Lo sabemos, es una de boxeo con dos actores que, en lo suyo, están de vuelta, pero peinando cada vez más canas, así que no seamos ingenuos. Con tanto revival de los ‘70 y los ‘80 que vivimos en los últimos dos o tres años no debería ni sorprendernos ni ponernos escépticos la llegada de “Ajuste de cuentas”.
Por el lado del boxeo, la última de Rocky la vimos hace poco más de un lustro. Luego vinieron las dos entregas de “Los indestructibles” (2010-2012). Si hablamos de un cine más “elaborado” “Drive” (2011), “El precio de la codicia” (2011), “Argo” (2012), hasta “Escándalo americano” (2013), tienen una mirada estética hacia formas de hace 40 años. No sólo en el modo de filmar, sino también en el aspecto de la proyección con ese efecto de post-producción que las hace ver con el granulado típico del formato en 35mm.
Salvando las distancias de los ejemplos, “Ajuste de cuentas” es una producción ochentona que tiene en el capricho de existir su mejor virtud y defecto al mismo tiempo. “Los indestructibles” se apoya claramente en un imaginario colectivo de espectadores que en la década del ‘80 hubiera pagado el doble por ver juntos a todos los actores del cine de acción de aquel momento, pero nadie imaginaba, o quería, a Stallone y De Niro en una película de éste tipo. Es cierto que compartieron cartel en “Tierra de policías” (1996), de James Mangold, pero era otra cosa.
Por eso desde el vamos uno se pregunta cuál era el problema si los protagonistas eran efectivamente Jack “Toro Salvaje” La Motta versus Rocky Balboa, si de todos modos el planteo era una comedia a partir de enfrentar a dos personajes que nunca se le ocurrió ni la pidió nadie (a excepción de los involucrados en la producción).
“Grudge match”, tal el título original, se traduce como una pelea basada en algún resentimiento del pasado. Algo así como “La contienda del rencor”. Este vestigio quedó instalado particularmente en Billy “the kid” Mc Donnen (Robert De Niro) quién, treinta años atrás, en el pico de su carrera, enfrentó a Henry “Razor” Sharp (Sylvester Stallone) dos veces: ganó una, perdió la otra. Nunca hubo desempate. Hoy, cada uno está en lo suyo. Billy tiene un restaurante temático de buena fama, mientras Henry trabaja en una planta industrial. La efeméride de un programa deportivo alienta a Dante Slate (Kevin Hart) a impulsar el desempate. Por supuesto que cada uno encontrará sus motivaciones para hacerlo, y seguramente habrá más de un lugar para personajes secundarios (brillante Alan Arkin, correcta Kin Basinger) que planteen alguna que otra sub-trama tan superficial como innecesaria. La chica en cuestión, por ejemplo, colaborará con la dosis dramática que en una comedia siempre baja a tierra la historia, pero que en este caso resulta forzada y por ende insustancial. El público asistente olvidará de inmediato esa parte de la historia porque, en principio, está lejos de lo que fue a buscar.
Por el contrario, cuando los guionistas Tim Kelleher y Rodney Rothmanel se ocupan de gags con buen timing, el director Peter Segal de sacarle el jugo al contraste entre ambos personajes (uno recatado, el otro altanero), y los actores principales de lograr sus propias parodias, la película funciona. Como estos aciertos ocurren menos veces que los errores (o mejor dicho, las malas o inútiles elecciones), pero a la vez están (de casualidad) bien distribuidos, el resultado deja una sensación de entretenimiento aceptable. Cuando De Niro se deja llevar por el impulso respecto de su personaje como un tipo de la calle, provocador y pendenciero que nunca perdió las mañas, sale lo más rescatable.