La pasión de Ebert
Roger Ebert no fue un crítico de cine con una mirada demasiado sofisticada, pero su figura no deja de ser trascendente dentro de la actividad en Estados Unidos. En todo caso, fue un periodista dueño de una prosa muy atractiva y que terminó vinculándose con la crítica de cine por determinación y tenacidad, un laburante o -mejor dicho- un “populista” como a él le gustaba llamarse. Su valor más alto como crítico fue el de acercar la discusión alrededor de las películas a la gente, el de hacerle notar al público que todo punto de vista es posible, y que se debe sostener con pasión, como en aquellos debates acalorados que llevaba adelante con Gene Siskel, su compañero de la televisión y con quien mantenía un vínculo profesional tirante. No fue Pauline Kael, no fue Andrew Sarris, y lejos está en sus planteos de contemporáneos como Jonathan Rosenbaum, A.O. Scott o Richard Corliss, que aparecen en Al cine con amor, un gran documental en el que Steve James rinde homenaje a Ebert sin dejar de lado estas complejidades de su figura.
El de James es un documental que se parece en cuerpo y forma a su protagonista: es mucho más complejo de lo que aparentan sus bustos parlantes y su recorrido más o menos biográfico por la vida del crítico. Ebert, tras su rol de complicidad con la industria de Hollywood y capaz de recomendar Benji -la del perro-, también podía poner en consideración hacia el gran público norteamericano a realizadores como Robert Bresson o Ingmar Bergman. Y en Al cine con amor ingresan tanto la vida y obra de Ebert, como el choque intelectual entre la baja y la alta cultura; el detrás de escena de la profesión; la bohemia del periodismo de otrora; la relación entre el individuo y su espacio, en este caso Chicago; el proceso histórico por medio del cual los viejos periodistas se relacionaron con las nuevas tecnologías; la mirada racial a partir del casamiento de Ebert con una mujer negra; el film de autosuperación personal (Ebert fue alcohólico y más adelante se lo ve luchando contra un cáncer en la mandíbula); y hasta la oscuridad que rodea a la muerte, entre la dignidad del padeciente y la terquedad de los que no quieren perder a su ser amado. Son tantos los temas que aborda James (casi inconscientemente) y está tan bien dosificada y trabajada la información, que uno no puede más que rendirse por el trabajo del director.
Pero más allá de la forma y la manera en que se edita la información en el documental, lo que optimiza los resultados es la honestidad del conjunto. Claramente Al cine con amor es un homenaje edificante hacia la figura de Ebert, pero no por eso se dejan de lado cuestiones que tienen que ver con claroscuros en su figura: el ego está indisimulado, también su relativa importancia en el ámbito del pensamiento cinematográfico (la selección de testimonios es, si se quiere, osada). Lo que busca Al cine con amor, en todo caso, es potenciar la idea de un ser apasionado a la hora de desarrollar una actividad. Y que esa actividad esté relacionada con el cine, no hace más que potenciar un juego de espejos entre la obra y el que está mirando. Mientras vemos la vida de Ebert y su lazo con el cine, no podemos dejar de pensar en nuestro propio vínculo con las películas (más aún aquellos que nos dedicamos a discutir las películas). Por eso que más allá de lo duro de algunas imágenes, Al cine con amor emociona por otros motivos: porque traza un puente indestructible con nuestras emociones.
Y último, pero no menos importante, en Al cine con amor se expone, a partir de las presencias de Martin Scorsese, Werner Herzog, Errol Morris o Ramin Bahrani (quienes agradecen el hecho de que Ebert habló de ellos cuando aún eran desconocidos), esa idea que Anton Ego desgranó en Ratatouille: la noción de que el crítico es importante cuando se pone del lado de lo desconocido, cuando revela pequeñas dosis de belleza que están ocultas para el gran público y permite que aquello condenado al olvido adquiera importancia y trascendencia. El lugar del crítico en la historia del arte ha sido siempre un espacio de importancia relativa, cuestionado por los hacedores y por el público. Pero Ebert pertenece a un tiempo donde la figura del crítico tuvo cierta trascendencia, básicamente porque el cine vivía un estado de gracia singular: el cine y la crítica son, finalmente, discursos que se reatroalimentan. Vaya entonces este gran homenaje a una figura mítica, que sirve para visibilizar también los diversos procesos que fue atravesando el cine en el último medio siglo de historia.