Desde 2003 que a Mel Gibson no lo veíamos en un papel importante en el cine. En el medio, se dedicó a alimentar su faceta de director, con la polémica La pasión de Cristo y con el fracaso comercial de Apocalypto. Como no podía ser de otra manera, su regreso también es una vuelta al género que le dio mayores satisfacciones, el policial, con esta cinta dirigida por Martin Campbell, un especialista en películas policiales y de acción (Goldeneye, Casino royale, las últimas del Zorro, Vertical limit, entre muchas otras).
Para esta ocasión, Campbell reflotó una prestigiosa miniserie británica de los ochenta denominada, como el título original de esta película, Edge of darkness, de la cual fue su director, y la exitosa remake del film policial The italian job, originalmente escrita por el guionista de la citada miniserie, debe haber contribuido a la puesta a punto de esta remake de aquel producto televisivo.
Lo que empieza como un film de acción más para Mel, en la línea de Ransom y Payback (es decir, a partir del asesinato de la hija de su personaje, y mientras se sostiene la teoría de que su muerte puede haber sido en venganza por alguna acción cometida en el ejercicio de su trabajo como policía), desemboca en un thriller político con una buena dosis de paranoia vinculada al accionar nuclear, un giro algo interesante si se lo compara con la acción más convencional de los films anteriormente mencionados.
La paranoia política relacionada con lo nuclear comienza a hacer su aparición en el cine en los cincuenta, con potentes films alegóricos (Invasion of the body snatchers es una de las tantas joyas surgidas en aquella época), otros mucho más explícitos, y algunas películas capaces de ironizar sobre el tema (como Doctor Strangelove, la inolvidable pieza cómica de Stanley Kubrick). Coincidiendo con la guerra fría en sus inicios, esta tendencia en el cine volvió a hacer su aparición en la Norteamérica reaganiana de los ochenta, y ha regresado en los últimos años de Bush al poder, con las amenazas mutuas entre Estados Unidos e Irán, y el terrorismo, a veces manifiesto y otras veces latente. Lo nuclear siempre es un elemento a temer desde la mitad del siglo pasado, una buena excusa para relatos cargados de paranoia, y para reflotar viejos productos relacionados con el tema.
El problema que arrastra este film es el mismo que ostentó hace un tiempo State of play, otra remake reciente de un thriller político televisivo, con mucha paranoia y verdades que pugnan por salir a la luz. Una trama muy compleja que comienza a hacerse presente para acechar al protagonista en el desmantelamiento de los secretos que han acumulado cadáveres, que encontraba su cauce perfecto en la extensión de una corta miniserie, pero que, reducida a dos horas, se vuelve pesada y confusa. El accionar conspirativo en el que se involucra el inspector Thomas Craven (Gibson) para entender la razón del asesinato de su hija, es tan pesado, que para desmantelarlo se precisa demasiado diálogo y mucha menos acción, lo que hace que el thriller carezca del ritmo necesario. Uno puede asumir, sin haber visto el producto original, que la miniserie lograba combinar ambas cosas, pero al intentar apretar toda la información de seis capítulos en una sola película, se hace imposible que ambos aspectos funcionen a la par.
Ahora bien, como Campbell sabe funcionar mejor entre disparos, nos deja una tremenda descarga de sangre hacia el final, un par de balaceras que involucran a todos los intervinientes, un gesto completamente delirante e inconexo con la frialdad con la que se desarrolla el resto de la película. Para un film de estas características, en el que uno espera persecuciones y tiros por doquier, la abundancia de diálogos que intentan desentrañar un plan maquiavélico restan más de lo que suman, y el violento delirio del final merecía una coherente dosificación durante su desarrollo, para no quedar en el límite del absurdo, y para sostener, a fuerza de balas y ritmo ajustado, un thriller paranoico efectivo. Lo que hubiera sido un feliz regreso del mejor Mel Gibson a su salsa, ha quedado a mitad de camino, sumergido en la telaraña de su argumento, una pesada trama que termina volviéndose el enemigo de la acción propia de este relato policial.