Una vez empezada la película, ante las primeras imágenes, uno se dice, ¡Uy, esta ya la ví!
No sólo por la estructura tipo “Titanic” (1997), sino que cuando comienza, y nos adentramos en la historia, nos volvemos a repetir la misma frase.
Esto, por definición, no estaría mal si nos enfrentásemos a una buena producción, con buen desarrollo de personajes, actuaciones convincentes, alguna subtrama que juegue de contrapeso para atraparnos, algún interrogante que nos sostenga el interés, algo así como: ¿Qué paso con el diamante en “Titanic”? Sabíamos que el gran barco se había hundido antes de que se empezara a filmar la película, sabíamos del triangulo amoroso, sin embargo mal que mal en aquella ocasión el relato funcionaba.
Pero no, acá no. Sabemos por el relato de uno de los personajes que vamos a enterarnos de los hechos que terminaron en tragedia dentro de un circo. Para ello se nos envuelve la narración para regalo dentro de un triangulo amoroso. Todo es demasiado previsible, estereotipado.
Basado en la novela homónima de Sara Gruen, narra de la dura vida de un personaje en la áspera realidad vivida por los años 30, allá en la madre patria del norte, en plena gran depresión.
Jacob (Robert Pattinson) joven estudiante de veterinaria, quien a punto de recibirse queda huérfano y sin casa, sin saber que hacer de su vida, llega por casualidad a un circo, y allí logra ser contratado como cuidador de los animales por el dueño, August (Cristoph Waltz), un hombre ya entrado en años.
En el transcurrir de las horas, y dentro de ese ámbito, conoce a Marlena (Reese Witherspoon), la joven estrella del espectáculo circense y esposa de August. El triangulo amoroso esta instalado. ¿Adivine como termina la historia?
Pero sin adelantarse a los hechos, digamos que el mundo del circo no es ajeno a la decadencia de la vida en esos momentos. Económicamente no anda nada bien, las deudas lo acosan a August, para intentar evitar la muerte del circo, para atraer al público de los pueblos que van visitando, el dueño adquiere un elefante, para presentarlo como número extraordinario, de ahí el nombre de la película. Pero los celos enceguecen.
Los mejores logros de la producción están dados por la corrección técnica, desde la fotografía al servicio del relato, no le pida búsquedas estéticas por que no las tiene, pasando por la música, tanto la incidental exageradamente empática, como las selección de canciones, mayormente jazz, hasta se podría incluir la correcta estructura narrativa incluyendo el montaje de manual de escuela de cine.
Nada de esto rescata realmente al filme, la razón más sencilla no es sólo lo dicho anteriormente en relación a la previsibilidad del relato, lo remanido y anticuado del mismo, sino esta en dependencia directa con las actuaciones. Robert Pattinson hace alarde de su incapacidad de crear algún personaje, sigue siendo el vampiro con cara de nada de la saga de “Crepúsculo” (2008), éste para algunos carilindo nunca da con el personaje, como si el mismo le quedará demasiado grande, no lo hace ni creíble ni querible, sino de forma insoportable.
Por el contrario, el personaje de August le queda pequeño al genial Cristoph Waltz, ganador del premio Oscar por su labor en el rubro actor secundario en “Bastardos sin Gloria” (2009). En esta ocasión, le piden que lo repita, lo hace de maravilla, por un rato, pero este personaje de dueño de circo no tiene ni la construcción, ni el desarrollo, ni los diálogos, ni los matices del coronel Hans Landa.
Por último, tenemos a la bella y talentosa Reese Witherspoon en el papel mejor trabajado de los tres protagonistas, muy bien interpretado, pero sin partenaire que la ayude, poco puede hacer.