La premiada película de Pablo Agüero escapa de los clichés habituales que han estandarizado ciertas películas de época. Parte de la conducta para romper con tal paradigma también implica su intención de buscar la constante provocación sobre la reacción del espectador, a través del tratamiento innovador y transgresor de una temática al respecto de la caza de brujas que el relato comúnmente aceptado no suele abordar. Este particular matiz nos habla a las claras de la universalidad de una película poseedora de una gran fuerza contemporánea al momento de describir a la sociedad de nuestro tiempo y tratar temáticas atávicas. El autor basa su indagación en la lectura de un libro del siglo XIX del historiador francés Jules Michelet, inmejorable punto de partida para romper esquemas. Se trató de una obra prohibida durante décadas, que cuestionó con espíritu subversivo al sistema global e imperante establecido por los estados monárquicos y clericales de la época.
Estéticamente, resulta toda una declaración de principios morales. El fuego como fuente de luz se constata como esencial parte de la acción, enriquecedora idea metafórica que genera un cúmulo de imágenes potentes. Ubicando sus coordenadas históricas en el año 1600, pero luciendo inquietantemente contemporánea, “Akelarre” reivindica a la mujer acusada de brujería como una figura de libertad e independencia, poniendo en tela de juicio el valor político de la caza de brujas. Bajo el formato de thriller, la máxima ganadora de los Premios Goya ofrece una lectura de ciertas fallas sociales que arrastramos por siglos y su loable mirada se posiciona del lado de los oprimidos y todo injusto acusado. Proveyendo a la reflexión, nos conmina a cuestionar la utilización de la excusa acerca de la mentada superstición para reprimir, torturar, perseguir y aniquilar. La educación a través del terror que reproduce esquemas de generación en generación desnuda la fabricación de malignos complots que el film no teme denunciar.