Elefante de pantalla chica
La última película de Francis Lawrence es uno de esos filmes de los que no hay demasiado para decir, por los cuales uno debe exprimir sus propias ideas para evitar reiterar una y otra vez esa serie de frases ya casi esquemáticas que se esgrimen frente a guiones tan predecibles como éste.
La historia se abre con un comienzo muy parecido al de Titanic de James Cameron: su anciano protagonista, al mirar una foto antigua, comienza a relatar su pasado en un larguísimo flashback. Nos presentará así lo que le sucedió en su juventud, cuando, instantes antes de rendir su último examen de la carrera de veterinario, le avisaron que sus padres habían muerto y que lo había perdido todo. Sin casa, trabajo, familia ni título, no encontrará mejor opción que subirse como polizón a un tren que resultará ser de un circo. En pocos días terminará trabajando al cuidado de los animales de dicho circo, a la vez que se despertará su amor por Marlena (Reese Whitherspoon), la esposa del cruel director (Christoph Waltz). El romance se verá acrecentado con la llegada de la elefante Rosie, nexo entre estos dos personajes, y por los ataques de ira de August hacia los animales. Sin embargo, la puesta en pantalla de este amor no alcanzará demasiado vuelo, y daría la impresión de que entre la pareja protagónica no existe una química digna de fuegos artificiales.
La historia está situada en los Estados Unidos de la época de la Gran Depresión, bajo las consecuencias de las prohibiciones de la Ley Seca. Pero el brillo y los lujos de August, el director del circo, contrastarán de manera significativa con la real pobreza que existía en esos años y que su circo estaba sufriendo, sobre todo considerando que casi todos los días tiraba empleados del tren en movimiento por problemas económicos. Es evidente que se priorizó una estética excesivamente minuciosa y sobrecargada que impacte en el espectador, en lugar de buscar mayor verosimilitud. Pero esto no es suficiente porque, a pesar de tanto desfile de atracciones, brillos y colores, la historia no llegará a causar demasiado impacto. Probablemente no hayan sido trabajados de la mejor manera los momentos emotivos de la película: el romance o la muerte de personajes de cierta relevancia pasan casi desapercibidos, sin mucha emoción.
Por otra parte, uno de los elementos más significativos a lo largo del film es el amor hacia los animales por parte de los protagonistas y la crítica al maltrato que sufrían en los circos tradicionales. Cabe destacar que la película es la fiel adaptación de la exitosa novela homónima de la escritora canadiense Sara Gruen, una amante de los animales a los que da, en todas sus obras, roles muy significativos en sus relaciones con los personajes. De hecho, participa con frecuencia de campañas de apoyo a asociaciones de defensa y ayuda a los animales maltratados.
A pesar del mensaje animalista, de contar con un destacado elenco y una buena producción, la película de Lawrence, director de Constantine y Soy leyenda, resulta algo decepcionante considerando el gran éxito de la novela de Gruen. De hecho, es un film digno de ser estrenado en televisión pero no en la pantalla grande, para ser vista una aburrida tarde de domingo y no ser recordada por mucho tiempo.