Cuestión de fe
Dentro del primer tramo de este 17 BAFICI ya es posible encontrarse con un punto alto de la Competencia Argentina. Al centro de la tierra (2015), de Daniel Rosenfeld, es una película que produce un singular extrañamiento a partir del seguimiento de Antonio Zuleta, un salteño obsesionado con los OVNIS.
El hombre, sostiene, suele avistar OVNIS. No sólo eso; gracias a la modesta cámara que ha comprado, ha logrado registrar esos encuentros en numerosas ocasiones. Antonio Zuleta existe, vive en Cachi, Salta, y, aunque sea el protagonista de un film, poco importa si la suya se trata de una historia real. Al centro de la tierra no parece un documental ni busca serlo. Detrás de esa capa biográfica, gravita un extrañamiento propio del que se abre a un mundo por primera vez. Sin señalarlo como objeto bizarro, el ojo que ve a Zuleta asume su capacidad de testigo, y tal vez por eso la persona -devenida personaje- hasta puede llegar a emocionarnos.
Durante el relato, Zuleta aparece junto a sus hijos, cuenta una bellísima anécdota sobre el poder y la creencia, viaja a Buenos Aires para consultar a ¡Fabio Zerpa!, y –finalmente- se topa ante una sorpresa. En cuanto a lo formal, Al centro de la tierra tiene algo de documental etnográfico y comedia absurda, pero su matriz dramática reposa sobre un realismo seco. Como en El rayo verde, de Eric Rohmer, aquí se trata de persistir y esperar una señal. Si es un OVNI o un fenómeno meteorológico, eso es un aspecto tangencial. Rosenfeld lo sabe, y por eso su película no se agota jamás. Y en su tramo final logra crear una álgida tensión.
Con pinceladas de comicidad y un superlativo trabajo visual, el realizador crea una atmósfera única, sin desaprovechar el imponente pasaje salteño. Al centro de la tierra es una película híbrida, como hemos advertido, pero tal vez su herramienta más contundente sea la de entregarnos un personaje único, con un objetivo claro, en un lugar desconocido. Tópicos del cine de género, que aquí funcionan de otra forma, pero con gratos resultados.