La triple frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay es una locación que se viene repitiendo, y no solo para el cine local, por su aura, justificada o no, de tierra de nadie, de lugar sin ley. Un escenario de frontera tanto física como simbólica donde se llevan al límite ciertas pasiones y miserias humanas es el escenario en que Oscar Tabernise ambientó su novela “El muertito”. Tabernise, conocido guionista de cine y televisión, célebre sobre todo por ser uno de los autores de la exitosa serie Poliladron (1994), adaptó al cine su propia novela, renombrada ahora como Agua dos Porcos, mientras que la dirección del film quedó a cargo de Roly Santos (aquí la entrevista). Ambos ya habían trabajado juntos en la serie Dédalo (2017).
La frontera es también adonde van a parar los desesperados, los que no tienen nada que perder. Y eso es precisamente Lucio Gualteri (Roberto Birindelli), un ex-policía devenido detective privado, un tipo derrotado sin otra razón para vivir que recuperar el amor de su hija adolescente y por la cual va aceptar el trabajo que lo lleva a este lugar perdido en medio de la selva. Su misión consiste en investigar el asesinato de un personaje prominente y quien se la encarga es el hermano de la víctima. Lo que le encomienda es una pesquisa paralela a la de la policía ya que esta parece no tener los elementos ni el interés para llevarla a buen puerto. En esta zona que se maneja con su propia ley, donde la corrupción es cotidiana y la tensión, la desconfianza y el temor es palpable de manera permanente, Gualtieri se va a encontrar en principio con lo que parece una red de trata de personas y la compra y venta de bebés y va a derivar en algo incluso más sórdido.
Agua dos Porcos se plantea como un policial noir, un género del que toma varios de sus elementos clásicos, la corrupción del sistema y las instituciones, el clima de fatalidad y sobre todo el carácter de su protagonista. Guarini es un perdedor típico, un tipo desencantado pero con un código moral firme, de constante (y justificado) malhumor y respuestas cortantes, que además para ayudar a su imagen border fuma todo el tiempo y bebe también en cantidades generosas. Un antihéroe interpretado de manera convincente por Roberto Birindelli.
Una historia de este tipo requiere una atmósfera particular que la sostenga pero en este caso la realización no acompaña por la tosquedad de la puesta en escena, la música intrusiva y redundante y una estética plana. El protagónico de Birindelli es lo más destacado del film junto con el policía corrupto interpretado por Daniel Valenzuela y el conserje un poco perturbado interpretado por Juan Manuel Telletegui. Estos dos últimos, personajes bastante genéricos y lineales pero que sus actores logran darle carnadura y hacer más creíbles. El resto del elenco no tiene tanta suerte y se debate sin éxito con parlamentos impostados y situaciones acartonadas tomadas de lugares transitados del género.
Si desde el guión se propone como un relato influenciado por el cine noir clásico y cierto realismo sucio, en cuanto a su puesta lo que el film más recuerda es a algunos policiales argentinos de los años 80 que bordeaban el exploitation, como Las esclavas (1987) o Los corruptores (1987), con propuestas de corte sensacionalista, desnudos gratuitos, escenas de sexo grasas, escenas de acción chapuceras y personajes unidimensionales. Y si la trama consigue generar cierto interés en los primeros tramos pese al descuido formal, un final apresurado y torpe termina de desbarrancar y malograr la propuesta.
AGUA DOS PORCOS
Agua dos Porcos. Argentina/Brasil, 2019.
Dirección: Roly Santos. Elenco: Roberto Birindelli, Daniel Valenzuela, Juan Manuel Tellategui, Mayana Neiva, Allana Lopes, Luiz Guilherme, Leona Cavalli. Guión: Oscar Tabernise, basado en su novela “El Muertito”. Fotografía Vinni Gennaro. Música Edu Zvetelman. Montaje: Jerry Zottola. Dirección de arte: Magno Ferreira. Sonido directo: Diego y Marcelo Ribas. Diseño de sonido: Marcos Zoppi y Emiliano Biaiñ. Producción ejecutiva: Rubens Gennaro, Virginia Moraes. Coproducción. Lucía Alcaín, Iñaki Echeverría. Duración 103 minutos