En el box como en la vida.
Cada uno por su lado, Robert De Niro y Sylvester Stallone, en los últimos años ha hecho de la autoconciencia un motor de sus últimos films. El actor de Buenos Muchachos lleva más de una década riéndose de sí mismo y del estereotipo de mafioso que representa su sola figura en escena. Sus trabajos son arriesgados porque fuerzan los límites de esa “mirada meta” que lo llevó a hacer probablemente los momentos más ridículos en su carrera, casos Showtime y Analízate, por nombrar un par de ejemplos. Stallone con la saga Los Indestructibles supo organizar, no sólo desde su rol protagónico sino también desde la producción e incluso la dirección, un revival fresco, en términos generales, de estrellas del cine de acción algo devaluadas, aunque también con nuevos exponentes del género.
En primer lugar hay que reconocer que en Ajuste de Cuentas, Peter Segal no se tienta en hacer un duelo pueril entre Jake LaMotta y Rocky Balboa, más allá de los soportes publicitarios que sí apuntaron los cañones hacia la relación más obvia entre esos personajes míticos. Inevitablemente al tratarse de un film de boxeo, sostenido por la presencia de sus actores principales, tiene que tejerse una disputa más allá de los límites del cuadrilátero. El odio entre ambos tiene una historia de treinta años, cada uno venció al otro en una ocasión y una tercera pelea definitoria quedó en el olvido cuando “Razor” Sharp (Stallone) se retiró, lo que dejó a un “Kid” McDonnen (De Niro) convertido en una queja ambulante. Cada uno representa, también, una antítesis actual del otro, mientras el primero vive de su antiguo empleo en una fábrica (como si se tratara de Rocky a la inversa), el otro es dueño de una concesionaria y un bar. La rutina de Razor se desestructura por lo que la pelea tan mentada cobra cierto carácter tangible en un futuro cercano.