Lo que dura una pasión
La opera prima de Nia Vardalos se centra en una mujer que descree en los vínculos duraderos.
La protagonista de Al diablo...descree del amor y por eso es feliz. Al menos, es lo que repite durante media película. Dice: “Nadie completa a nadie” Dice: “Las relaciones son jaulas emocionales”. Y también: “Cuando se acaba la seducción es hora del adiós. Así quedan buenos recuerdos y nadie sale herido”. ¿Honestidad brutal? ¿Pragmatismo escéptico? En todo caso, ella -que parece tan segura de sí misma- sí cree en el romanticismo y quiere vivirlo a pleno. ¿Entonces? Su fórmula es mantener relaciones de cinco citas: disfrutar de las vísperas, eludir las heridas y erosiones de la rutina.
Lo de las cinco salidas suena a manual de autoayuda. Peor: a perezoso artificio cinematográfico. Pero aceptemos esta licencia en una comedia romántica de sencillas pretenciones. El problema es que su trama entera es esquemática, previsible, carente de empatía, salpicada de gags fallidos. Para colmo, el desenlace toma el transitado sendero del psicologismo y la moraleja vindicatoria de la familia tradicional. Uf.
Hablamos de la opera prima de Nia Vardalos, quien comparte protagónico con (un insulso) John Corbett, su pareja en Mi gran casamiento griego , “apuntalados” por una excesiva cantidad de personajes secundarios sin desarrollo, arquetípicos. Ejemplos: el amigo machista de él; y los amigos gays de ella: Vardalos procuró que fueran tan simpáticos y livianos que los tornó estereotipados e insustanciales. Como el filme entero.
Alguna vez Oscar Wilde escribió que la única diferencia entre un amor eterno y un capricho es que el capricho dura un poco más. Nadie le pide a Vardalos tales niveles de ironía ni provocación. Sí que, al menos, haga películas que no transmitan la cómoda resignación de un matrimonio aburrido.