¿Hay alguna forma de representación cinematográfica de la Triple Frontera que vaya más allá del narcotráfico y cuanto delito exista? Si la hubiera, no es precisamente el caso de Agua dos porcos, una coproducción entre Brasil y la Argentina centrada en las vivencias de un ex policía devenido detective privado (Roberto Birindelli) que llega hasta allí para investigar un crimen bajo el cual se esconde una intrincada red de secretos y delincuencia.
Que el detective sea alcohólico, fumador y tenga una pésima relación con su hija adolescente -con quien se comunica a través de una identidad falsa en redes sociales- es la punta del iceberg de los lugares comunes que pueblan las casi dos largas horas de una trama que cruza trata de personas con sexo, corrupción policial e incluso pedofilia (el protagonista se acuesta con una mucama menor de edad). Agua dos porcos intenta inscribirse sin suerte en la línea de relatos realistas con aires de denuncia, pero es víctima de esos estereotipos que supuestamente quiere combatir.