Después de su ópera prima “El silencio”, donde el eje central era la búsqueda de la identidad a partir de un padre completamente ausente, Arturo Castro Godoy vuelve a hacer foco en los vínculos filiales, en pequeños momentos de intimidad, en saber ahondar en los detalles para ir construyendo el cuerpo de la historia.
Ahora, en su segundo film, “AIRE” el centro del relato descansa en Lucía, una madre soltera que vive en una lucha permanente para poder sobreponerse a los diferentes problemas que se le van presentando en la crianza de su hijo, la que además se complejiza porque Mateo es un niño con Asperger.
La cámara de Castro Godoy seguirá bien de cerca a Lucía, en el derrotero de un día particular. Después de desayunar y cumplir con la rutina cotidiana de llevar a Mateo al colegio y al poco tiempo de haber iniciado su jornada laboral, recibe un llamado avisándole que su hijo ha sufrido un accidente y que debía pasar a buscarlo por el colegio.
Implacablemente, la lente no pierde de vista a ninguno de los movimientos de Lucía y su historia personal, será el vehículo perfecto para que “AIRE” no solamente hable de ese vínculo intenso, íntimo y profundo que se establece en esa comunión que vemos entre Lucía y Tomás.
Fundamentalmente, será la base para mostrar –y porque no denunciar- muchos de los problemas que estructuralmente sufrimos como sociedad en los tiempos que corren.
Lo que parece un acto tan simple como retirar a su hijo del colegio, se transforma en un impresionante derrotero en el que Lucía, tendrá, entre tantas otras cosas, que lidiar con los resortes de la burocracia y un sistema que parece estar todo el tiempo mirando hacia otro lado, con una mirada completamente desapegada y alejada de toda conexión con el otro.
Desde un trabajo completamente precarizado, en donde el trabajador es incluso menos que un número de legajo hasta una institución escolar, que ya desde sus autoridades, se evidencia la simple intención de cumplir la fría letra de la normativa pero sin brindar ninguna contención ni al alumno ni a los padres, todo parece complotar contra los más débiles.
Un colegio que contrariamente a una pretendida inclusión, expulsa, señala y diferencia a cualquier chico que signifique un desafío diferente. Un hospital que burocráticamente en vez de dar ayuda, maltrata y estigmatiza al paciente, desoye sus demandas básicas y se suma, como todos los otros eslabones, al leit motiv del “sálvese quien pueda”.
Mientras Lucía atraviesa toda la ciudad intentando dar con el paradero de su hijo, trasladándose de un hospital a otro, el guion inteligentemente muestra a través de sus personajes, de las instituciones, o en la radio que suena en un taxi, o en los detalles de los pasillos de un hospital, la crisis por la que nuestro país y nosotros como sociedad, estamos atravesando.
Una crisis que en apariencia es económica, pero en realidad es una crisis donde se dejan de lado los valores y aparece la mezquindad con la que nos manejamos socialmente, imbuidos en nuestros problemas y sin poder mirar ni conectarse con ese otro, que en alguna próxima ocasión seremos nosotros mismos.
Tanto el guion y la dirección, ambas de Castro Godoy aciertan en la manera de crear un universo absolutamente asfixiante, agobiante y kafkiano, en donde toda la desesperación de la protagonista, se acentúa aún más cuando somos testigos de que la falta de aire por su problema de asma, se agudiza a medida que avanza la historia.
La permanente sensación de encrucijada y encierro -aun cuando la gran mayoría de la película está rodada en espacios abiertos- y la pericia con la que se van generando climas perfectos para la historia (sólo podrían mencionarse una situación con uno de los taxistas donde los hechos que suceden no están a la altura del resto de lo que propone el guion, apareciendo como una situación de trazo demasiado grueso) se basan en un guion muy bien estructurado, que en poco más de una hora logra transmitir con asertividad lo que quiere contar.
Pero el gran acierto de “AIRE” se basa fundamentalmente en la figura excluyente de Julieta Zylberberg como protagonista absoluta. No podríamos imaginar una mejor Lucía que la de Zylberberg, llena de matices, de pequeños gestos, de furia y sufrimiento contenidos, del padecimiento de esa injusticia que se respira en el aire, de la desesperación y la soledad, de esas personas que el sistema escupe y expulsa quedando completamente desprotegidas y a la intemperie.
Desde “La mirada Invisible” hasta “El 5 de Talleres” pasando por “El rey del Once” “Relatos Salvajes” y la reciente “All Inclusive”, Zylberberg demuestra una vez más su enorme talento –brillando tanto en el drama como en la comedia- y su capacidad para hacer que su personaje recorra todas las tonalidades posibles.
En breve pero importantes intervenciones, aparecen completando el elenco, María Onetto como su madre y Carlos Belloso como el taxista que la ayudará a llegar al hospital.
Una pequeña anécdota, una pequeña historia muy bien contada, para vernos reflejados como sociedad, en medio de esta crisis de valores y de recursos, en donde seguirnos mirando el ombligo parece estar a la orden del día, mientras el mundo a nuestro alrededor se sigue deteriorando.
En ese contexto, una madre, aún con el último aliento, seguirá peleando por su amor más grande: su propio hijo.