Turbias escenas de la vida conyugal
Una pareja (ella arquitecta, él ingeniero) con un hijo de siete años en medio de los trámites por la venta de su casa y el reciclaje de otra donde piensan vivir: es el pretexto de Anahí Berneri (1975, Martínez, Buenos Aires) para sumergirnos en el desgaste de un matrimonio y hacernos reflexionar acerca de cuánto hay de inevitable o de enfermizo en ese histérico círculo cerrado.
Charlas de entrecasa, atenciones (y desatenciones) al pequeño, remiendos en la enorme vivienda a habitar, negociaciones con albañiles o clientes, visitas a las casas de los respectivos padres, algunas improvisadas salidas nocturnas: todo suma al estado de incomodidad e inquietud constante. El resultado es una sucesión de idas y vueltas, agresiones seguidas de una sonrisa, actitudes de comprensión acompañadas por expresiones de rechazo. Un permanente sí pero no, una bomba siempre a punto de estallar.
Berneri sabe tomar distancia del costumbrismo televisivo. Las casas no se ven como fríos decorados sino que tienen respiración propia, con sus livings desprolijos y cocinas revueltas. Tampoco hay poses ni aforismos artificiosos. Incluso las escenas de intimidad y desnudos en el dormitorio y en el baño están construidas con gestos de complicidad propios de una pareja con varios años de convivencia, no como chispazos efectistas iluminados para un aviso publicitario. Asimismo, la música incidental no invade en momento alguno la película; de hecho, asoma recién a la media hora para reaparecer después ocasionalmente.
Está claro que, a diferencia de otras colegas (Lucrecia Martel, Julia Solomonoff, Celina Murga), Berneri es intensamente porteña: sus personajes –y sus películas– aparecen contaminados por el vértigo urbano, casi sin momentos de reflexión o serenidad y sin que nadie se detenga a observar otra cosa que no sea su propia imagen en el espejo. En Aire libre la pareja central, sus parientes y amigos son, además, de una condición socio-económica acomodada, percibiéndose cierta intención de desmitificar el estado de confort que los rodea. El film de Berneri parece decir que el bienestar material no basta o no sirve, mostrándolo asociado a preocupaciones y hastío: en este sentido, podría dialogar con parte de la obra de María Luisa Bemberg (aunque la directora de Camila seguramente no hubiera aprobado escenas como las que transcurren en el motel, visiblemente machistas).
El interés de Berneri por sacudir prejuicios y enrarecer la institución familiar viene de sus films anteriores, Un año sin amor (2005), Encarnación (2007) y Por tu culpa (2010), aunque en esos casos había seres de ficción que despertaban curiosidad por algún rasgo excepcional, generándose intriga en torno al desenlace. Acá, la cotidianeidad de una desganada pareja de clase media alta puede ser poco para los espectadores que esperan algo para sorprenderse. Al mismo tiempo, el afán por dejar que los personajes se presenten por sus acciones, sin subrayados, desorienta un poco al momento de saber quiénes son o qué función cumplen en la trama algunos de ellos.
Es encomiable la entrega de Leonardo Sbaraglia, con momentos brillantes junto a Celeste Cid, actriz sexy y eficaz más allá de cierta frialdad en su rostro. El pequeño Maximiliano Silva se muestra admirablemente suelto en algunas escenas, por ejemplo cuando se embadurna alegremente con pinturas junto a su abuela encarnada por Fabiana Cantilo (curiosa elección).
Paradójicamente –por tratarse de un film hecho de detalles y rencores ahogados–, Aire libre se torna más convencional cuando, en su tramo final, el desgaste desemboca en escenas de violencia que parecen empujadas por una necesidad del guión. En cambio, es un acierto la última secuencia, con la institución matrimonial subsistiendo pese a todo y la historia, quizás, volviendo a repetirse.