El regreso mutante Con mi álbum de figuritas en manos, allá por 1990, entré al cine para ver el estreno mundial de Las tortugas ninjas. Mis recuerdos son pocos de esa película que vi apenas un par de veces pero que de pequeña adoré. Lo que más me gustaba era el comienzo, la transformación, y adoraba al maestro Splinter. El resto es difuso en mi memoria. Después me volví fanática de los dibujos animados de las tortugas, pero aún así hasta hoy recordaba muy poco de la historia. No sé si cada vez las películas de acción tienen más acción, valga la redundancia, o si no se trata de mi género predilecto. La verdad es que, a pesar de estar rodeada de niños durante la función de Tortugas ninja, me mantuve tensa gran parte de la función y hasta salté asustada en algún momento (y no fui la única). Evidentemente, si hacemos un paralelismo entre ambas películas, el cambio que se ha generado en los últimos 24 años en las producciones “infantiles” es abismal. Desde los personajes fantásticos (tortugas, maestro Splinter y Shredder), que mantienen sus personalidades pero estéticamente se han vuelto enormes y robustos, llenos de detalles en sus caparazones y armadura tecnológica en el caso de Shredder. En la versión de 1990, en cambio, se notaba que eran humanos con trajes muy bien logrados, por cierto. Pero en esta nueva versión realmente han desarrollado una tecnología muy realista y elaborada para los vestuarios. Por otro lado, nuestros personajes, además de sus chistes habituales, añaden alguna situación cómica que está dirigida al público adulto. En segundo lugar, la escenas de acción han perfeccionado sus efectos especiales, cada día con detalles más realistas. Ya verán la escena de la fuga en la nieve, no conté cuántos minutos dura, pero pareció una eternidad de tensión inacabable. La verdad es que la película logra cumplir su cometido: tanto las secuencias de acción como las partes cómicas mantienen atento al espectador y no dan un segundo de respiro. Por otra parte, se respetó bastante a la historieta original de Kevin Eastman y Peter Laird, y se incluyeron unas animaciones al comienzo y al final de la película con el estilo de las historietas gráficas. Hollywood, en sus producciones más comerciales, sigue estando en una meseta creativa y al parecer nos quedan todavía tantos viejos clásicos para volver a filmar o reestrenar. No sé qué anda pasando con los buenos guionistas por aquellos pagos, pero al parecer son una especie en peligro de extinción. Aún así, Tortugas ninja, dentro de su género, es una remake bastante bien lograda y logró que, al final, los niños de la sala exclamaran victoriosos. En lo que a mí respecta, esta semana saldré a buscar un dojo donde comenzar a practicar artes marciales, cuídese quien pueda.
Una mala con el corazón roto En lo que respecta al cine fantástico de Hollywood, cada día se desdibujan más los límites entre las películas dirigidas a un público infantil y aquellas para adultos: las historias tradicionales son readaptadas una y otra vez con más escenas de acción, situaciones adultas, tintes tenebrosos y, en algunos casos, con interesantes vueltas de tuerca. Dentro de esta moda, los estudios Disney no han sido la excepción y nos traen en esta oportunidad, con Maléfica, una nueva versión de La bella durmiente. La película posee todas las características del género en su máximo esplendor: batallas y escenas de acción, grandes efectos en las escenas en 3D, un entero mundo encantado creado con realidad virtual, que es realmente una delicia. Las hadas, los duendes, los seres del bosque, luciérnagas de colores y otros personajes fantásticos dan ganas de sumergirse en el “páramo” que menciona la historia. Además de los escenarios y los efectos, los vestuarios de todos los personajes son alucinantes, dignos de un buen cuento de hadas. Los personajes también están bien construidos, en particular Angelina Jolie, quien encarna seguramente la versión más hermosa y tétrica de la villana del título (seguramente en Estados Unidos este año va a ser el disfraz más popular para Halloween), que aquí es por primera vez protagonista del cuento de La bella durmiente. Se destacan también la dulce Elle Fanning como Aurora y Sam Riley, encarnando el cuervo asistente de Maléfica, pero tampoco tanto porque la protagonista indiscutible es Angelina. Más allá de todos los logros técnicos, lo más interesante en una película tan comercial, realizada por una productora que se ha encargado de difundir en varias generaciones modelos de princesas débiles y superficiales, es la vuelta de tuerca en la historia. Más allá de la existencia de la tradicional maldición, ya no es el amor de un príncipe el que logrará rescatar a la princesa, sino el amor verdadero. Por otro lado, la supuesta hada malvada deja de ser tan mala como en el cuento tradicional y es solamente alguien vengativo porque le rompieron el corazón, o sea que los “malos” ya no son tan malos y tienen sentimientos. No les quiero adelantar el final, pero el mundo natural y femenino sale victorioso de esta historia: pareciera que los fuertes ya no son los hombres con poder material y fuerza bruta, sino aquellos que dejan prevalecer sus sentimientos antes que nada y aman las cosas simples de la vida y la naturaleza. Lo cierto es que Maléfica es una buena opción de entretenimiento en 3D, quizás no para toda la familia, ya que a algunos niños les resultará un poco tétrica, pero sí para jóvenes y adultos amantes de los cuentos de hadas.
Días a escondidas Los suburbios de Granada, el barrio gitano, la cotidianeidad, los edificios grises. Las hermanas Terribili nos presentan una nueva película documental que ingresa de manera íntima en el día a día de un hogar gitano, más precisamente el de Carmen, una joven de 21 años desempleada y a cargo de sus padres ancianos, que mantiene desde hace tiempo una relación secreta con otra mujer. Las imágenes discurren sin ningún preámbulo, podemos casi respirar la intimidad de estas dos muchachas, sus encuentros a escondidas, los silencios, el conflicto de llevar adelante un amor que dentro de la comunidad a la que pertenece Carmen está totalmente prohibido. De manera paralela, se nos presentan las dificultades de la España actual, donde encontrar un trabajo para alguien joven es prácticamente una hazaña y más aún si no ha completado sus estudios y si pertenece a la comunidad gitana. Las protagonistas de esta historia dialogan entre ellas, casi como si no existiera la cámara. Y de ahí surge la incertidumbre de si se está frente a una reconstrucción ficcional o a la vida misma de ambas, documentada en directo y a escondidas. Los minutos transcurren detenidos, en silencio, alternando entre los cuidados de Carmen a sus padres, la limpieza, la vida en el barrio, las búsquedas infructuosas de trabajo, las clases de un curso de asistencia a mayores y esos fugaces encuentros amorosos. La película alcanzará cierta intensidad cuando los conflictos se acrecienten y ambas lleguen a discutir la posibilidad de que Carmen abandone la casa familiar y enfrente así el contexto social al que pertenece. Se trata de una película muy simple, donde la cotidianeidad y la inercia sobrepasan el conflicto que se intenta mostrar, algo tan profundo y dramático como puede ser una relación homosexual dentro de una familia conservadora de la comunidad gitana. Por otro lado, son rescatables los momentos íntimos entre las muchachas, la naturalidad con la cual la cámara los captura. Es evidente la intención de intimidad de parte de ambas directoras, como si la cámara fuera parte de esas paredes donde trascurren los hechos o uno más de sus habitantes, dejando el conflicto central casi en un segundo plano que, de hecho, concluirá generando más interrogantes que respuestas, de manera casi imperceptible.
Un cuento nuevo Si uno podía creer que dentro de las remakes de cuentos de hadas tradicionales no iba a haber nada nuevo bajo el sol, estaba muy equivocado y Blancanieves es la respuesta. En efecto, la última película de Pablo Berger (quien había debutado con la interesante Torremolinos 73) nos presenta una verdadera reversión totalmente original del cuento de los Hermanos Grimm, convertido aquí en un drama ambientado en la España de los años veinte, con tradiciones locales, como la música y el baile flamenco y las corridas de toros, como telón de fondo. El film cuenta la historia de Carmen, una hermosa joven cuya madre fallece durante el nacimiento. En el mismo día, su padre sufre un accidente que lo deja parapléjico y termina con su carrera como torero. Como si la tragedia perpetrada por el destino no fuera suficiente, son también los individuos los que parecen cavar sus propias tumbas, y las de sus seres queridos: el lisiado padre se vuelve a casar rápidamente, pero con su oportunista enfermera, Encarna, a la que Maribel Verdú, a través de su interpretación, convierte en la personificación absoluta del mal. Criada en sus primeros años por su abuela, Carmen luego tiene que pasar su juventud bajo la tutela de Encarna, quien no se conformará con maltratarla, ya que finalmente intentará asesinarla. Carmen escapa a ese intento de homicidio y, buscando dejar su pasado atrás, encontrará un circo rodante, en el cual un grupo de enanos toreros la adoptará, convirtiéndola en parte del espectáculo circense. Allí empezará un particular viaje para esta Blancanieves, que terminará cambiando su vida. Berger extrema la apuesta estética al narrar el cuento recurriendo al blanco y negro, sin palabras y con apenas el uso de breves intertítulos, consciente de la universalidad de lo que está contando. A la vez, se sostiene en una fotografía impecable y la subyugante banda sonora del catalán Alfonso de Villalonga. En ese marco, más allá de las posibles distancias culturales ante el “espectáculo” de maltrato animal en las corridas, este cumple un rol muy importante dentro del desenlace de la historia. Las actuaciones conmueven durante todo el film pero principalmente en la “corrida” y el espectador puede casi palpar la emoción de la protagonista al torear por primera vez frente a un gran público. Los logros de Blancanieves son múltiples: utiliza el cuento original como base pero adquiere absoluta autonomía en su reelaboración/desmitificación; reflexiona con acierto sobre las instancias de crueldad propias de estas narraciones pero sin caer en un regodeo sangriento y potenciando la figura femenina ante la ausencia del príncipe azul; homenajea pero también recupera formas propias del cine mudo y blanco y negro, demostrando que pueden imponerse en el contexto de la cinematografía contemporánea, todo esto conservando su verosímil y sin que el espectador pierda la sensación de estar frente a un cuento. En consecuencia, lo que tenemos es una inteligente y sensible operación con diversas tradiciones, pero que respira con vida propia, impactando en el público como algo totalmente nuevo.
Una mujer, su amor y su lucha Mika, mi guerra de España es un hermoso documental que coquetea con formas narrativas que escapan a las convenciones más comunes del género. Lo hace utilizando las propias palabras de Micaela Feldman, publicadas en su libro autobiográfico, que será prontamente editado en la Argentina, donde esta mujer argentina, nacida a principios del siglo pasado, cuenta su apasionante historia, plagada de lucha militante durante diversas etapas de gran importancia histórica en todo el mundo. La vida de Mika, como le decían, puede ser vista como la vida de muchos. Es una historia dura, donde establece una mirada muy visceral, bien desde el llano, desde el lugar de los luchadores que casi siempre quedan en el anonimato. En su juventud, mientras estudiaba odontología, conoció a Hipólito Etchebéhère, con quien formó pareja, militando ambos por la Reforma Universitaria. Luego se mudaron a la Patagonia, afectados en su profunda sensibilidad por los sucesos de la Semana Trágica. Cuando percibieron que el frente de su lucha estaba en otros lugares, se mudaron a Alemania, para colaborar con las organizaciones obreras. Pero se encontraron con el ascenso imparable del nazismo, sufriendo a la vez la desilusión por la chance desperdiciada de una realización virtuosa del socialismo, a partir de la falta de intervención de la Unión Soviética. Finalmente decidieron unirse al bando de los republicanos en la Guerra Civil Española. Hipólito falleció en combate, con lo que Mika quedó al frente de una columna integrada por 150 hombres. Fue detenida y luego liberada. Después de la derrota republicana, se estableció en París, donde escribió sus memorias, hasta que falleció en 1992, a los noventa años. El film de Fito Pochat y Javier Olivera utiliza no sólo el material literario -potenciado por la magnífica voz de Cristina Benegas, quien desde el espacio en off crea un personaje de maravillosa complejidad-, sino también fragmentos de dos entrevistas a la propia Mika, el testimonio de Arnold Etchbéhère -sobrino de la pareja, quien realiza un viaje siguiendo el itinerario de los protagonistas- y una rica variedad de material de archivo. El resultado es un relato fragmentario y fluido a la vez, que usa los documentos visuales, textuales y sonoros para ir construyendo una ficción propia, una interpretación/adaptación propia de los hechos, donde el discurso político, ideológico, se va hilvanando a través de una historia romántica como pocas. Es que Mika, mi guerra de España es básicamente una gran película de amor: por la ideas, por el prójimo, por los débiles y oprimidos, por lo que parecía imposible pero se creía posible y, esencialmente, en lo físico y espiritual, por el hombre que se tiene al lado, por el compañero de toda la vida, al que se ama desde el primer momento. Como pocas veces en el cine, una mujer, una luchadora, pudo decir en voz alta cuánto amaba a un hombre. Ese dulce feminismo, que sale de la pura femineidad, tan sutil como potente, coloca a Mika, mi guerra de España en un lugar de privilegio. Es cine militante esperanzado y esperanzador como pocos.
Monstruo pochoclero Agarremos el “monstruo” de la famosa novela de Marie Shelley (Frankenstein o el moderno Prometeo), expongamos su historia brevemente en los dos minutos iniciales, saquémoslo de contexto, hagámoslo inmortal, llevémoslo 200 años adelante en el tiempo, a la actualidad, y ubiquémoslo dentro de una historia que no tiene absolutamente nada que ver con la original. Pasemos totalmente por alto que la novela original estuviera ambientada en un contexto realista. Olvidemos todas las críticas que esta hacía a los “avances” de la ciencia, al sentimiento de omnipotencia humana y todas las discusiones de bioética que allí se presentan. Y ni hablar de la crítica a la superficialidad humana y a sólo dejarse llevar por las apariencias exteriores, ¿para qué? Sólo necesitaban a un personaje famoso, que les asegurara un poco de taquilla, para ubicarlo en una lucha entre demonios y gárgolas, estas últimas siendo representantes del “bien” y defensoras de los seres humanos. A lo largo de la historia han sido varias las interpretaciones de estos seres, siempre más cercanos a la representación del pecado y a lo demoníaco, que debía permanecer siempre fuera de las paredes sagradas de las iglesias. Sin embargo, aquí se optó por considerarlas guardianas de la humanidad, sin perder demasiado tiempo a los fundamentos, en oposición a los demonios malvados. Así es que nos encontramos nuevamente frente a la típica historia yanqui de enfrentamiento entre buenos y malos, con un guión más que mediocre y predecible, que nada tiene que ver con el Frankenstein original ni con todas las versiones cinematográficas anteriores que existen. Nuestro monstruo sin nombre será bautizado por una de las gárgolas como Adam: es que cómo iban a tener un protagonista anónimo, y qué más obvio que ponerle un nombre casi igual al del primer hombre según la cultura occidental. Pero al final, nuestro querido ser, vaya sorpresa, optará por llamarse con el apellido de su odiado creador: Frankenstein. Un poco contradictorio en un personaje que detestó hasta la muerte a su “padre” y se encargó de asesinar su esposa para su mayor sufrimiento. Pero bueno, evidentemente la lógica no abunda en esta película. Ya nos había quedado claro hace tiempo que este tipo de producciones son expertas en grandes efectos, vestuarios y maquillajes monstruosos, pero evidentemente no pasa lo mismo con los guiones, que son cada vez más absurdos y mediocres. Esta versión del clásico está inspirada en una historieta homónima de Kevin Grevioux, el célebre guionista de la saga de Inframundo, en esta oportunidad en colaboración con el guionista de otra saga pochoclera: Stuart Beattie, de Piratas del Caribe. Al parecer, se deben haber atragantado con tanto pochocho y se les terminó la creatividad.
Sólo música para el fin del mundo Antes de que se nos termine el 2012, Hollywood nos trae otra nueva película apocalíptica, en este caso enfocada no en los desastres naturales y cataclismos sino en los aspectos más psicológicos y emotivos de las personas, en sus vínculos y su percepción de estos frente al inminente fin. Si tal perspectiva podría auspiciarnos que se trata de un drama, desde los primeros cinco minutos empezarán a intercalarse situaciones irónicas o chistes como la estampita de Oprah al lado de la de Jesús en un kiosco, la mayoría de estos introducidos de manera un poco forzada dentro del desarrollo de la trama. A este tono humorístico se le agregan también algunos elementos de comedia romántica, a partir de la búsqueda, por parte de Dodge (Steve Carell), de su amada de la adolescencia. De todos modos, este híbrido de géneros se verá varias veces forzado y, más aún, considerando la extraña dupla de actores que protagoniza el film: Steve Carell y Keira Knightley. El primero, encasillado desde Virgen a los 40 en los papeles de eterno perdedor que se mantiene inmutable ante un mundo y una vida que se burlan de él constantemente. La segunda, en cambio, conocida por sus papeles de lo más variados, aunque algunas veces un poco más dramáticos como en Orgullo y prejuicio o en Expiación. En esta oportunidad, interpretará a una muchacha muy liberal cuyo personaje ya supera la frescura y excentricidad para terminar pareciendo tonta y, en varios momentos, híper cargada de muecas faciales. Ambos protagonistas, por una de esas forzadas casualidades, se terminarán conociendo y emprenderán juntos un viaje para tratar de cerrar aquellas cosas que les quedaron pendientes en sus breves vidas, a punto de concluir por culpa del meteorito que se dirige hacia la Tierra. En un contexto de orgías, vandalismos apocalípticos, refugios antibombas y procesiones bucólicas en la playa, se desarrollará esta “road movie” que, obviamente, irá construyendo un vínculo entre sus dos protagonistas, intercalando a esto breves historias de poca importancia y dejando también muchos cabos sueltos dentro del relato principal. Efectivamente, a pesar del primer intento de dramatismo, tanta ironía o muertes que aparecen bruscamente y pronto pasan inadvertidas, la película terminará perdiendo consistencia en su reflexión sobre cuestiones existenciales y, por momentos, el espectador casi olvidará que estos personajes siguen frente a una situación tan dramática y terrible como el fin del mundo. El guión hará agua en varias partes y los actores protagónicos forman una extraña dupla que, a pesar de todo, terminará involucrando a algún espectador. Algo bonito para destacar, pero que ya se ha vuelto moda con tanta subcultura hipster, es la elección de la banda sonora y el amor de la protagonista por sus vinilos. Aunque es casi un cliché incluido a la fuerza en el film para hacerlo más “cool”. A fin de cuentas, se trata de una película más del montón, que en algún momento quizás logre sacarles algunas lágrimas a los más sensibles pero, más allá de esos pocos momentos de clímax narrativo, la película carece de trascendencia y de cierta peculiaridad en su historia que nos den ganas de volver a verla.
Simios sociales Una vez más, la productora norteamericana de dibujos animados más poderosa de los Estados Unidos nos entrega un nuevo título de sus documentales para la sección Disneynature. Anteriormente nos había presentado La Tierra, Océanos y Felinos de Africa. En esta oportunidad, volvemos al continente africano, más precisamente a las selvas de Costa de Marfil y Uganda, para adentrarnos en el mundo de los chimpancés. Se nos presentará así, de manera documental, la vida cotidiana de las pequeñas “sociedades” de chimpancés, la función de cada uno de sus integrantes, la búsqueda de alimento y la escasez de este, los enfrentamientos con otros animales y con chimpancés de otros clanes, la adquisición de hábitos adultos, el aprendizaje. Para lograr una mayor empatía en el espectador, el relato está centrado en las vivencias de un pequeño cachorrito, Oscar, y cada animalito es bautizado con un nombre. De hecho, el grupo de chimpancés enemigos en varios momentos son mencionados como el “ejército de Scar”, siendo este último el simio que manda al grupo. Obviamente, en esta traducción estadounidense del mundo de los animales, no podía faltar una voz narrativa posicionada de manera subjetiva a favor del clan protagónico, así como tampoco las constantes referencias bélicas y peyorativas al referirse a los “otros”. Una vez más se inserta una ideología política del imperio norteamericano presente en un film dirigido para los más pequeños, donde el mundo se divide en buenos y malos, y siempre triunfan los primeros. Más allá del mensaje explícito y forzado, es innegable el valor documental, la belleza y la sensibilidad con la que fue capturado el mundo de estos chimpancés: por momentos, incluyendo imágenes casi oníricas del crecimiento acelerado de flora y fauna de la selva. Es más que evidente que este mérito es exclusivo del equipo de filmación y de los científicos que acompañaron todo el proceso, mientras que el relato en off y las interpretaciones son posteriores. De hecho, uno de los mayores aciertos de la película es la aparición, antes de los créditos finales, de algunos de los camarógrafos, relatando brevemente las dificultades y la pasión por el trabajo de documentalista, los riesgos y las maravillas de un trabajo en el cual hay que caminar una hora cada día por el medio de la selva.
Diarios de la fragilidad Mi semana con Marilyn es una producción inglesa sobre la famosa diva de Hollywood, dirigida por Simon Curtis quien, por primera vez, decidió trasladarse de sus trabajos televisivos a la pantalla grande. En este caso, la historia es narrada desde la perspectiva de un joven de 23 años de clase alta, Colin Clark, quien conoció y se enamoró de la diva durante el rodaje de la película de Sir Laurence Olivier, El príncipe y la corista, dentro de la cual este muchacho cumplía el rol de tercer asistente de dirección. Este relato que enmarca este retrato de Marilyn es también una historia real, ya que está basado en los diarios del propio Colin Clark, donde plasmó sus comienzos en el mundo del cine, antes de transformarse en director de una serie de documentales sobre historia del arte, aunque siempre bajo la sombra de su padre y su hermano mayor. En nuestra película inglesa lo que más se destaca son los momentos íntimos entre la diva y Colin, unas escenas de gran sensibilidad tanto en lo que respecta a la fotografía como a la elección de la música, en particular el paseo de ambos en la naturaleza, en el cual se puede entrever la fragilidad de un vínculo momentáneo. En estos momentos, el film nos da casi un respiro: un paisaje abierto en contraste con los continuos encierros a los que era sometida nuestra estrella, tanto debido a su trabajo, como por la fama, el acoso de los fans, su crisis emocional. Seguramente debe implicar una gran dificultad interpretar alguien tan cándido y mítico como Marilyn Monroe y es probable que a cualquier admirador que recuerde sus actuaciones le cueste un poco aceptar la elección de Michelle Williams para dicho papel. Pero está de más aclarar que es prácticamente imposible hallar alguien a la altura de dicho personaje y, aún así, es bastante buena la interpretación de la actriz, o quizás uno se vaya acostumbrando a su rostro a lo largo del film. Además de relatar ese período de rodaje y, en particular, de la semana durante la cual nuestro muchacho se pudo acercar a Marilyn, la película sintetiza la interioridad y la fragilidad de una diva, víctima del star system. La crisis, sus problemas con los psicofármacos, la inestabilidad del vínculo entre ella y Arthur Miller, los problemas de rodaje y con las técnicas de actuación, la seducción y los amoríos de la diva: todo esto quedó plasmado en la película, en plena identificación con su personaje principal.
Sexópata americano La soledad, la incomunicación, la rutina, el éxito económico, el vacío espiritual, la vergüenza o la carencia de esta. Todo esto nos muestra Shame: sin reservas, la última película del joven guionista y director Steve McQueen, que no debe ser confundido con el famoso actor del mismo nombre. Dicho realizador, nos trae una obra muy crítica con respecto a la sociedad actual y a la supuesta búsqueda de éxito personal profesional, que no es nada menos que un camino mecánico de días de trabajo y soledad espiritual. Desde un comienzo, el film parece remitirnos a la famosa Psicópata americano, en la cual se nos mostraba un paisaje parecido: el microcosmos perfecto de un hombre de negocios con extremos cuidados hacia su propio aspecto exterior y adicto al sexo. La diferencia la hallamos en el tono más realista y dramático del film de McQueen: el protagonista no aparece estereotipado, es un ser real que trata de omitir su emocionalidad. Pero, al igual que el otro personaje, tiene un problema de índole sexual, aunque en este caso no se trata de un psicópata asesino. Brandon, nuestro protagonista interpretado por Michael Fassbender, es un gran consumidor de pornografía y de sexo pago, de hecho prácticamente no puede relacionarse sexualmente con una persona con la que pueda haber sentimientos implicados. Toda mujer entra a su mundo como una mercancía o una mera conquista casual que no volverá a ver. Su rutina laboral y sexual se verá trastornada por la aparición de su hermana Sissy (interpretada por Carey Mulligan), una muchacha que posee también un conflicto de índole sexual, pero prácticamente opuesto al del hermano: se enamora perdidamente del primer hombre que se cruza por su camino. Este personaje será el detonante de la historia y ambos hermanos aparecerán contrapuestos: una con sus emociones constantemente a flor de piel y el otro silenciando todos sus sentimientos. Se trata de una película muy dramática, que no se ahorra detalles que hagan al realismo de los hechos retratados. Desde su comienzo nos introduce en el clima de una New York casi solitaria, vacía, al compás de diversas piezas de Bach. Estos tonos grises, los silencios, intercalados con los hechos relatados, las salidas nocturnas del protagonista, sus revolcones, mantendrán la atención del espectador a lo largo de film. Este mundo de apariencias no dejará de mostrar a cada paso de Brandon una búsqueda de satisfacer cierta angustia, que es quizás consecuencia de años de omisión de los propios sentimientos.