Culpa, redención y perdón. Básicamente, esas son las tres palabras que dominan este melodrama noruego, que cuenta con algunas situaciones similares a las que viven los personajes de los Dardenne. En sí, el argumento parece una combinación entre El Niño y El Hijo.
Jan Thomas secuestra por divertirse a un bebé. Accidentalmente este se escapa y muere. 8 años después sale en libertad condicional y trata de rearmar una nueva vida, encontrando trabajo como organista de una iglesia protestante. Allá conoce a Anna, la pastora de la misma. Ella tiene un chico muy parecido al que Jan había secuestrado. Mientras que la relación de Anna y Jan prospera, el chico empieza a sentir verdadero cariño por el muchacho que sale con su madre. Debido a su pasado, Jan rechaza, en principio al niño, y a la vez esto lo obliga a mentirle a Anna. Su vida prospera hasta que aparece la madre del chico que murió en sus brazos. A partir de este momento conoceremos, el otro lado de la historia, el de la víctima.
Poppe crea un relato de tensión que se va construyendo lentamente. Un melodrama hecho y derecho con interpretaciones frías y austeras, propias del comportamiento de los países escandinavos. La primera mitad de la película, que se centra en las relaciones que Jan crea, en su camino de “redención” son lo mejor de esta película, especialmente por la sólida interpretación del protagonista, Pål Sverre Valheim Hagen. Los problemas surgen cuando a la mitad de la obra, se cambia el punto de vista. El suplir de la madre por la pérdida del hijo. Si bien es cierto que la historia de Jan se estaba agotando, a esta altura del metraje, también es verdad que mostrar el proceso de aceptación de la muerte y el posterior reencuentro con el asesino posibilitan que el relato construya una trama obvia, previsible, cercana a los guiones de Guillermo Arriaga (21 Gramos, Camino a la Rendención), pero un poco mejor dirigida.
La densa, profunda, pero verosímil actuación de Ellen Dorrit Petersen hacen esta mitad, un poco más visible, aunque no lo suficiente para notar que el relato ha caído. Algunas situaciones están demasiado forzadas en pos de que se “resuelvan” los conflictos.
Poppe integra una estética interesante: usando teleobjetivos que dejan a los protagonistas en primer plano, fuera de foco, en función de demostrar que siempre detrás de cada uno hay un historia que se oculta, que uno no puede juzgar a la persona por lo que ve a primera vista.
Aguas Turbulentas es un drama que posee atributos cinematográficos, pero cae en las típicas tentaciones de los culebrones clásicos con moralina y feliz conciliador incluidos. Como en el cine de los Dardenne, el golpe bajo es reemplazado por ciertas sutilezas del lenguaje, que logran separar un poco al espectador de la historia. Pero si quieren que sea honesto, lo que realmente la salva son las soberbias interpretaciones. El resto es discutible.