Dos amigos con alma de niños “Cracks de nácar” tiene varios aditamentos que la hacen interesante: no es un documental sobre fútbol de botones, no es una historia en donde estos dos amigos estén guionados y no es una película que se centre en la amistad como eje principal. Sin embargo, Cracks habla de todo eso y mucho más, hasta sus directores nos trampean y el espectador se queda con una intriga. Rómulo Berruti y Alfredo Serra son dos veteranos periodistas que se conocieron hace más de 50 años mientras estudiaban periodismo en el Institutto Grafotécnico. Ya para ese entonces, además de estudiar se reunían para jugar al fútbol de botones. En Cracks de botones se aprecia una trastienda muy familiar, donde el whisky es otro de los protagonistas que extienden esa velada de dos amigos con alma de niños que hasta son capaces de pelearse o de enojarse por una jugada. En “Cracks de nácar” Rómulo demuestra su histrionismo periodístico-actoral espontáneo y Serra acompaña con su naturalidad cómplice. Hasta por momentos parece una comedia delirante en donde Mara, esposa de Serra y la artesana que se ocupa de reparar y de hacer la comida con que se coronará el final del partido, les sigue el tren a estos dos amigos que son como hermanos. Daniel Casabé y Edgardo Dieleke, sus realizadores, tenían muy claro lo que querían y se nota, quizás los que no tenían en claro hacia dónde iba esta peli eran sus protagonistas que pensaban que era un ejercicio solamente. Chapeau para estos jóvenes que no sólo hicieron una película original sino que homenajearon la amistad de amigos con mayúsculas y códigos, como los de antes.
Si el talentoso Manuel García Ferré hubiese dirigido sólo, como lo ha hecho siempre, la suerte de esta película hubiese sido otra. Atrás han quedado “Las aventuras de Hijitus” (1973), “Mil intentos y un invento” (1972), “Petete y Trapito” (1975), “Ico el caballito valiente” (1981), “Corazón, las alegrías de Pantriste” (2000), “Manuelita” (1999), entre otras. Con esto no quiero desmerecer a Néstor Montalbano, quien ha demostrado su talento en “Soy tu aventura” (2003) y “Peter Capusotto y sus 3 dimensiones” (2011). Pero creo que la química de unir a un especialista de la animación infantil con un especialista en cine bizarro destinado a adolescentes, no funcionó. Tampoco es interesante mezclar los maravillosos personajes de Ferré con Soledad, Carlitos Balá, el Chaqueño Palavecino, Diego Capussotto y otros personajes de la televisión. Aquí se intenta hacer un recorrido por distintos paisajes y locaciones donde intervienen con sus maldades la terrible Cachavacha, el profesor Neurus y los carismáticos Pucho y Serrucho, todos queridos personajes creados por Manuel García Ferré que ya forman parte de nuestro rico acervo nacional. Este cronista, que se ha criado viendo las películas y leyendo las historietas de Larguirucho, lamenta que en ningún momento le haya causado ternura o remembranzas ver nuevamente en acción a esos personajes. Tampoco se entiende a qué público está destinado el film. Para la gran mayoría de los chicos de hoy Larguirucho no es un personaje familiar, en cambio sí lo es para los que tienen más de 30 años. Otro tanto ocurre con Balá. Entonces la conclusión que nos queda es que pensaron que los padres de esos chicos de 5 a 10 años que podrían ver la película son esos cuarentones que se criaron con Larguirucho y Balá. Pero esto no es motivo de salvación de nadie. Intento fallido donde ni García Ferré ni sus personajes tienen la culpa.
Una de las pocas opciones interesantes y creíbles de producción nacional Pablo Trapero nos brinda aquí una historia real, cargada de marginalidad y de violencia. Pocas veces el cine argentino logra hacer creíble una historia de villeros marginales que viven sobre el límite. Esta es la historia de Gerónimo, un hombre de 45 años, devastado por un suceso trágico. Julián íntimo amigo de él, viaja para rescatarlo y le ofrece integrarse en su proyecto en una villa de emergencia. Ambos son sacerdotes de la Iglesia Católica que decidieron dedicar su vida a los más pobres: Julián en la Argentina y Gerónimo en los países del Tercer Mundo. A partir del encuentro, ambos se dedicaran a trabajar en la Villa Virgen, un enorme asentamiento en el conurbano bonaerense. Gerónimo comenzará a replantearse si la Iglesia es el mejor lugar para ayudar, mientras Julián buscará mejoras a través de la política. En la vida de estos dos hombres aparecerá una abogada atea, dos formas de defender las convicciones, la construcción de un hospital público y un intento de asesinato. Villa es, claro, un relato sobre la amistad y la fé. Con dosis de violencia y excelente fotografía la historia se desarrolla en un edificio que iba a ser un complejo habitacional y terminó a la buena de Dios, por eso le dicen lo denominan como un “elefante blanco”. Allí hay una villa de emergencia y se debate esta historia real que no es ficción, ocurre y seguirá ocurriendo mientras no se ponga coto a la desocupación y al narcotráfico. Ricardo Darín está correcto cubriendo a Julián, que emula una especie de padre Mujica. De hecho, la producción está dedicada a Mujica, quien se ocupaba de hacer justicia social en las villas y entre los necesitados. Teniendo en cuenta que cuesta encontrar películas argentinas interesantes y creíbles, “Elefante blanco” es una de las mejores opciones para ver en estos tiempos que nadie regala una entrada al cine.
Que el cine argentino pretenda contar una historia sobre el autismo es más que auspicioso, ya que se trata de una temática que casi no se aborda, y lamentablemente hay muchas personas que lo sufren. Pero que ese tema se termine convirtiendo en una especie de culebrón, y la historia haga agua por los cuatro costados resulta penoso y lamentable. Sobreactuada por momentos y con serios desconocimientos sobre el autismo (ver al pie la nota complementaria), “El Pozo” termina cayendo en lugares comunes, denotamdo una vez más que a los guionistas algo les está pasando a la hora de contar una historia. En definitiva “El Pozo” tiene como base a Pilar (Ana Fontán), autista desde los 4 años, en el momento de la narración ella tiene 26 años, a Franco, el padre (Eduardo Blanco), quien sostiene la conveniencia de su internación en un estableciminto apropiado para su adecuada atención, y Estela, la madre, (Patricia Palmer), quien se niega a que ello se concrete, situación que genera un distanciamiento en la pareja que aparentaba ser feliz. Mientras ello sucede Alejo (Túpac Larriera), el hijo menor, debe enfrentar problemas con las autoridades de la escuela y con sus amigos. Al sufrir ataques cada vez más frecuentes la situación de Pilar torna imposible la convivencia y la vida se transforma en un caos. Este conflicto que se desata en esta familia explotará de una manera muy convencional, hasta se lo llega a adivinar, lo que provoca en el espectador un desencantamiento para una historia y un tema que prometía. Lamentablemente “El Pozo” no llega a construir una idea más aproximada de lo que en realidad es el autismo.
Si nos dejamos llevar por la previa de este estreno lo habremos visto a Diego Torres en toda clase de programas hablando y defendiendo a capa y espada algo que, cuando uno se sienta en la butaca, no lo encuentra. El humor brilla por su ausencia, y si lo encontramos nos hacen recordar a aquellos gags del cine argentino de los ‘40, el policial salpicado con la comedia que termina por no ser ni chicha ni limonada. Las actuaciones de Julieta Zylberberg y Laura Conforte son correctas, en tanto la de Diego Torres en su regreso al cine se ve algo forzada. La fotografía, la puesta, y la escenografía es lo mejor de la producción. En una palabra, técnicamente luce impecable, pero no basta cuando el guión es muy flojo y la historia, situaciones y acción muy previsibles. La escena del borracho que se pone a cantar, y termina en el suelo donde recibe unos puntapiés que le aplica Sol (Julieta Zylberberg), no causan risa (al menos para éste cronista). El guión tampoco es ni por asomo original, si tomamos en cuenta que trata de la historia de Martín y Sol, una joven pareja de músicos que realiza shows para turistas, que a duras penas llega a pagar el alquiler de su departamento. Pero además del amor, ambos comparten una inclinación, la de inventar historias sobre sus vecinos interpretando los sonidos que escuchan en el edificio. Una afición que los dejará convencidos que en el piso de arriba se cometió un asesinato. Así, los dos protagonistas se convertirán en insólitos investigadores, para terminar por estar complicados en toda clase de enredos y equívocos, en medio de una propuesta que intenta homenajear en clave de comedia al género del policial negro. Alejandro Montiel, su realizador, que procede del cine independiente con “Chapadmalal” (2009) y “Las hermanas L” (2008), en este salto al comercial no logra superar ciertos clishés del cine independiente que en el comercial hay que resolver de otra manera. Quizás la historia hubiese sido diferente si el proyecto hubiera sido un pretexto para escuchar las canciones de Diego Torres. Las fanáticas apenas encontrarán dos temas de Diego. Un consejo: si quieren verlo cantar no vayan, porque acá encontrarán otra cosa, un Diego muy atado a un guión híbrido. Es más, el reportaje del que fue objeto en el programa televisivo “Tiene la palabra”, o ciertas apreciaciones que tuvo en la conferencia de prensa, resultaron más graciosas y simpáticas que lo visto en “Extraños en la noche”. Es una lástima, porque Torres tiene ángel y carisma, que con un buen libro y adecuado humor podría llegar revelarse como un respetable comediante.
A medida que transcurren los minutos, y pasan el centimetrajes, uno se pregunta por qué le habrán puesto como título “La carrera del animal”. Filmada en blanco y negro, con mucha parsimonia va transcurriendo esta historia que se propone un punto de partida arriesgado: registrar por un lado del cierre de una fábrica, y en este hecho el lado familiar-empresarial, opuesto al de los trabajadores que suele mostrar el cine, pero que también incluye sentimientos complejos y desorientadamente humanos. El cese de actividades de la empresa produce en este caso una crisis para tres personas: El dueño de la fábrica, y padre de familia, personaje que se mantiene en las sombras marcando desde allí el destino de los otros dos protagonistas. Valentín, el más joven, quien lleva una vida humilde y alejada de los avatares de la empresa familiar; y Cándido, su hermano mayor, que en apariencia parece mejor preparado para jugar el juego de poder y violencia que presumen los negocios, incluso si ello implica dañar a su propia familia. Esta producción en lo estético trae reminiscencias de aquél cine argentino que se filmaba en los ’60: planos largos, cerrados, silencios, recorridos de cámara y nada más. Inquietante en su manera elíptica de dar información, al punto de homologar el diálogo y el silencio, con una fotografía en blanco y negro determinante, la opera prima de Nicolás Grosso centra su potencia en construir un relato donde la narración y la forma no le temen a la experimentación, al punto de convertirlas en motores nucleares de la realización Su director quizás intentó rendirle un homenaje a Manuel Antín, Rodolfo Kuhn y a la novelle vague, pero no se nota. Aburrida en su manera de contar esta historia “La carrera del animal” es otro título más para decir, a fines del 2012, que se estrenaron más de cien filmes argentinos. Y en la práctica esto no sirve. Esta producción fue galardonada como mejor película nacional en la edición del BAFICI 2011.
He aquí un ejemplo de cómo se puede hacer un documental digno, entretenido y por sobre todas las cosas muy bien contado. “Moacir” es una sorpresa que nos reconforta. Retoma una historia de vida que el realizador ya había mostrado parcialmente en su “Fortalezas”, su ópera prima en 2010. Allí se lo veía a Moacir internado en el neuropsiquiátrico Borda, donde pasó parte de sus 30 años en la Argentina. Tomás Lipgot cautivado por esa historia se le ocurrió encarar un proyecto cuyo protagonista fuera éste curioso personaje, quien a fuerza de querer superarse hoy ya no está interno más en el Borda y vive en una modesta pensión. Moacir dos Santos, gracias al “poder curativo de la música”, fue beneficiado con el alta a sus 65 años y ha grabado un disco donde registra aquellas canciones de carnaval que él creía perdidas. Gracias a Sergio Pángaro, como co-equipier, se va contando una historia humana que es ejemplo de cómo se puede salir adelante cuando hay ganas de superarse. A muchos quizás Moacir les resulte demasiado agrandado y engreído por considerarse un artista hecho y derecho, pero a medida que transcurren la proyección uno se va encariñando con éste ser maravilloso que lleva el carnaval en la sangre. Verlo a Moacir elegantemente vestido, con sus pelucas en las grabaciones o presentaciones, es aprender a quererlo. Un film muy simpático que trae aliento fresco y original al cine argentino.
Para deleite de los seguidores de Capusotto En primer lugar hay que aclarar que lo que se va a ver durante 93 minutos no es una película sino un programa especial de televisión en 3 D. Peter Capusotto es un reflejo de lo que sucede semana a semana en su programa de televisión y termina siendo un deleite para los seguidores. Quizás los que no están acostumbrados a ver sus programas no se enganchen demasiado con la idea de este especial en pantalla grande. Violencia Rivas, Mike Vainilla, Pomelo son sólo algunos de los personajes que aparecen representados en pequeños scketchs, lo que convierte a este entretenimiento en algo muy ameno. Enumerar los delirios daría para mucho. Aspectos sobresalientes de la tecnología se lucen con Bombita Rodriguez y su baile con Perón. Otro tanto ocurre con la bajada de línea a los profetas. La gastada a los cumbieros, el diálogo entre San Cayetano y la Vírgen María, y los consejos de Violencia Rivas son apenas algunos pasajes de este especial en pantalla grande que van a disfrutar chicos y grandes. Un aspecto para destacar es que los efectos en 3 D están muy bien logrados, y se explota al máximo los recursos de deliriums tremens que suelen tener ciertos personajes creados por Capusotto y Saborido. Para recomendar sobre todo para los fanáticos. Nota: Los que no son seguidores del programa, o no están familiarizados con nombres de rockeros o tecnologías de última generación, pueden quedar fuera de esta fiesta. Dos ejemplos: cuando un personaje asemeja ser Kurt Kobain (líder de Nirvana) y Manu Chao (ex-líder de Mano Negra).
El Puma Goity y Mauricio Dayub son los protagonistas de este olvidable “Domingo de Ramos” que se estrena esta semana. Dos actores con gran trayectoria en el teatro, que tiran por la borda con su participación en esta producción aquellos trabajos que los han consagrado. El regreso de Gigí Rúa, aquella bella actriz de las telenovelas y las publicidades de los ‘70, da nostalgia. Ni hablar de los actores secundarios que hacen recordar al peor cine blanco de los años ‘40. El film es un thriller pueblerino que propone un relato estilísticamente complejo de una historia sencilla, con una buena dosis de humor y suspenso, a partir de un guión escrito por Daniel López y el mismo Glusman. Un crimen, sospechosos, malos entendidos y dos vecinas chismosas son los elementos en los cuales gira el guión y los metrajes eternos. Con pocos exteriores y con un Pompeyo Audivert (excelente actor teatral) que se presta para hacer con la pala una masacre final son los aditamentos de este nuevo intento fallido de nuestra cinematografía. “Domingo de Ramos” hasta padece una mala dirección de actores, que aparecen sobreactuados. Ni siquiera la podemos catalogar de película bizarra Clase B, porque cae en desajustes de todo calibre. Incluso por momentos parece tomarle el pelo al espectador (cuando Mauricio Dayub repone un loro de juguete). Y otro de los tantos problemas que presenta es la continuidad, tanto narrativa como en la progresión de los personajes.
Cuando uno ve “Agua y sal” se pregunta qué quiso contar su director, Alejo Taube. Y eso es muy grave, que no se entienda lo que se propuso decir. Si el cine argentino dejase de ser “pretencioso y engrupido” y volviese a contar historias simples y desarrollar contenidos claros, quizás la historia cambiaría y se llenarían las salas. En la realización de Taube la narración sigue un lineamiento que no termina de exponer con meridiana claridad el relato y su propósito. Los intérpretes cumplen con su función, pero poco es lo que pueden aportar. Así, por ejemplo, Rafael Spregelburd es un excelente actor, empero su trabajo termina diluyéndose porque nunca se sabe, en definitiva, qué rol está jugando. Parlamentos estirados gratuitamente y una cámara que se detiene en largos letargos hacen que el bostezo y el sueño no terminen de hacer de las suyas. Según el realizador esta es la historia de Biguá, un trabajador portuario, que espera un hijo de su joven novia, y se embarca en una travesía por alta mar. Javier tiene 40 años, una esposa a la que quiere, casa, trabajo, un buen pasar. De manera recurrente sueña con otra vida, con ser otro muy distinto. Un día, ambas historia coinciden como en un sueño mágico y misterioso, sacudiendo los cimientos de sus destinos. “Agua y sal” es otra de las películas nacionales ya estrenadas en el 2012 que pronto se olvidarán, aunque pareciera que no sería la peor, porque lamentablemente hay otras, cuyos estrenos se anticipan, que a priori se podría estimar le saldrán al ruedo en seria competencia.