Había una vez un circo en el que los animales eran maltratados y los trabajadores dependían de la venta de entradas para permanecer en los vagones del tren que los trasladaba de un lado a otro de los Estados Unidos durante los años de la depresión. A ese universo tan denso como fascinante llega Jacob, hijo de inmigrantes polacos y estudiante de veterinaria caído en desgracia. Allí se encontrará con August, el temible dueño del circo, y su esposa, Marlena. Gracias a la cuidada dirección de fotografía de Rodrigo Prieto ( Babel ), ese mundo que retrata Agua para elefantes -basada en un bestseller- atrae aunque el guión del usualmente efectivo Richard LaGravenese ( Los puentes de Madison ) produce el impulso inverso. En la adaptación de una novela de más de quinientas páginas a un guión de una película de dos horas el relato perdió profundidad, pero sobre todo emoción. Y aunque la historia y su puesta en escena transmiten cierta ingenuidad de la que carece la mayoría del cine hecho en Hollywood, lo cierto es que tiene su costado más flaco en las actuaciones. El inocente Jacob es interpretado por Robert Pattinson, que, por suerte, deja de lado al vampiro sufriente e intenso de Crepúsculo y logra dotar a su personaje de cierta liviandad, aunque cuando llega el momento del romance su química con Reese Witherspoon, que interpreta a la seductora Marlena, sea inexistente. Para encarnar al malvado aunque carismático dueño del circo aparece Cristoph Waltz, un muy buen actor que en este caso está cerca de repetirse a sí mismo creando una criatura bastante similar a la de Bastardos sin gloria .