Puede decirse que el tema central de Akelarre (2020) es la mentira. Ana, Katalin, María, Maia y Olaider, las ‘brujas’ acusadas; reiteran en distintas ocasiones que la memoria y la cabeza mienten. Por su parte, el secretario del inquisidor señala y reflexiona sobre si es cierto que las brujas siempre usan la mentira. Y la misma coproducción insiste en volver ambiguas las certezas de si estas jóvenes son brujas o sencillamente mujeres perseguidas. Durante el año 1609 en el País Vasco hubo una caza de brujas, como las hubo principalmente en América y otras partes de Europa, por sus supuestos conocimientos de magia negra.
Para el guion, Agüero y Katell Guillou se inspiraron libremente en “La bruja” de Jules Michelet, un estudio de las supersticiones en la Edad Media, y en el “Tratado de brujería vasca: descripción de la inconstancia de los malos Ángeles o Demonios”. Este libro del juez Pierre de Lancre narra sus vivencias durante la caza de ‘brujas’ en el País Vasco francés. Tal libertad narrativa está sostenida de principio a fin y posibilita reflexionar sobre la mentira como una línea fina pero definida entre la verdad, la ficción y lo real.
Agüero atraviesa esos tres polos con la memoria, el acto de narrar y la ensoñación. En ciertas escenas, su propuesta estética reafirma con colores brillantes la vitalidad juvenil de las protagonistas. Los hombres reprimen insistentemente esta energía hasta el momento de la confesión y el ritual del Sabbat. Al comienzo estos inquisidores son caprichosos en sus maltratos y decisiones porque no hay pruebas para perseguirlas y nunca las habrá. Luego con las narraciones de ellas, en medio de sus forzados testimonios, las palabras poseen una vitalidad actoral y cinematográfica que podría ser una ilusión para efectos de la historia; un juego orquestado por estas jóvenes mientras están encarceladas. También el valor del canto en las torturas, interrogatorios y en la celda de la cárcel da cuenta de una energía que tiene que ver con la capacidad creadora de estas vidas y no solo con el placer de sus rituales como señala el cura del pueblo.
De todas maneras, aquí la ficción no es el ambiguo juego engañado ni engañoso de por ejemplo La vita è bella (1998) o Birdman (2014). Estas asociaciones serían mucho más arbitrarias si no fuera porque en las tres el rol de la ficción y la historia están vinculadas con la muerte. Además el acercamiento de Agüero tiende más al drama que otras películas sobre brujas donde los códigos del terror o la comedia impiden matizar la propuesta audiovisual.
Y de las mencionadas antes, la sexta obra de Agüero conjuga una dinámica donde se prefiere resguardar la ambigüedad del final. Recordemos que en la premiada obra de Roberto Benigni el padre le mentía a su hijo en medio de la segunda guerra mundial para mantenerlo a salvo, algo éticamente cuestionable en varios niveles. Y en la de Iñárritu, aunque el protagonista se había suicidado con un salto por la ventana de la clínica, a los segundos su hija se asomaba para ver hacia el cielo con cierta alegría, remarcando la inferencia de que su padre habría volado como el superhéroe que él interpretaba en la ficción.
Aquí ficción es una obra ambivalente de otra realidad para repensar la existente, no (auto)engaño a fuerza de seguir adelante como en aquellas películas. Al final, las jóvenes saltan por un acantilado bajo la tenue luz de la luna llena. No es posible distinguir si vuelan o si se suicidaron, aunque la llama de la antorcha apagándose puede sugerir muerte. A estas decisiones narrativas que nos hacen reflexionar sobre la fidelidad histórica, se suman las sugerencias de la propuesta técnica. Si cada corte del montaje de Teresa Font está resaltando más la construcción ficcional, la constancia frente a la mentira se puede observar incluso con los tantos cortes de escenas, casi excesivos en cantidad, como ocurre en los momentos de la cárcel o la danza final.
También podríamos cuestionar la conveniencia de que los hombres terminen tentados por el encanto de ellas y el final ambiguo matice la crueldad eclesiástica que históricamente aniquiló a cientos de miles de mujeres en el medioevo. Pero las formas del cine tampoco están para defender o arremeter en bandada contra la historia oficial, sí al menos para recordarnos que el registro escrito de tales eventos es una recreación donde los poderosos dejaron documentados sus temores por ignorantes. Y esto lo cumplen Agüero y el equipo con su Akelarre.