A LANGUIDEZ COMO ÚNICO RECURSO
En muchos policiales latinoamericanos y españoles que se basan en fuentes literarias viene notándose una dificultad evidente para construir relatos claramente cinematográficos. Se me vienen a la mente películas como Betibú, Los padecientes, Perdida y El guardián invisible (por citar algunos ejemplos), donde se nota claramente una confusión entre adaptación y la mera reproducción en imágenes de un texto previo. Uno de los pocos que ha podido escapar de esa especie de maldición fue Adrián Caetano con la notable El otro hermano. No es el caso de Roly Santos y Agua dos porcos, coproducción entre Argentina y Brasil basada en la novela El muertito, de Oscar Tabernise.
Se podría decir que el guión, escrito por el mismo Tabernise, explica por qué el film no llega nunca a trascender el lenguaje literario para adentrarse verdaderamente en el cine. Y es cierto, pero solo parcialmente, porque los problemas se extienden a la puesta en escena y la construcción narrativa en el relato centrado en un ex policía (Roberto Birindelli) que acepta un caso en la Triple Frontera y termina arrastrado por un entramado de relaciones criminales, complicidades y traiciones. Es que si la película procura transmitir la languidez del protagonista -que se resiste al retiro pero le cuesta encontrar un rumbo- a través de un ritmo pausado y una construcción progresiva del conflicto, lo que termina pesando es una atmósfera lenta, pesada y derivativa.
En Agua dos porcos se presentan múltiples subtramas y personajes con los que se va cruzando el protagonista, pero ninguna se desarrolla apropiadamente y encima cada frase o diálogo que se escucha, cada gestualidad o acción, están marcados por la impostación, como si la película solo pudiera confiar en el cine desde el paisajismo. Santos pareciera concebir el policial solo desde la enunciación oral o las imágenes de trazo grueso: ejemplos de esto podemos verlo en una escena de sexo que parece una publicidad de shampoo o en el policía encarnado por Daniel Valenzuela, que se la pasa recitando líneas que son un monumento a los lugares comunes.
Con numerosos baches narrativos y una acumulación de arbitrariedades a la hora de resolver sus planteos, Agua dos porcos solo tiene como recurso la languidez como pose constante. De ahí que nunca ese universo de oscuridades que pretende delinear llega a ser palpable. Quizás estaba en las páginas del libro, pero jamás aparece en la pantalla, donde solo domina el aburrimiento y toda tensión queda de lado.