Delicado film del noruego Erik Poppe, bien encabezado por Pál Valheim Sverre
El destino suele marcar a las personas con los hierros más candentes. Esto lo comprobará Jan Thomas, un joven que es dejado en libertad luego de permanecer en la cárcel por el asesinato de un niño, a pesar de que él siempre proclamó su inocencia. Ya fuera de esa prisión que lo convirtió en un ser taciturno, intuye que la vida le dará una segunda oportunidad cuando un organista le consigue un trabajo en una iglesia de Oslo. Allí, y por su talento y su tranquila forma de ser, Jan Thomas se gana el respeto de sus superiores.
Aquel destino que lo había marcado parece que podrá ser cambiado, ya que el joven pronto ganará el corazón de una mujer y del pastor de la parroquia, quienes ignoran su pasado. Pero éste lo alcanza cuando una maestra llega a la iglesia y reconoce al organista como el joven que fue condenado por asesinato de su hijo. Así la culpa y la inocencia, y el bien y el mal se mezclan de una manera inquietante controlando la vida de todos.
En éste, su tercer largometraje, el director noruego Erik Poppe demostró una indudable inquietud por presentar esta historia desde la perspectiva más humana, con lo que logra así un drama tan íntimo como perfectamente orquestado al contar el mismo relato desde dos perspectivas diferentes, la de ese Jan Thomas torturado y la de esa posibilidad de recomenzar una nueva existencia.
Film delicado y de lenta descripción (algunas veces demasiado lenta) Aguas turbulentas tiene a su favor la emoción que otorga ese personaje central. La labor de Pál Valheim Sverre matiza a su personaje con arrogancia y destellos de alegría, y logra así una excelente interpretación de alguien que desea reconquistarse a sí mismo. El resto del elenco acompaña con vigor y sentimiento, mientras que la fotografía y la música se integran a la perfección con el clima de esta historia.