Llegar tarde
Hay películas a las que llego tarde. Esta se estrenó a fines de enero, me agarró entre dos viajes de trabajo y recién la recuperé ahora. Tenía ganas de verla: más por Stallone que por De Niro, más porque me gusta el boxeo en el cine que por mi casi nulo gusto por el boxeo en la vida o en el deporte real. Y me la habían recomendado algunas personas. Pero Ajuste de cuentas es una de esas películas que llega tarde.
La nostalgia es uno de los sentimientos más sobrevalorados. No la elaboración de la nostalgia, mejor dicho. Más bien esa celebración de la nostalgia de qué copados qué éramos y qué decadentes ahora. Esa nostalgia que apela a que podemos tener un destello de pausa de la decadencia si ponemos el casete de esos viejos buenos tiempos. Eternamente volver al colegio secundario para escapar de la vida adulta de la que se escapa cada vez que se puede. Me aburre todo eso, me aburre tanto como las quejas sobre los lunes. Un ejemplo reciente de este fastidio: el “chiste” de Volver al futuro en A Million Ways to Die in the West. Ese reciclamiento infinito de los materiales del pasado, de nuestro pasado, porque fuimos recontra capos. Mejor dicho: no el reciclamiento -que implicaría alguna actividad- sino la exhibición museística que suele negar el paso del tiempo, al eternizar nuestro pasado en el presente. Una pesadilla.
Sylvester Stallone y Robert De Niro boxeadores, ex boxeadores, con un pasado que resolver. Obviamente, claro, carteles de neón en sus pasados cinematográficos como Rocky Balboa y Jake LaMotta de Toro salvaje. No se llaman Rocky ni Jake pero los ingredientes están. Más en el caso de Stallone y Rocky porque, bueno, el personaje de Jake LaMotta era muy desagradable. No es que el Billy 'The Kid' McDonnen de De Niro no lo sea, pero es menos un violento cretino que un chantún. Stallone, o sea Henry 'Razor' Sharp, es más noble. Y hay que decir que su manera de actuar se lo permite. Los últimas casi dos décadas de actuaciones de De Niro tienen demasiados ejemplos de facilismo tras facilismo. De Niro actúa sin esforzarse demasiado, y se nota. Es otro que confía, como esta película haragana, en las glorias pasadas.
Stallone trabaja más, o al menos sus diálogos y sus situaciones tienen un poco más de riqueza, y como el entrenador que viene a hacer las veces de Mickey (Burgess Meredith) es Alan Arkin, las cosas mejoran de forma intermitente. Arkin maneja la comicidad seca, la comicidad ácida, y afila casi cualquier diálogo. Pero por mejor que nos caigan Stallone y Arkin no hay manera de disimular que esta es una película en la que a cada rato hay que apoyarse en el pasado sin reelaboración alguna, sin trabajo sobre las situaciones. Es tremendamente tosco el planteo argumental general que incluye una rivalidad encendida y avivada por una mujer en el medio, por un amor que se corta por una confusión de lo más estúpida (es casi para solidarizarse con Kim Basinger por las líneas que tuvo que proferir). A eso además hay que sumarle lo del hijo: es decir, una cosa es hacer un argumento grueso y otra muy distinta es directamente desestimar cualquier esfuerzo argumental, bueno, esto es una película sobre la nostalgia del cine de personajes del pasado. Por otra parte, cada vez que esta progresión cadavérica de acciones necesita que el personaje de De Niro vaya para uno u otro lado, le pone una situación precaria adelante. Las interacciones entre su personaje y su nieto no tienen forma de cine.
El problema general con esta clase de películas es que confían en que el pasado -la historia- las salvará y no se preocupan por el presente, por el relato. Juegan a los chistes -sí, algunos son efectivos- con la esperanza de convencer mediante una entrada barata al museo de viejas glorias. No es suficiente, y Stallone lo ha demostrado con Rocky Balboa y las Expendables: el pasado debe integrarse en un presente atractivo, el paso del tiempo no puede estar solamente representado por los achaques, debe haber algo de sabiduría en la mirada. Ajuste de cuentas, para peor, también sabe esto último, y lo expone en dos detalles groseros, anticlimáticos y además simétricos de la pelea (que ni siquiera es destacable), que vendrían a demostrar vaya a saber uno qué cosa acerca de lo que aprendieron estos veteranos.
Ajuste de cuentas, un título de estreno local revelador porque apunta aún más hacia el pasado, revela que el cine que se cree simpático porque impone los posters de antaño confunde ser inofensivo con ser inane. Y la supuesta inocencia de “hacernos pasar el rato” con la ofensa de hacernos perder el tiempo.