Agosto

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Loco x el Cine

Si querés llorar, llorá…

“La familia es la base de la sociedad”. Bueno, no hay que ser un genio para deducirlo. Pero lo cierto es que en Estados Unidos “la familia” unida es símbolo de estabilidad y prosperidad. Un hombre debe tener su esposa, sus hijos, sus cuñados, suegros, nietos, perros y gatos bien bien cerca o la sociedad lo empieza a mirar con otros ojos.

No por nada, la temática “familia disfuncional” es un tema tan convocado por el cine de Hollywood. Es un tema que hay que arreglar. Una familia disfuncional no es buena propaganda estadounidense.

La obra Agosto: Condado de Osage del premiado dramaturgo Tracy Letts intenta de alguna manera satirizar la institución familiar exponiendo o desnudando en un fin de semana toda la hipocresía y mentiras que se esconden debajo de la alfombra de los Weston, una típica familia conservadora rural sureña liderada por un patriarca intelectual y una madre dominante. Los hijos, tienen su propia vida y evaden a cualquier costa, reunirse con sus progenitores.

Pero sucede una tragedia: papá se suicida en el lago y mamá se está muriendo de cáncer, a consecuencia del tabaco y el alcohol. La familia deberá pasar un fin de semana juntos intentando no matarse entre ellos, después del funeral del padre.

De esta manera comienza la adaptación cinematográfica de John Wells de la premiada pieza de Letts.

Lo más atractivo – y publicitario – de esta trasposición reposa en el elenco que Wells tiene la difícil tarea de coordinar. Meryl Streep lidera un escuadrón, secundado por Julia Roberts, Chris Cooper, Benedict Cumberbatch, Juliette Lewis, Abigail Breslin y Ewan McGregor entre otros.

Sin embargo, entre tanto nombre, entre tanto prestigio ganado con antelación, entre tanta fotografía crepuscular y una banda sonora emotiva a cargo de Gustavo Santaolalla que intenta recuperar un tono folclórico típico sureño, John Wells, se olvida de construir una película

Letts, con bastante pereza hace una adaptación demasiado fiel de su propia obra y Wells toma esto al pie de la letra. Es muy poco lo que convierten a Agosto, en una obra cinematográfica y no en una obra filmada en escenarios “naturales”. Wells pone la cámara al servicio de diálogo y es demasiado respetuoso para construir una atmósfera, un clima cinematográfico. No hay estética. El montaje es una sucesión de escenas en espacios reducidos – hay bastantes exteriores, pero el espacio donde se mueven los personajes es muy limitado – hay poco lugar para silencios o cruces de miradas. Wells no comprende demasiado bien que el primer plano, diferencia al cine del teatro, y por mero respeto a la obra, quiere conservar una puesta teatral – especialmente en una escena clave durante una cena que dura 15 minutos, pero pareciera que dura tres horas.

Si tomamos como ejemplo otras trasposiciones como Tape (Richard Linklater, 2001) o Closer (Mike Nichols, 2004) veremos que la tensión pasa por lo que no se dice en la escena, por lo que se transmite en el ambiente, por las miradas de los actores, por la evolución rápida que tiene la acción. Sin salir de un mismo escenario obras llevadas al cine como la de Linklater, Bug (William Friedkin, 2006, inspirada en otra obra de Letts, al igual que la inédita y genial Killer Joe) o ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (también Nichols, 1966), la tensión se construye por todo aquello que no vimos en el teatro, por la intimidad, porque el espectador es el aire entre los personajes.

Por un momento el film parece influenciarse en ciertas películas “indies” de fines de los ’60 como Mi vida es mi vida (Bob Rafelson, 1970), pero está muy lejos de ese nivel de cercanía, química y perspectiva entre los personajes y el espectador.

Más allá de una fallida e inimaginativa puesta de cámara, el film se regodea más en el melodrama que en la ironía. Wells impone un tono similar a la de una telenovela donde se van sucediendo revelaciones que en cierta forma obligan al espectador a despertarse del letargo. Una excusa para que la película siga adelante y no termine de repente. Las “sorpresas” argumentativas no son más que golpes de efecto forzados y que derivan en diálogos superficiales, que terminan con personajes llorando, abrazándose o pegándose.

Si la intención de Letts fue una crítica sarcástica a la forma en la que la sociedad estadounidense retrata a la familia perfecta, el resultado de la visión de Wells, es el opuesto: una justificación de esa mirada conservadora.

Y sí la mirada ingenua – que incluye la mirada de un personaje ajeno, una descendiente de aborígenes demasiado estereotipada – y discursiva no es suficiente para molestar al espectador que no se conmueve fácilmente con las revelaciones familiares, el aburrimiento lo terminará sucumbiendo. Porque no nada que sea más denso que ver teatro filmado, y mucho menos si este parece leído tal cuál fue escrito.

Nuevamente, el único verdadero atractivo del film es su elenco. No en particular Meryl Streep, que cuando compone un personaje demasiado alejado físicamente de su propia fisonomía – caso Margaret Thatcher – da como resultado una caricatura, una criatura inverosímil que solo conmueve a los miembros de la Academia de Hollywood por su distanciamiento con la “Meryl real”. Tampoco Julia Roberts, que un poco mejor que Streep, no puede sacarse de encima a Erin Brockovitch. Y mucho menos Ewan McGregor que desde que hizo Episodio I de La Guerra de las Galaxias se parece más a un androide que al fascinante actor que conocimos en los primeros y mejores trabajos de Danny Boyle.

Son Chris Cooper, Margo Martindale, Julianne Nicholson, Juliette Lewis y Sam Shepard quiénes le brindan un poco de calidez y humanidad a la obra. Tampoco están mal, a pesar de ciertos excesos Benedict Cumberbatch y Dermot Mulroney, acaso el personaje más parecido a un comic relief que tiene el film.

Una obra oscura demasiado iluminada, una sátira dramatizada injustamente, una película pretenciosa, demasiado confiada en sus nombres para sacarla adelante.

Para rematar, Wells le agrega una escena final que no estaba en la obra original, que deja la sensación de que el mundo se puede arreglar tan solo mirando el crepúsculo.

Gracias, pero con Lo que el Viento se llevó fue suficiente.