Depresivo, solitario y final.
Dos palabras para integrar los pros y contras de esta opera prima dirigida por Federico Jacobi: producción auto gestionada y cooperativa, minimalismo a rajatabla. Tal vez una subordinada a la otra en materia de la propuesta conjunta para abordar entre otras cosas las etapas próximas a la muerte desde la vejez.
Dos personajes, un padre viudo y con notable deterioro físico (Daniel Quaranta) y su hijo (Nahuel Yotich) proveniente de España para hacerse cargo en parte como deuda a la figura paterna y en parte como intento de reencuentro tras la larga ausencia.
Decíamos al comienzo minimalismo y eso es lo que prevalece ya desde el título en alusión a un presagio o a la espera irreversible de lo inevitable, sumada la gran actuación de Daniel Quaranta con un abanico de expresiones, tristeza en el cuerpo y en un rol muy diferente al de Perro Molina de José Celestino Campusano.
La vejez, la fricción entre padre e hijo y esa búsqueda urgente de recomponer lazos antes que llegue la noche marcan el rumbo de este drama intimista, de las ruinas de una casa habitada por el dolor y por la presencia de un hombre abatido por la vida.