Akelarre: toda bruja es política
Esta semana se estrena en salas, en CineAr y en Netflix Akelarre, la última película del director Pablo Agüero. Seleccionada en la Quinzaine des réalisateurs de la 73° edición del Festival de Cannes, Akelarre tuvo su premiere internacional en la Competencia Oficial de la 68° edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián y, con 9 nominaciones, es actualmente la segunda película más nominada a los premios Goya de este año.
¿De qué va?
País Vasco, 1609. Los hombres de la región se han ido a la mar. Ana participa en una fiesta en el bosque con otras chicas de la aldea. El juez Rostegui, encomendado por el Rey para purificar la región, las arresta y acusa de brujería. Decide hacer lo necesario para que confiesen lo que saben sobre el akelarre, ceremonia mágica durante la cual supuestamente el Diablo inicia a sus servidoras y se aparea con ellas.
En 1609, el juez Pierre Rosteguy de Lancre recorrió el País Vasco francés interrogando a centenares de personas y condenando a decenas de mujeres a la hoguera por supuestos actos de brujería. Luego relató su experiencia en el libro “Tratado de la inconstancia de los malos ángeles y demonios”. En esos textos barrocos y alucinados, Pierre Rosteguy de Lancre dio forma al mito del “sabbat de las brujas” (en lengua vasca: akelarre) que influyó a jueces y luego a artistas durante siglos.
Lo que Pablo Agüero lleva a cabo es una suerte de re-visita al mundo de la caza de brujas, metiéndose en el mundo de las mujeres y escuchando su voz en ese proceso. A la vez, desnudando parte de la verdadera razón de este exterminio: los hombres y sus ansias por el control. Co-producción entre Argentina y España, hablada en Español y Euskera, Akelarre va recorriendo la desesperación, la entrega, el miedo, la aceptación, la venganza, la falta de acreditación ante la injustica… todo y cada uno de los procesos que viven un grupo de mujeres que sin entender que sucede se ven sumidas en un juicio del que no entienden las acusaciones.
Un híbrido entre la The Reckoning (2020) de Neil Marshall, con un poco de The VVitch: A New-England Folktale (2015) de Robert Eggers; Akelarre termina dejando de lado lo espectacular de meterse en un momento histórico sucio, ruin y ruidoso como es el de la Edad Media con sus leyendas y floklore, para convertirse en un relato intimista sobre lo que le sucede a personas (en este caso particular, mujeres) que se ven privadas de sus derechos sin entender el porqué. En este punto, me recordó mucho a Crónica de una fuga (2006) de Israel Adrián Caetano y terminó llevándome a un lugar muy oscuro de nuestra historia reciente.
Las actuaciones femeninas son la razón de ser (especialmente la bellísima Ana, interpretada por Amaia Aberasturi), además del villano Rostegui (Alex Brendemühl). Entre los protagonistas aparece el argentino Daniel Fanego, que de tan taciturno y apocado se termina quedando escondido detrás de las velas y la oscuridad de los escenarios.
La película tiene un trabajo de arte y vestuario de alto nivel, y utiliza muy bien el trabajo fotográfico para meternos en un mundo donde no existe la luz eléctrica.
Sin embargo, el hecho de tener largas escenas de conversaciones y juicios, con lugares que se repiten para ayudar a sentir lo cíclico del encierro, Akelarre se termina sintiendo muy teatral. Hacia el final dispara un poco, con una escena que parece un musical de disney macabro y que demuestra cómo los hombres siempre terminan siendo hombres. La empatía, el acompañamiento, las vacilaciones, la fuerza… cada uno de los elementos femeninos en pugna en épocas de deconstrucción están presentes en un relato demasiado actual para desarrollarse en 1600.
Akelarre es un espectáculo basado en la actuación, un cine político que aprovecha una coyuntura histórica de persecución y asesinato de las mujeres, una situación amparada por los grandes poderes fácticos y sin tener quien las proteja. Porque bien sabemos qué cómo dice el villano “No hay nada más peligroso que una mujer que baila”, una que lucha, que caga frente a una iglesia, que pone el cuerpo en la calle por sus convicciones… Menos mal que todo cambió en estos 500 años.