Aire de chacarera cuenta no sólo la búsqueda musical de Fernando Arnedo, quien intenta refrendar sus nebulosos recuerdos de su abuelo, Mario Arnedo Gallo, músico y compositor santiagueño, con la realidad de su lugar cuasi mítico en la historia de la chacarera. Es también una búsqueda de otro tipo, la de quien atisba la persona que podría haber sido de haberse quedado su familia en esa provincia, que no es la que terminó siendo al mudarse su abuelo a Hurlingham en 1947 (el también guionista es sobrino de Diego Arnedo, el bajista de Divididos, quien tiene aquí el papel de "traductor", mostrando cómo ambas posibilidades se funden en una sola).
Las dificultades para reconstruir la carrera de Arnedo Gallo en pantalla son múltiples: no grabó discos y hay apenas un corto diálogo en imágenes para dar cuenta de algo de la chispa y sabiduría que recuerdan invariablemente aquellos que lo conocieron. Pero -sabiamente utilizadas aquí- tales carencias no hacen más que sumar al misterio: cada grabación casera trae una anécdota, un silencio, una tonada y la sensación de que la revelación final llegará sólo con un viaje, uno bellamente iniciático, a Santiago del Estero.
Que los paisajes oníricos de la provincia, las fiestas populares y los músicos locales (con nombres como Juan Carlos Carabajal, Vitillo Ábalos, Elpidio Herrera y Vico Gómez), rigurosamente registrados por Lucio Bonelli y Paola Rizzi, terminen por robarle el centro de la escena a Arnedo Gallo es natural: el pago y el músico se revelan indistinguibles. El cierre, a toda orquesta familiar, parece confirmarlo.