EL PARAÍSO DESÉRTICO
Una mujer que trabaja en un casino patagónico acepta la invitación de un desconocido para acompañarla a una entrevista laboral que promete una mejor remuneración y un mejor futuro. Indudablemente, Al desierto se vale del contexto histórico en el que se imprime (la violencia de género y la lucha feminista) para hacer que esos primeros minutos gocen de una enorme tensión: porque desde que Julia (Valentina Bassi) se sube a la camioneta de Armando (Jorge Sesán), el espectador duda de las intenciones del hombre y teme por la vida de la mujer. Los roles de víctima y victimario se imponen como reflejo, condicionados como estamos por una realidad que nos supera y nos oprime. Desde ahí, el director Ulises Rosell jugará con nuestras expectativas en un movimiento lúdico de gato y ratón que quiebra los prejuicios y lleva por otros senderos, mucho más complejos pero -también- más problemáticos para la película.
Lo mejor de la película de Rosell se concentra en esos primeros minutos. La pesadez de la rutina de Julia, el tímido acercamiento de Armando, el cada vez más enrarecido viaje en camioneta por ese desierto que será el hogar final de los personajes, incluso un muy lúdico plano secuencia musicalizado con Sixteen tons en plan karaoke de casino. Pero una vez que suceda el accidente que deje varados a los protagonistas, Al desierto apostará por un intimismo incómodo en el que las reacciones abruptas y crípticas de los personajes acrecentarán el misterio del relato, pero también la confusión del espectador. Porque el victimario no lo será tanto y la víctima optará por un rol demasiado pasivo, tal vez seducida por ese enigma simbolizado en la figura de Armando (Bassi y Sesán están perfectos en sus roles).
En gran parte del relato, Rosell se refugia en lo genérico para tratar de constituir, con la menor cantidad de diálogo posible, un universo. Y tiene la pericia técnica para lucirse. La película se codea con la road movie y también con el neo-western a lo Hermanos Coen (unos policías parecen salidos de Sin lugar para los débiles), consciente de que en algún sentido son estos elementos reconocibles para el espectador los que completarán los espacios huecos que deja el relato. Ambos géneros tienen la particularidad de estar condicionados por el espacio, y en ese sentido el director hace una lectura inteligente, tal vez la misma que Armando: quien busca en ese desierto enorme, alejándose a propósito de la civilización y lo urbano, algún tipo de renacimiento, de volver a empezar. El asunto no menor es que se lleva consigo a una cómplice involuntaria, contrafigura indispensable en esa reescritura de la civilización que el protagonista imagina en ese regreso a los orígenes. Y ese termina siendo el mayor problema de Al desierto, el vínculo no del todo claro que establece entre Julia y Armando, algo que es característico de un tipo de cine que confunde sugerencia y sutileza con supresión de información. Así como Armando resulta un personaje de difícil acceso y algunas decisiones de Julia se nos hacen demasiado caprichosas, la película termina licuándose en una serie de situaciones indescifrables. Tal vez Al desierto hable de paraísos perdidos, pero una Eva arrastrada a la fuerza no precisa de manzanas prohibidas para sentirse desplazada de ese edén.