Quizás no tan redondo como Por tu culpa, el film anterior de Anahí Berneri, pero sí un poco más oxigenado (no, no es juego de palabras) y, en sus imperfecciones más libre. Una pareja en crisis (o, más bien, en inercia, lo que quizás sea peor) toma esa decisión que se ha transformado en algo así como la utopía de la clase media porteña: irse “al campo”, a la casa de los padres de ella, y empezar otro tipo de vida. Cuyas tensiones y problemas implican un cambio demasiado abrupto, lo que en lugar de consolidar la oxidada relación entre los protagonistas, la deteriora más, aunque este deterioro es también un pasaje en limpio. Berneri deja fluir la cámara, las situaciones y los personajes. Ejerce la puesta en escena pero no sobreactúa la presencia de la cámara. Y Celeste Cid funciona muy bien en escena, especialmente al lado de Sbaraglia, buen actor pero inclinado al desborde. Es tan preciso el equilibrio actoral que permite que surja, transparente, el desequilibrio dramático de las criaturas que encarnan.