El tópico de la familia en peligro
En la filmografía de Mel Gibson, el tópico de la familia en peligro es uno de los más insistentes. Empezando por la mismísima Mad Max, donde le mataban a la esposa. Lo mismo que en Corazón valiente. En Revancha la ecuación se volvía misógina, con la jermu conspirando para despacharlo. En El patriota la cosa pasaba, en cambio, por vengar al hijo asesinado. Con esos antecedentes, cuando en la primera escena de Al filo de la oscuridad el bueno de Mel va a buscar a su hija al aeropuerto, no puede dejar de sospecharse que la pobre chica acaba de ganarse una condena a muerte. De allí en más, lo que mueve al hombre-que-cuando-se-pasa-con-el-alcohol-se-pone-antisemita no es tanto la venganza como el deseo de entender (de investigar) quién mató a su amada hija. Y por qué.
Regreso de Gibson como actor, tras siete años de ausencia (la última había sido Señales, de 2002), Edge of Darkness es la remake de la miniserie homónima, que el neozelandés Martin Campbell dirigió para la televisión británica un cuarto de siglo atrás. Veterano detective viudo de homicidios de la policía de Boston, Thomas Craven (Gibson) sigue la pista de la gigantesca corporación en la que su hija trabajaba como ingeniera nuclear. Danny Huston compone al CEO de esa compañía de modo tan sibilino, que ya en la primera escena se convierte en sospechoso número uno. Estrechamente ligada al gobierno de los Estados Unidos, el interés prioritario de la megacorporación no es precisamente la investigación científica. Por esa razón un grupo de activistas antibelicistas intentó cometer un atentado en la planta, saliendo ilesa sólo la hija de Gibson. Al menos, hasta el momento del reencuentro con su fatídico padre.
Con un llamativo parecido a Dana Andrews, el Gibson cincuentón parece haber tomado la misma inteligente decisión que en su momento asumieron Clint Eastwood y Bruce Willis: que la edad se note, en lugar de intentar disimularla. Ya en su primera pelea (que no es con un fisicoculturista, sino con el más bien esmirriado novio de su hija), Craven tiene que sentarse y tomar aire. Que el detective no luzca como superhéroe, sino como un tipo débil y cansado, se corresponde con el tono de la película, a medio camino entre el melodrama de pérdida paterna –al estilo de La habitación del hijo–, la película de venganza y uno de esos thrillers político-corporativos, de los que se usan ahora. En esa misma media agua y volviendo a dirigir lo que ya dirigió décadas atrás, Martin Campbell le pone freno a la superacción de sus películas previas en Hollywood, sobre todo las de El Zorro y las de James Bond. Lo cual no convierte necesariamente a Al filo de la oscuridad en una gran película, pero sí en una algo más sobria que la media actual de Hollywood. Sobria, siempre que se pasen por alto las apariciones de la hija muerta y los diálogos que el padre mantiene con ella, dignos de Papá corazón. Lo que le levanta varios puntos a esta película es el personaje a cargo del genial Ray Winstone, que empieza como mercenario y termina como justiciero.