Ya lejos de las controversias mínimas sobre su presunta xenofobia y su ultracatolicismo, Mel Gibson vuelve a lo que lo ha hecho conocido: el cine de acción old style. Y, nobleza obliga, lo hace muy bien.
Al filo de la oscuridad nos presenta al policía especializado en homicidios y además padre soltero Thomas Craven -Gibson-, quien recibe a su hija ya veinteañera en su casa por un tiempo. Sin embargo, lo que se planteó como una suerte de vacaciones padre-hija se ve estropeado ni bien arriba la joven a su casa: en la puerta de la vivienda, un hombre la fusila a quemarropa con una escopeta. Sinceramente, los primeros 5 minutos de la película son intensísimos.
Lo que sigue es básicamente el intento de resolución del caso, porque lo que Craven cree al principio es que se trata de una venganza en su contra, sospechando de algún viejo caso que haya tenido que resolver en la Fuerza. Sin embargo, se va enterando de que su hija militaba en contra de una empresa que mantenía contratos con el Gobierno y cuyas tareas infringían la ley y sobre todo la ética. Y claro, con peces tan gordos ni siquiera la Policía quiere meterse. Es así que Craven se verá sólo contra el mundo, siendo un hombre que, habiendo enterrado a su hija, no tiene nada que perder.
La película cumple con todos los requisitos que le exigimos a una película de acción: intensidad, velocidad, frases cortas y contundentes y además algún que otro giro. Pero también es cierto que, como en todos estos films, ya sabemos cómo va a concluir la historia si Gibson está del lado de los buenos…
Es una buena opción de fin de semana si lo que buscamos es relajarnos y disfrutar de un buen policial de los que, tal vez por pecar de exceso de intelectualidad, los directores no hacen.