Historias para edulcorar las tardes.
Si existe una característica que defina las obras del director Jason Reitman, es un desarrollo narrativo original, el mismo que pudimos observar en La Joven Vida de Juno y Gracias por Fumar, dos obras que fueron masivamente acogidas por el público internacional. No podemos decir lo mismo de Labor Day, o en su traducción al castellano Aires de Esperanza, ya que la película rebosa de un romanticismo rosa aptó para televidentes de novelas mexicanas.
La trama, que se muestra desde un principio bastante predecible, nos lleva a Estados Unidos a fines de los ochenta con la historia de Adele, una madre soltera que -abandonada por su marido hace varios años- cae víctima de una depresión que se acentúa año tras año, desmejorando su salud. Adele vive acompañada por su hijo Henry, un niño inteligente y condescendiente con su madre que, en sus 13 años, comienza su despertar sexual. El primer giro en la historia se da con la aparición de Frank Chambers, un ex convicto herido que pide que lo auxilien y escondan en el hogar.
El espectador podría pensar, una vez aparecido en pantalla Frank, que -víctimas del síndrome de Estocolmo- los protagonistas se irán rindiendo ante el delincuente. Pero no, Reitman no solo nos muestra un ex convicto amable y humanitario que no desea hacerles daño a los protagonistas, sino que quiere también, huyendo de un pasado trágico y de los horrores de la cárcel, formar una nueva familia. Es relevante resaltar el cuidadoso trabajo de imagen al que nos invita Aires de Esperanza, que transforma un pie de duraznos o la transpiración de una piel enamorada en todo un acontecimiento para los sentidos.