espectador (especialmente los que tengan familias bastante problemáticas), pero lo que uno no logra nunca es sacarse de la cabeza que está viendo a un grupo de actores fagocitándose los textos y olvidándose que hay una cámara que amplifica enormemente cada cosa que dicen o cada gesto que hacen.