La flamante “Air” recrea el acuerdo millonario concertado entre la firma Nike y la estrella baloncelista Michael Jordan, ocurrido a mediados de los ’80. Gestando una asociación que devendrá en inseparable: la icónica marca de zapatillas con la que se identificará a ‘Su Majestad’ por el resto de su ilustre carrera es también hoy insigne brand en las musculosas de cada una de las treinta franquicias de la NBA. El influyente empresario Sonny Vacarro (interpretado con prestancia por Matt Damon) lleva a cabo un minucioso proyecto de convencimiento acerca del futuro del incipiente escolta surgido de la Universidad de North Carolina y con destino a Chicago Bulls, prometiendo a los padres de la entonces ascendente figura un lucrativo contrato con rédito económico sin precedentes para un deportista profesional. Tarea nada sencilla, no se trataba de solo desearlo y pronunciar las palabras mágicas: ‘just do it’. Porque Nike es la cultura…
Ben Affleck, quien obtuviera enorme reputación con films policiales de la clase de “The Town” (2010) y “Live by Night” (2016), y cuya transición detrás de cámaras representara un salto de calidad a su fluctuante carrera como intérprete, retorna a la silla de director con un producto sobresaliente. Cuestión de negocio absoluto, los números mandan a la hora de cerrar tratativas de esta índole. Porque las reglas que se rompen son las cuales por lo que se nos recordará, y en el búnker de Nike, que decora sus paredes con arte gráfico de dudosa calidad pero desborda ambición y espíritu revolucionario, se han escrito diez mandamientos que garantizan el éxito. Dato no menor que cotejar, el mentado acuerdo salvaría a Nike de una estrepitosa caída en las acciones por ventas de calzado deportivo, superado en aquel entonces por las dominantes Adidas y Converse. La salvación adquiría la forma de ensueño para relato de celuloide.
“Air” nos presenta un casting fenomenal. Mientras Damon regresa a colaborar con su fraternal Affleck tres décadas y media después de “En Busca del Destino”, mientras Viola Davis, Jason Bateman, Chris Tucker y Marlon Wayans se suman a un reparto plagado de talento. En la piel del gurú CEO de Nike, el bueno de Ben regresa a la gran pantalla en el que representa su quinto largometraje como director. Luego de ganar tres Premios Oscar con Argo (2012), quien también oficia aquí como productor ha sabido mostrarse en el pasado como un especialista en el thriller, ejerciendo en esta ocasión un rotundo cambio de timón hacia el drama deportivo que la platea americana gusta explorar de modo profuso. Sabido es que el básquet se conforma como un subgénero con entidad propia dentro de la nutrida historia del cine, sin embargo, lejos de nutrirse de epítomes como “Hoop Dream,”, “Blue Chips” y “El Juego Sagrado”, prefiere orientarse al costado del juego que se disputa en oficinas, puertas adentro. Con aire de David Mamet y retrotrayéndonos a la más reciente “Moneyball”, se conforma como una oda al capitalismo en plena era del marketing.
Este gran relato americano acerca de la conquista de la hazaña (firmar a la superestrella afroamaericana más codiciada, cuando solo contaban con el veterano Moses Malone), se encuentra musicalizado por emblemas de la época como “Money for Nothing” de Dire Straits y “Born in the USA” de Bruce Springsteen. Bebe de las fuentes clasicistas de Clint Eastwood, demostrando Affleck una sobriedad notable y un gusto estético por radiografiar con pormenorizado detalle una magnífica recreación de época: carteles luminosos, góndolas de supermercado, revistas deportivas, la tv a colores en la era MTV y cadena ESPN. Con gran sentido pop, la fotografía tamiza texturas y opaca los colores como si de un antiguo soporte en VHS se tratara. Así es como “Air”, con total agudeza, savoir faire de balón anaranjado y quirúrgica mirada sobre las modas ochentistas, construye un relato con filigrana retro, llevándonos directo hacia el corazón de la década que rubricó la dominancia emergente de la NBA. Eran tiempos de Erving, Magic, Isiah y Bird. Nombres propios que cotizaban alto en las álgidas noches de apuestas…pero Jordan estaba arribando para cambiar por completo el panorama.
Un estratégico plan se ponía en marcha: era hora de apalabrar a sus padres, James y Deloris. Casi no vemos al joven Mike, la película elige no mostrarlo. En ninguna instancia y la decisión es objetable. Apenas lo vemos de espaldas, o asistiendo en un segundo plano (casi desatendiendo, falto de carácter) vitales conversaciones rumbo al acuerdo. Aquí los focos de luz no se posan sobre el GOAT, claramente, sino que detienen sobre el cazatalentos Vaccaro y sus kilos de más, un lastre que el fenomenal Damon no está dispuesto a ocultar. Vive y muere por su descabellado sueño, firmar a la figurita más difícil y demandada, porque el riesgo lo vale: cree firmemente que ha descubierto una estrella de nivel superlativo. Y suda como en minuto final de séptimo partido de playoffs. Una reunión clave en la agenda podría decidir el destino de una compañía entera. Tan fundamental como aquel tiro en pleno clutch que un impávido y relajado Mike tomara, rumbo al triunfo en la final NCAA, salvando el pellejo de los suyos y de su mentor, Dean Smith. En esta ocasión, la pelota está en manos de la mujer del hogar, porque las madres afroamericanas saber llevar las cuentas y el timón.
La historia detrás para que el milagro ocurriera y MJ no firmara con la competencia, cobra calibre de leyenda cinematográfica. Porque al séptimo arte le encanta que todo sea una cuestión de negocios. Y primero lo primero, inclusive presumir de atesorar (y no subastar) el discurso escrito de Martin Luther King. Las ‘Jordans’ no correrían igual suerte y una estatua de bronce a las puertas del United Center soporta vendavales en la ciudad de los vientos. El instaurado “Be Like Mike” cambió de parecer a todos aquellos que dudaban de la genuina capacidad del futuro emblema, subestimado dentro de un concurrido draft que depararía una de las colecciones de talento más impresionantes de la historia: Hakem Olajuwon, Sam Bowie, Charles Barkley, Sam Perkins y John Stockton. Todos ellos se declararon elegibles aquel año: 1984. “Air”, merced a tales valores e intenciones, coloca en relevancia los factores que incidieron para que una marca adquiera forma de running shoe (porque todos corren en Norteamérica) y luego se convierta en un logo antropomórfico. La silueta voladora del legendario número veintitrés, aquel a quien todos querríamos imitar, firma sobre letras doradas un lema de grandeza para generaciones por venir.
Corrían tiempos de furioso cambio para el deporte norteamericano; sentimos en la piel la bisagra evidente que existe entre el romanticismo setentista y la era moderna. Un quiebre radical en el concepto del derecho a obtener ingresos inclusive antes de arribar a la práctica profesional, manifestándose semejante hito en favor de las ganancias que reciben jugadores por la explotación mediática de su imagen. Síntomas de un tiempo actual en donde la evolución del aspecto mercantil hacia cifras astronómicas otorga al deportista nuevas y empoderadas obligaciones. De cara al pleno efecto de mercado a nivel global que cambiará el curso de la historia del baloncesto, el de Jordan resultó el puntapié inicial al derroche de dólares que coronará a resonantes estrellas del nuevo milenio como rostros de su propia marca personal. La piedra angular de una mitología deportiva a la cual el clip de highlights durante los créditos no hace justicia. Pese a ello, no es opaca lo logrado entre pecados de omisión que desestiman regalarnos el plano que todos queríamos ver: el joven Mike calzándose por primera vez aquel modelo perfectamente diseñado en furioso rojo, blanco y negro.