Evasión y amor
Hay dos clases de historias de evadidos en busca de refugio. Están las de los que fugan en patota, tomando a sus anfitriones de rehenes. Caso paradigmático: Horas desesperadas (1955), donde Bogart y sus compinches aterraban a la familia americana encabezada por Fredric March. Cuando el que se evade lo hace solo, pasa otra cosa, del todo distinta. En primer lugar, va a parar a una casa donde vive una mujer, sola o eventualmente con algún hijo. Pero además, y esto es lo básico, después de los primeros temores, recelos y sospechas, el ama de casa y el evadido entablan alguna clase de relación erótica o amorosa. Es lo que sucedía, por ejemplo, en El evadido (La veuve Couderc, 1971), donde sobre novela original de Georges Simenon, Alain Delon le caía del cielo a una Simone Signoret ya bastante veterana. Basada en una novela de Joyce Maynard, Aires de esperanza pertenece a esta segunda categoría.
Un día de 1987, Frank Chambers (Josh Brolin, siempre con gesto bronco) se aparece con una herida en el estómago ante Adele (Kate Winslet, tan sublime y tan rotunda como de costumbre) y su hijo Henry (Gattlin Griffith). Darle alojamiento en la algo derruida granja suena a una de esas ofertas que no pueden rechazarse. “Creo que lo que deprimía a mamá no era tanto la separación como la certeza de que no volvería a enamorarse”, recuerda Henry, en off, varias décadas más tarde. Más que deprimida, Adele parece estar sufriendo un ataque de pánico hecho y derecho: cuando sale de casa le tiemblan las manos, se sube al auto y se queda inmóvil frente al volante. Hijo único, Henry es su sostén, el que siempre está a su lado para ayudarla. Prefiere eso, antes que vivir con su estereotípico padre (Clark Gregg, conocido por la serie The New Adventures of the Old Christine) y su nueva familia.
En el papel de Henry, Gattlin Griffith es todo ojos. No porque los tenga particularmente bonitos, sino que son tan expresivos como el sudor que le hace brillar la frente, un poco por el calor de la zona y otro poco por el de la adolescencia. Henry, y sobre todo sus ojos, son, más que el punto de vista de la película, una película dentro de ella. Una película más intensa, más regular, más confiable. No es que Labor Day (título original, que remite al fin de semana en el que transcurre todo) esté mal. En su tramo más parejo –los dos primeros tercios– es un sólido drama convencional. Algo así como una versión menor de Un mundo perfecto y Los puentes de Madison.
Pero allí aparecen ya, como indicios de un virus, los primeros flashbacks de una serie que se irá desplegando en el curso del relato, y que tiende a justificar el crimen de Chambers. Justificación que orilla peligrosamente la de la violencia de género. Sobre el final la cosa vira a cierto suspenso (marcado por las dos trilladísimas notas de ese modo dramático) y después del final vienen varios finales más, a cual más tranquilizador y conformista. No hay duda de que Aires de esperanza es el film más convencional de Jason Reitman, realizador de Gracias por fumar, La joven vida de Juno y Amor sin escalas, quien depositó las dosis previas de bilis en un único personaje (una noviecita de Henry, encantadora maquinita de calcular), reservándose en lugar de ello un poco de sequedad y otro poco de sacarina.