Tras Saluzzi: Ensayo para bandoneón y tres hermanos, La quimera de los héroes y Cornelia frente al espejo, Rosenfeld regresó a Salta para narrar la historia de Antonio Zuleta, un obsesivo y artesanal buscador de Ovnis de casi 70 años.
Siempre fascinante, a la película le cuesta en ciertos momentos encontrar su eje: arranca con cierto toque místico (el protagonista dice tener una energía especial, una conexión con el más allá), luego deriva hacia la relación padre-hijo (le enseña su “oficio” al chico de apenas diez años), más tarde apuesta al cine dentro del cine (con las “películas” del propio Zuleta), posteriormente se concentra en sus descubrimientos (con un viaje a Buenos Aires en el que se encuentra con el mítico Fabio Zerpa) y finalmente muestra una misión en pleno desierto acompañado por un asistente munido con todo tipo de artefactos tecnológicos: es esta la parte más divertida y en la que surge el conflicto entre dos formas de acercarse al tema: la intuitiva de Zuleta y la “científica”, con todos sus gadgets, del otro. Pero, justo cuando encuentra su corazón, su esencia, su razón de ser, Al centro de la Tierra termina.
Rosenfeld es un talentoso narrador y aquí, con la ayuda del director de fotografía Ramiro Civita, consigue imágenes de enorme elocuencia y belleza, aunque por momentos está cerca de caer en el exceso esteticista a-la-National Geographic. Algo parecido ocurre con la banda de sonido compuesta por el chileno Jorge Arriagada (habitual colaborador de su compatriota Raúl Ruiz). La música es tan virtuosa y cuidada, con tantos arreglos, que en ciertos pasajes resulta un poco intrusiva. Así y todo, Al centro de la Tierra -un documental con mucho de ficción o una ficción de inspiración documental- resulta un film valioso y atractivo sobre un personaje con múltiples facetas: el Zelig salteño.