Un gran circo
Agua para elefantes (Water for Elephants, 2011), basada en el homónimo best-seller de Sara Gruen, es una de esas películas que huelen a rancio. A pesar del buen nivel técnico narra una historia que el cine mostró un sinfín de veces y que más allá de los resultados adversos Hollywood sigue empeñado en volver a contar.
El circo es el marco elegido para ambientar la historia sobre un amor prohibido entre los personajes de Robert Pattinson, cuya mayor virtud parece ser la inexpresividad, y la bella estrella del circo y esposa del malvado dueño, Marlena (Reese Witherspoon). Pattinson interpreta a Jacob, un joven muchacho que a principios de los años 30 se va de su casa para subirse a un tren que no es otro que el circo de los hermanos Benzini, uno de los más famoso de la época. En pocos minutos, el galante muchacho, comenzará a trabajar para el malvado August, interpretado por Christoph Waltz (al que alguna vez nos gustaría ver en otro rol) y en tan sólo días se ganará la confianza del villano para ser el entrenador de la elefanta que junto a Marlena se convertirán en la sensación del momento, llegando a destronar a sus competidores más cercanos. El amor pronto se apoderará de ellos como también los obstáculos. Pero, claro está, que al final, ya sabemos como todo terminará.
Cuando uno realiza la sinopsis de Agua para elefantes, siente que esta historia ya la contó un montón de veces y la contará otras tantas. De entrada sabemos que las historias de amor en el cine son universales, atemporales y que siempre mantienen ciertos tópicos. Pero porqué no darle una vuelta de tuerca y no hacer que todo sea un poco menos previsible y obvio. Desde el comienzo, al mejor estilo Titanic (1997), uno se imagina los diferentes carriles que va a transitar y lo peor es que nunca se equivoca. Por la mente, como si fuera otra película, se nos sucederán imágenes de películas que abarcarán desde la oscarizada El paciente inglés (The English Patient, 1996) a la nacional La cabalgata del circo (1945).
Robert Pattinson, cuyo único talento resulta ser su ambigua belleza y que tras la saga Crepúsculo no poder embocar un éxito, hace lo que mejor le sale: mostrar que no sabe actuar, mientras que Christoph Waltz tras su personificación en Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, 2009) sigue encasillado como el villano de moda del que parece no poder despegarse. Por otra parte la talentosa Reese Witherspoon aparece con un personaje tan desdibujado que le resulta imposible brindarle una construcción adecuada.
Hay films que están bien a pesar de que no nos gusten y otros que no nos gustan porque están mal. Agua para elefantes es el típico caso de esas películas avejentadas, aburridas, carentes de crescendo de las que lo único que se puede rescatar son los recursos técnicos. Aunque a esta altura es imposible que eso esté mal. El resto es más de lo mismo, aunque a esta altura ya sea una redundancia.