Primero, Mel Gibson retorna a la pantalla, tras 7 años de alejamiento en los que se ocupó de dirigir “La Pasión de Cristo” y “Apocalypto”, dos títulos polémicos. Se lo ve muy cómodo en la piel de Thomas Craven, un veterano detective de homicidios, devastado por una inesperada tragedia. Emma, su única hija de 24 años, con quien se reencuentra al cabo de una larga separación, es asesinada a balazos en la puerta de su casa. Craven y quienes lo rodean creen, en un principio, que el destinatario de los tiros era él. Sin embargo, tras el dolor y a medida que avanza la investigación que Craven lleva adelante de manera implacable, queda claro que la existencia de Emma era un misterio y estaba cargada de secretos que tardarán mucho en develarse. En la trama asoman encubrimientos empresarios y gubernamentales. De pronto, Craven ingresa en un espacio que desconoce. Habrá testigos que desaparecen, accidentes demasiado caprichosos y una suma de funcionarios y ejecutivos que parecen dispuestos a cooperar, pero sólo echan sombras sobre el caso. O procuran borrar evidencias molestas. Craven no sabrá quién fue su hija hasta que se tope con un video inquietante que ella misma ha grabado, previendo lo que ocurriría. El film se basa en una exitosa y premiada miniserie británica, producida por la BBC en 1985. Eran tiempos de la Guerra Fría y hubo que actualizar algunos detalles en la traslación al cine americano. El saldo es un thriller un poco enredado y confuso en sus intenciones políticas. Mel Gibson, a los 54, ya no es el intérprete desmesurado de “Mad Max” o “Arma mortal”. Los años, le aportan una serena tensión a su personaje.