Cuando uno ve “Agua y sal” se pregunta qué quiso contar su director, Alejo Taube. Y eso es muy grave, que no se entienda lo que se propuso decir.
Si el cine argentino dejase de ser “pretencioso y engrupido” y volviese a contar historias simples y desarrollar contenidos claros, quizás la historia cambiaría y se llenarían las salas.
En la realización de Taube la narración sigue un lineamiento que no termina de exponer con meridiana claridad el relato y su propósito. Los intérpretes cumplen con su función, pero poco es lo que pueden aportar. Así, por ejemplo, Rafael Spregelburd es un excelente actor, empero su trabajo termina diluyéndose porque nunca se sabe, en definitiva, qué rol está jugando.
Parlamentos estirados gratuitamente y una cámara que se detiene en largos letargos hacen que el bostezo y el sueño no terminen de hacer de las suyas.
Según el realizador esta es la historia de Biguá, un trabajador portuario, que espera un hijo de su joven novia, y se embarca en una travesía por alta mar.
Javier tiene 40 años, una esposa a la que quiere, casa, trabajo, un buen pasar. De manera recurrente sueña con otra vida, con ser otro muy distinto.
Un día, ambas historia coinciden como en un sueño mágico y misterioso, sacudiendo los cimientos de sus destinos.
“Agua y sal” es otra de las películas nacionales ya estrenadas en el 2012 que pronto se olvidarán, aunque pareciera que no sería la peor, porque lamentablemente hay otras, cuyos estrenos se anticipan, que a priori se podría estimar le saldrán al ruedo en seria competencia.