Akelarre

Crítica de Diego Batlle - La Nación

En su incansable (e inclasificable) derrotero artístico, Pablo Agüero ha rodado documentales y ficciones tanto en la Argentina como en Francia. Su nuevo desafío como guionista y director ha sido en España y, más precisamente, en el País Vasco, con buena parte de los diálogos en euskera. La película está ambientada en 1609 e inspirada en las experiencias que el juez Pierre Rosteguy de Lancre –quien comandó en nombre de la Corona una extensa campaña de “purificación” con decenas de mujeres condenadas a la hoguera por supuestos actos de brujería– recogió en su libro Tratado de la inconstancia de los malos ángeles y demonios.

Rosteguy (Alex Brendemühl) y su consejero (el argentino Daniel Fanego con un esforzado acento castizo) llegan a un pueblo costero y –mientras los hombres se encuentran en alta mar– someten a varias jóvenes a un proceso, amañado desde el principio, en el que se las acusa de brujas. Víctimas de abusos, manipulaciones y confesiones forzadas, ellas deciden enfrentar a los inquisidores con historias inventadas sobre un supuesta ceremonia mágica denominada sabbat (o aquelarre) que incluye bailes y canciones propias de la tradición vasca.

El resultado es un film que, viajando al pasado con una mirada moderna y sin importar las licencias históricas, apuesta al empoderamiento de estas mujeres en un universo machista y patriarcal, dominado por los prejuicios, el fanatismo religioso y los abusos de poder. Quien quiera hacer analogías y paralelismos con nuestros tiempos allí está Akelarre para trazar puentes de resistencia, lucha y reivindicaciones.