Coproducción argentino-brasileña dirigida por Roly Santos, con guion de Oscar Tabernise, la película está basada en la novela El muertito y ambientada en la selva de la triple frontera entre Paraguay, Argentina y Brasil.
Un ex policía, que languidece resistiéndose al retiro, acepta resolver un crimen en la selva de la triple frontera entre Paraguay, Brasil y Argentina. Detrás del crimen hay un mundo peor que el que se imaginaba, que lo atrapa y sumerge en el lodo de relaciones de complicidad y traición donde para sobrevivir no puede confiar en nadie.
El film parece asumir la estética de género neo-noir, una búsqueda dirigida al policial negro. Al principio me hizo acordar al film Cuatro estaciones en la Habana, los cuadros dentro de cuadro, el color virado a los verdes, las locaciones, la rusticidad del protagonista. Pero, con el avance de la historia, los planos empezaron a repetirse. Los puntos de vista casi idénticos en todo el desarrollo de sus personajes provocan cierto estancamiento.
Lo mismo parece suceder con el guion y el cierre de las subtramas que abre. La gran variedad de personajes e historias parecen pelear por el protagonismo, creando quizás un desequilibrio de contenido en la resolución de sus tramas y poniendo en evidencia, aún más, la superficialidad de las características particulares de los personajes que presenta, en la que todxs parecen tener algo muy oscuro, perverso y complejo a desarrollar pero que nunca sabremos bien con exactitud.
Eso provoca que, por ejemplo, el conserje del hotel (personaje interpretado por Juan Manuel Tellategui) me recuerde a Norman Bates de Psicosis, pues es tan similar desde la óptica vana que, con solo verlo, provoca en mí una asociación. Quizás porque Hitchcock sí desarrolló su complejidad y utilicé dicho background para poder acercarme desde algún lado al personaje creado por Roly Santos pero, con ese guiño, sólo logré ver a Bates.
En cuanto a la música, podría decir que subraya impetuosamente las acciones dramáticas sumándole a la literalidad, a las subtramas interminables, a las resoluciones efectistas y a la ausencia de contradicciones en sus personajes, una herramienta decorativa más que nos aleja del verdadero universo del policial negro.
Agua dos porcos, dirigida por Roly Santos, pone en escena temáticas como la trata de adultxs y niñxs, pedofilia, violencia doméstica, corrupción policial, asesinatos, entre otras, pero, al ser tantas, se queda narrando desde el estereotipo de sus personajes, apelando a lo efectista; esta decisión crea una distancia para con el público, impidiéndole la empatía para con la historia.