En aras del neo western y thriller se desarrolla la nueva película de Ulises Rosell, situada en una ciudad de la Patagonia Argentina, donde el viento hace mella. Julia recorre las mesas llevando una bandeja con bebidas, ella trabaja en el casino. Armando juega a las cartas mientras la observa por el rabillo del ojo. Corte, fundido a negro y la acción se traslada afuera del reducto.
Julia habla con una compañera de trabajo sobre lo escaso de su sueldo, la vida en el sur “es más cara”, subraya. Armando la está escuchando, se acerca y le comenta que en la compañía petrolera donde él trabaja están buscando personal, que si le interesa le puede averiguar. Es así que la llamará para proponerle alcanzarla a la entrevista de trabajo.
Desde que Julia sube a la camioneta, todo se ve sospechoso y ella lo percibe. Cuando nota que no toma la ruta indicada, sino un atajo en medio de la nada, se desespera y tras un forcejeo tienen un accidente. A partir de este suceso los protagonistas comienzan una odisea por el desierto en busca de no se sabe qué. ¿Armando tenía intenciones de secuestrarla? Eso es lo que en un primer momento piensa Julia, pero nunca se delimita bien.
Al Desierto presenta sus personajes, el presunto conflicto, pero nunca lo desarrolla, es así que pierde fuerza dramática. Además de muchos otros cabos inconexos: ¿Qué es lo que lleva a Julia a irse con un desconocido? Cuándo encuentran refugio y dan con otras personas ¿Qué les impide volver a la ciudad? ¿Nunca comen en el escape? Faltan planteos más lógicos (¿verosímiles?) para dar cuenta de tanta desesperación y esfuerzo físico o como para suponer que Julia tiene una especie de síndrome de Estocolmo.
Si bien no son necesarias las explicaciones psicológicas del actuar de sus personajes, estamos ante una película física y de entorno (el desierto es un protagonista más), nunca se logra generar un clima para motorizar estas acciones que parecen desconocer el planteo del relato.