Esta transposición del best seller de 2006 escrito por Sara Gruen no es mala, pero podría haber sido mucho mejor. El director austríaco Francis Lawrence (Soy leyenda) y el cotizado guionista Richard LaGravenese (Pescador de ilusiones, Los puentes de Madison) hacen bien los deberes (más allá de las limitaciones del material), pero el gran problema aquí es de casting y se llama, otra vez, Robert Pattinson. El actor de la saga de Crepúsculo es incapaz de darle un mínimo de empatía y convicción a uno de esos héroes trágicos que hubiesen engalanado a cualquier producción del cine clásico del Hollwyood de los grandes estudios. A pesar de los esfuerzos de Reese Witherspoon y el gran Christoph Waltz, como la diva y el malvado dueño de un circo ambulante en la depresiva norteamérica de 1931, el melodrama -dignamente ambientado y narrado- no termina de alcanzar la intensidad necesaria por la inexpresividad alarmante de su protagonista, que -lamentablemente- sigue pareciéndose aquí un vampiro, un actor sin sangre en sus venas.