Al pobre Asger Leth, realizador de Al borde del abismo, no se le cae una idea nueva.
Uno se imagina que con una película como Al borde del abismo apareció un guionista con una idea determinada: por ejemplo, la de un tipo en la cornisa de un edificio, amenazando con suicidarse. Luego vino otro, y dijo “che, démosle una vuelta de tuerca, porque parece demasiado sombrío y cerrado todo: hagamos que eso en realidad es un bolazo, que lo que está haciendo es desviar la atención para que otra gente que realice un gran robo a menos de una cuadra”. Después aparece otro más y dice “no está mal eso, pero conectémoslo con la crisis financiera actual, cómo los ricos siguen acumulando fortunas a expensas de los pobres, la falta de escrúpulos de ciertos sectores en el capitalismo”. A continuación entra otro más y agrega “bueno, pero en general la corrupción económica va de la mano de la política o policial, así que no estaría mal introducir la cuestión de la corrupción policial”. Llega un quinto y afirma “OK, pero si vas a tener policías malos, tenés que tener también policías buenos, que puedan ponerse del lado del héroe, aunque seguramente lleguen con heridas del pasado, que deberán curar con este caso”. Y surge en escena un sexto, que recuerda “ojo, que si es una película de robos, algún elemento humorístico tiene que tener, porque si no volvemos a la de antes, con todo muy oscuro y sombrío, así que volquemos las risas para el lado de los cómplices del protagonista”. Otro más sugiere “¿no les parece que esos cómplices deberían ser familiares, como para insertar la noción de la familia?”.
Y uno piensa “guau, cuánta gente debió haber metido mano en el guión”. Pero no, resulta que la autoría del mismo es de apenas uno solo, un tal Pablo F. Fenjves, que hasta el momento sólo había tenido trabajos para televisión. Un tipo con muchas ideas en la cabeza parece. Ojo, no está mal eso: pensemos en otra película protagonizada por Sam Worthington, Avatar, que combinaba una historia de amor bastante similar a la de Pocahontas y el Capitán Smith, las referencias a la guerra de Irak, el deber-ser de un soldado, la construcción del mito de un héroe, un discurso espiritual y ecologista, etcétera. Y sin embargo, todo salía bien.
Aunque claro, había un director detrás, alguien con James Cameron, capaz de crear mundos propios con pasmosa facilidad. En cambio, al pobre Asger Leth, realizador de Al borde del abismo, no se le cae una idea nueva. Por eso el filme se va desarrollando como un pobre Frankenstein, a los tropezones, sin poder combinar apropiadamente sus diversos elementos. A lo sumo, se dedica a confiar en un elenco ecléctico, compuesto por Ed Harris (tan villano como flaco), Jamie Bell (que creció pero sigue pareciendo un buen pibe), Elizabeth Banks (muy linda), Génesis Rodríguez (muy muy linda), Anthony Mackie, Edward Burns y Titus Welliver.
Con un final tirado de los pelos y sin gracia, tirando misiles de tinte político que terminan siendo meras balas de fogueo, Al borde del abismo no ofende pero, al igual que muchos filmes hollywoodenses, no aporta absolutamente nada. Es tan sólo un conjunto de ideas sin concretar.