Logrado retrato de un apasionado del cine.
Roger Ebert era un crítico de cine. Pero no era un crítico cualquiera. No cualquiera gana un Pulitzer, ni tiene una estrella en el Paseo de la Fama, un programa televisivo de gran rating y hasta un pequeño festival propio. Dedicado a escribir para toda la gente y no para élites, fue realmente un valioso escritor y comentarista, y un gordo divertido. Pero aquí vemos algo más. Aquí vemos cómo un hombre es capaz de enfrentar de buen humor la enfermedad y la muerte, y ahí reside la emoción.
La película informa sobre sus padres de clase trabajadora, el temprano comienzo en un diario, las excelentes notas políticas en los agitados años 60, la etapa alcohólica y la eterna obesidad, la experiencia de guionista del sexolero Russ Meyer, los inicios de joven crítico en el "Sun Times" de Chicago. Enfrente estaba el "Chicago Tribune", pensado para otro tipo de lectores. Su crítico era Gene Siskel, alto y delgado. Los dos muy conocedores, apasionados. Alguien tuvo la idea de juntarlos. El resultado fue casi tan bueno como "Función privada", de Carlos Morelli y Romulo Berruti, sólo que los nuestros siempre fueron elegantes y cordiales, y esos dos discutían ante la cámara sin ningún empacho y se vestían con mal gusto.
Aquí hablan las esposas, las productoras del programa, los amigos del bar, Werner Herzog, Martin Scorsese, Richard Corliss, que se autocritica por las aseveraciones de su artículo "¿Tiene futuro la crítica?" (el clásico desprecio de los snobs contra los comentaristas amados por el público), y Jonathan Rosembaum, cada vez más parecido a la cómica inglesa Margareth Rutherford, que insiste en recriminar a Ebert un supuesto obstáculo contra el cine de minorías. Para desautorizarlo aparecen Gregory Nava, Errol Morris, Ava DuVernay, Ramin Bahrani, Steve James, todos ellos agradecidos al decisivo apoyo que recibieron de Ebert cuando nadie los conocía, y todos buenos realizadores con algo para decir.
Pero además está lo otro. Vemos a Ebert en la cama del sanatorio, rodeado por sus mujeres: esposa negra, hijastra, secretaria china. Sonríe, escribe, habla mediante el sintetizador de voz. A cada rato pone el pulgar arriba, al revés de su gesto habitual cuando bromeaba con Siskel. A primera vista parece un conejo con la boca abierta. Pero la cámara se acerca y ahí entendemos lo que pasa con su cara. Hay que tener fuerza, y estar bien rodeado, para seguir adelante en esas circunstancias. Pero él dice "Es el tercer acto, y una experiencia". Casi nunca se fue del cine antes del final. Cuando al fin se fue, le dedicaron un acto público en un cine repleto. Dicho sea de paso, aquí recibieron homenajes similares Jorge Miguel Couselo, cuando se jubiló, y Salvador Sammaritano, cuando lo echaron. Pero fueron homenajes en vida, como corresponde.