Un anciano que se acerca a la muerte vive solo en una casa totalmente deteriorada mientras recuerda a su fallecida esposa a través de música, bailes solitarios y patéticos brindis. Su joven hijo trata de cambiar sus actitudes y en cada una de sus visitas se producen entre ambos tensas relaciones.
El muchacho intenta revertir esa situación de abandono en que se sumió ese ser que apenas puede caminar y que, en cambio, se aferra a su estilo de vida fragmentada por algunos paseos, por las calles de su barrio y por su empeño en mostrarse reacio a que alguien lo ayude en su existencia cotidiana.
En esta, su ópera prima, el director Federico Jacobi supo imponer calidez al guion de Gastón Varela, basado en un relato de su autoría, y así la trama se focaliza en el modo de subsistir de ese padre frente a la mirada condicionante de su hijo. Solo con estos dos personajes como protagonistas excluyentes, el film adquiere fuerza dramática y la diestra cámara recorre lentamente, tan lentamente como la agonía de su protagonista, los días opacos de alguien que espera a la muerte con paciencia y con avidez.
Daniel Quaranta y Nahuel Yotich supieron imponer enorme emoción a sus respectivos papeles, mientras que una excelente fotografía se encarga de retratar ese micromundo imbuido de dolores y de soledad.