Ajami es un barrio de Jaffa, al sur de Tel Aviv, sitio poblado por árabes musulmanes, cristianos, judíos observantes e israelitas ecuménicos. Hay tensión, hay odio, y el amor se ocuta y se teme; la vida no tiene valor y en esa lucha por el poder da lo mismo ser culpable que inocente. Si, claro, todo esto que dijimos recién es un pequeño sumario de lugares comunes de los que AJAMI escapa pero sin salir indemne. En el metraje de AJAMI (largo metraje) la tirantez está puesta en el texto y sus anécdotas pero no tanto en la realización y el montaje, de pasmosa seguridad técnica que no siempre está al servicio de las necesidades narrativas. Es posible que la estructura del guión sea más potente que su diseño audiovisual, tal vez por eso de pretender hacer política y no denuncia. Si marcamos esto como un defecto se debe a que los personajes principales tienen entre 10 y 19 años y no alcanzan a medir o comprender la dimensión de sus actos; quizás la desprolijidad en la imagen hubiera contribuido a darle una visceralidad que en balance final AJAMI no tiene. Y esa desprolijidad visual ausente oculta al verdadero protagonista de la película de Copti y Shani: el tiempo. La importancia de un reloj de bolsillo, tanto como representación del tiempo escindido como también del tiempo que corre y no avanza, se descubre cuando AJAMI cierra con una tranquilizadora y previsible dureza sin haberse abismado nunca en suelos movedizos.