Entre la espada y la pared
Sam Worthington encarna a un ex policía que amenaza tirarse desde un edificio en este thriller de Asger Leth.
Un hombre entra a un hotel en el centro neoyorquino y se dirige a su cuarto en uno de los pisos más altos. Entra, pide algo para comer, abre la ventana y se para en la cornisa, dando la impresión de que en cualquier momento se lanzará al vacío. La gente en la calle lo ve y a los pocos minutos la ciudad –policía, medios, curiosos, etcétera- estará revolucionada. ¿Qué llevó al hombre a esa situación? Y, más que eso, ¿de verdad está pensando en tirarse? Al borde del abismo , thriller del danés Asger Leth (hijo de Jorgen Leth), se centra en Nick Cassidy (Sam Worthington), un policía que fue a la cárcel por robarse un diamante de 40 millones de dólares. En un flashback que seguirá a su salida a la cornisa veremos cómo logró escaparse de prisión tras salir con permiso para el entierro de su padre y zafar de la policía allí, en el cementerio. Y sabremos que la intención de su intento de suicidio será probar su inocencia en el caso. Pero, ¿cómo piensa hacerlo? El plan es más complejo y mientras Nick llama la atención reuniendo a policías y consiguiendo una negociadora (Elizabeth Banks) a la que cree poder manipular, otras cosas están pasando en un operativo tan complicado como bastante inverosímil que involucra a familiares, robos de joyas, corrupción policial y varios etcéteras.
Al borde...
no se sostiene desde su lógica, sino desde la tensión y el nervio –y un tono exaltado de película Clase B- que durante buena parte del relato Leth logra dotar a la situación, tratando de aprovechar al máximo el mínimo espacio que Nick tiene para moverse, pero siempre moviéndose entre el resto de los personajes de una trama en la que participan actores como Jamie Bell, Ed Harris y Ed Burns.
Las limitaciones que la situación presenta (Nick no puede moverse más de unos metros de izquierda a derecha) hacen recordar a aquella película que el padre de Leth hizo con Lars von Trier, Las cinco obstrucciones , en la que el cineasta se ve forzado, como también sucede en el caso del Dogma, a trabajar con severos y autoimpuestos límites. Y tal vez fue eso lo que atrajo a Leth de la trama, ya que lo demás parece correr por los carriles previsibles. No todo es lo que parece y nos esperan varias sorpresas. Pero a esta altura, sorpresivo sería que una película así no tenga infinitas vueltas de tuerca...